Ecosistema urbano

La noción de ecosistema urbano aparece en la década de los años treinta, procedente de diferentes ámbitos teóricos, aunque está restringida al entorno universitario. Proviene de una traducción al medio urbano de la terminología utilizada para describir ecosistemas naturales.

Hoy en día es una idea ampliamente aceptada y forma parte de los marcos de trabajo utilizados para el estudio de las ciudades. La ecología urbana como disciplina es un concepto relativamente reciente. Destacan en este aspecto los esfuerzos realizados en 1988 por el programa hombre y biosfera (MAC) de la UNESCO para analizar las ciudades como sistemas ecológicos.

La ecología urbana se considera un concepto holístico, fruto de la interacción entre el hombre y el medio ambiente en áreas urbanas, manifestada físicamente en una serie de flujos de materia, energía y residuos. Es importante destacar que la interacción entre los humanos y el medio ambiente puede cambiar en el tiempo, puede pasar etapas sucesivas que entrañen cambios importantes.

Algunos de estos cambios pueden conllevar variaciones de las funciones del ecosistema, lo que puede traducirse en cambios medioambientales que afecten a las actividades económicas y provoquen mucha incertidumbre, o bien en una pérdida de productividad biológica y una reducción de la capacidad del ecosistema para soportar la vida humana. En el caso más grave, pueden darse cambios irreversibles en el ecosistema que pongan en peligro la vida de las futuras generaciones.

El ecosistema urbano no es un sistema independiente y cerrado. Su dependencia, ya sea económica, social o ecológica, se extiende fuera de sus límites, por lo que las ciudades son consideradas sistemas heterótrofos incompletos, por la dependencia que tienen del exterior de todos aquellos inputs necesarios para su existencia, ya que no suelen tener producción primaria, y si tienen, es escasa. Por eso podemos considerar los ecosistemas urbanos como sistemas complejos, formados por componentes naturales, sociales y económicos, que necesariamente necesitan un enfoque sistémico debido su propia complejidad.

El ecosistema urbano, como ecosistema natural, social y económico, se caracteriza por los elementos que lo forman y por las relaciones que establecen entre sí y su entorno. En los ecosistemas urbanos el elemento predominante es el hombre, y pocas son las otras especies existentes, ya sean vegetales o animales.

La especie humana se caracteriza dentro del ecosistema urbano por dos aspectos: por un lado, por su elevado crecimiento-hoy en día, un 80% de los ciudadanos europeos viven en sistemas urbanos-, y por otra parte, por su densidad, si la comparamos con los asentamientos de los territorios que pueda haber en su entorno.

La densidad de población en las ciudades es un aspecto que diferencia claramente las diversas ciudades del mundo. Así, por ejemplo, las ciudades asiáticas y las de los países en desarrollo se caracterizan por una elevada densidad de población (ciudades compactos) si las comparamos con la mayoría de ciudades europeas, sobre todo nórdicas (Ciudades dispersas o difusas)

La actividad económica y la percepción de las mejores condiciones de vida de las ciudades provocan el desplazamiento de personas de las zonas rurales a las zonas urbanas, lo que implica un crecimiento de las ciudades y, por tanto, un crecimiento de la urbanización. La urbanización conlleva un importante impacto ambiental en dos niveles: uno de carácter interno, que produce la degradación del medio, y otro sobre el medio natural circundante y sobre ecosistemas cada vez más lejanos, pero al mismo tiempo más interdependientes los grandes núcleos urbanos.

Un impacto importante que provocan las ciudades internamente es la reestructuración de especies, tanto vegetales como animales. El crecimiento de población humana en las ciudades va acompañado de una disminución muy grave de biodiversidad. Si dividimos las ciudades en grandes zonas, atendiendo a los estudios ecológicos realizados para las ciudades de Europa y América del Norte, podemos diferenciar cuatro zonas:

– Centro de la ciudad, que casi está totalmente edificado.

– Zonas edificadas en línea, en las que hay pequeñas zonas verdes y jardines.

– Zonas de construcción dispersa, formadas por casas unifamiliares y en línea, con jardines, situadas normalmente en transición hacia el extrarradio.

– Polígonos industriales.

La escasa biodiversidad que encontramos se localiza en los parques o jardines de las zonas edificadas en línea o bien en los jardines de las zonas de construcción dispersa. Otro tipo de biodiversidad de las ciudades lo encontramos en los animales de compañía.

La urbanización también conlleva un importante cambio de uso del suelo, y aunque la superficie urbana represente una pequeña proporción de la superficie total terrestre, ésta no se puede ignorar, ya que produce una degradación del medio ambiente urbano y del entorno. En cuanto al deterioro del suelo urbano, presenta características específicas, como son un descenso de su porosidad, un elevado índice de eutrofización, pH altos y mayor presencia de metales pesados.

La transformación que experimenta el paisaje natural como consecuencia de la urbanización, ya sea directamente ya sea indirectamente, por ejemplo con las redes de comunicación, es muy importante y puede causar graves problemas medioambientales más allá de sus propios límites, debido a la gran dependencia que tiene la ciudad del exterior para proveerse de materiales y energía y debido también la importante cantidad de residuos que genera (emisiones de CO2, residuos sólidos, etc.)

Como comenta Naredo, se produce un balance de energía y materia entre la ciudad y el medio natural claramente desequilibrado, dadas las necesidades que tiene una ciudad, entre las que destacan un consumo creciente de recursos naturales y una generación de residuos a gran escala (Naredo 1996c).

El ecosistema urbano, por lo tanto, se incluiría dentro de los ecosistemas antropogénicos y constituiría una situación extrema y forzada, en la que los problemas medioambientales serían perdurables (Heinrich y Hergt 1993) y se produciría un agotamiento de los recursos de todo tipo: energéticos, hídricos, etc.

La degradación del medio ambiente urbano va acompañada de una pérdida de la calidad de vida de la población, debido a la complejidad que genera el crecimiento de la ciudad, ya que toda transformación del territorio tiene una incidencia clara en aspectos relativos a la calidad de vida de las personas (Rueda 1996), como ruido, falta de espacios verdes, marginación, delincuencia, bolsas de pobreza, etc.

Una densidad de población elevada asociada muchas veces a un aumento de la criminalidad. Otra característica de los ecosistemas urbanos es el clima. Existe en las ciudades una especie de isla térmica que hace aumentar notablemente las temperaturas medias, fruto de la modificación de las características de absorción, del menor efecto refrigerador y una capacidad térmica superior de los objetos que cubren el suelo urbano, además, hay menos viento y disminuye la capacidad de evotranspiración.

A estos factores se une la contaminación del aire, ya sea en forma de gases o partículas sólidas. La zonificación que se produce en las ciudades, y que da lugar en las ciudades difusas, estructura la ciudad en determinados usos (residencial, industrial, oficinas, zona universitaria, zona comercial, zonas verdes, etc.). Esto provoca un aumento considerable de la movilidad, debido al gran número de desplazamientos que se deben realizar, lo que se traduce en más emisiones de gases a la atmósfera, más ruido y más accidentes.

Por otra parte, cabe destacar, cuando hablamos de movilidad, el elevado porcentaje de población que en la actualidad opta por residir en la periferia de las ciudades o en núcleos de población alrededor de las grandes ciudades, aunque se trabaje en las ciudades, y esto crea unos determinados espacios o zonas en función del nivel de renta de los habitantes.

Estas zonas inciden en un aumento de la movilidad, el cual está soportado por una red viaria que cada vez más va compartimentando el territorio en polígonos, los que se van llenando de edificaciones dispersas y segregando socialmente la población en el territorio. Esta segregación de la población provoca una descohesión del tejido social, lo que puede causar graves problemas de inestabilidad, de violencia, de inseguridad, etc., y también desempleo y bolsas de pobreza. En las ciudades difusas el individualismo se acentúa y el núcleo familiar es casi la única institución afectiva.

Autor: Diana Perilla