“MISIONEROS”

Llegado el mes de diciembre los alumnos en lo único que piensan es en las vacaciones de verano. El año escolar ha sido largo y tedioso. Para algunos es el fin de su proceso escolar y no saben que harán. Los más organizados pondrán en marcha su proyecto soñado. Otros realizarán lo que acostumbran cada verano. Entre éstos, existe un grupo de jóvenes misioneros que cada año se organiza para llevar la palabra de Dios a comunas retiradas y humildes. Para ellos ya es una tradición. Visitan comunidades en donde encuentran personas que nunca han tenido acceso a internet, Smartphone, exquisitos helados, cine, piscinas u otras entretenciones que en invierno resultan más complicadas; en fin, personas que muchas veces carecen de lo esencial. Dentro de este grupo de misioneros, uno de ellos dudaba salir esta temporada estival, puesto que ya no era novedoso ir a entregar a gente desconocida un poco de confort para el alma. Hablar de Dios, de fe, de religión. Definitivamente no era el mejor panorama para los primeros días de enero. Sus prioridades ahora eran otras. Los adolescentes cambian radicalmente sus preferencias. Pensaba que era mejor quedarse en la gran ciudad, organizar su tiempo como quisiera, tal vez realizar todo aquello que no puede hacer mientras está alejado de su familia. Celebrar su cumpleaños, porque desde que es misionero no festeja en su casa hace seis años. El compromiso ya estaba adquirido y no podía desistir a última hora. Debía ser responsable, aunque las ganas y las razones por las que realiza esta actividad estaban dormidas profundamente. Esta vez le significaba un enorme sacrificio y hasta pensaba que perdería su tiempo misionando. Dios ya no ocupaba el primer lugar. Había dejado de tener ese privilegio en su corazón, pero no podía retractarse, aunque su mente y su corazón quedaran en la gran ciudad se embarcaría como cada verano en una nueva misión.
Una vez en el lugar inició las actividades designadas, pero no con la pasión que lo caracterizaba los años anteriores. Esa pasión que sus compañeros siempre notaban porque era su propia alma la que se beneficiaba al sacar sonrisas de ancianos tan sufridos, enfermos postrados por décadas. Le gustaba compartir en una humilde casita en donde todo falta menos la presencia divina y lo manifestaba en su rostro alegre después de cada encuentro con los necesitados a los que les daba todo su amor a través de un sencillo gesto o una cálida y precisa palabra de apoyo, cosa que no le resultaba difícil, más bien era una condición innata que poseía. Estas misiones serían diferentes, serían sólo por cumplir el compromiso.
Una mañana salió desganado casi obligado en compañía de un amigo que también participaba en esta cruzada desde la misma fecha que él. Por lo que se conocían bastante y compartían experiencias durante todo el año. La tarea era ir por alimentos, agua y artículos de primera necesidad para el grupo del cual formaban parte.
Uno de ellos conducía el vehículo mientras conversaban amenamente, se divertían cuando estaban juntos. Lo impensado fue la terrible tragedia que sufrieron. Subiendo la cuesta de un camino desconocido y rural volcaron cayendo treinta metros y dando varias vueltas antes de detenerse. Sin gente en las proximidades se las arreglaron para salir del estropeado jeep. El resultado fue la pérdida total de la camioneta. Al estar nuevamente en el camino pasó un arriero y se dio cuenta de lo ocurrido, él cabalgo para dar aviso al grupo de rescate más cercano. Tuvieron atención médica oportuna y el diagnóstico fue contusiones leves y un gran susto. Ambos misioneros salieron ilesos.
Una vez tranquilo y recreando en su mente el accidente sufrido este joven misionero se dio cuenta que su actividad cada verano es entregar esperanza y fe en nombre de Dios. Entonces pensó que a pesar de la desidia con que se presentó este verano a misionar, Dios jamás dejó de estar a su lado, todo lo contrario, le entregó una gran prueba de que está presente en todo momento, conoce los secretos de su corazón mejor que nadie, lo acompaña e ilumina para que a través de su trabajo difunda su palabra y reviva la fe en las personas para hacer de la vida un camino de amor y esperanza.

Escritor:  Luisa Flores Jerez.