Astucia y feminismo en cumbres borrascosas

No es una sorpresa que muchos de los diálogos al interior de Cumbres borrascosas resulten en extremo provocadores. Los destellos de pasión, la reivindicación de lo que puede desear una mujer y las muchas reflexiones que se plantean sobre temas como el amor y el perdón han sido por mucho blanco de críticas y fuente de innumerables reflexiones morales, literarias y políticas. Sin embargo, detenernos a analizar esto a cabalidad es imposible. Más bien, nuestra labor consistirá por ahora en mostrar cómo la obra de Brontë responde a una seria crítica respecto a los valores victorianos que hasta la fecha habían dictaminado de manera absoluta cómo ha funcionar una sociedad, una familia y cada individuo al interior de ellas. Para señalar esto, mostremos cómo Cumbres ataca dichos postulados.

En primer lugar, se ataca el supuesto puritanismo moral que vive Inglaterra. En este sentido, la obra de Brontë no le teme a las escenas de erotismo y de pasión que tan a menudo escandalizaron a los europeos. Por el contrario, la obra señala precisamente el valor de las pasiones humanas y lo propio que son de nuestra especie. Por esta razón escribe la autora en unos de sus poemas que: Ningún cielo prometido podría colmar apenas Estos salvajes deseos.

Ninguna amenaza del Infierno, con su fuego inextinguible, Someter esta voluntad indomable. Sin embargo, estaríamos empobreciendo la novela si la redujéramos tan sólo al erotismo o al deseo sexual. Cumbres muestra, más bien, cómo opera la pasión en la vida de todo grupo social determinado y cómo éstos están siempre atravesados por odios, deseos, anhelos y amores; sentimientos que representan la vida humana dentro de un cuerpo estatal.

En segundo lugar, se arremete contra la idea de un hombre “capaz de hacerse a sí mismo”. Se ataca esta idea especialmente cuando se pone en tela de juicio los móviles que motivaron a obrar a Heathcliff como lo hizo y las verdaderas intenciones que lo llevaron a buscar la riqueza. Como lo evidencia la obra, dichos motivos fueron esencialmente el deseo de venganza y la necesidad de reivindicar la autoimagen y el amor propio por encima de cualquier vicisitud.

En tercer lugar, Emily Brontë ataca el concepto patriarcal de familia mostrando que como tal éste no puede ofrecer una guía segura respecto a cómo debe comportarse un individuo o cómo ha ser posible calificar de moral a una acción. Esto se desarrolla particularmente en cruda manera cómo Hindley refuta toda posibilidad de pensar una relación amorosa entre Heathcliff y Catherine y en cómo éste trata a su propio hijo, Hareton, de una forma completamente desnaturalizada. En este sentido, nuestra autora se adelanta varios siglos a escritores que se ocuparon del concepto de familia dentro de sus obras (Franz Kafka, Simone de Beauvoir, entre otros) y llega a la conclusión de que como tal la familia es un nido de prejuicios y no sirve para ofrecer una guía objetiva respecto a cómo calificar de buenas a las acciones de otros seres humanos.

Finalmente, Cumbres arremete contra la noción victoriana de bien basada en los principios religiosos propios de la tradición puritana de la época. El ataque más directo es al papel que juega la mujer dentro de la sociedad y a la supuesta subordinación masculina a la que debe estar sometida. Aunque es sutil la manera cómo lo dice la novela, esta tesis se desarrolla esencialmente a partir del personaje de Catherine Earnshaw. Con él, básicamente se sostiene que no sólo a la mujer le es permitido desear, pensar o querer y a partir de allí imaginar cómo pudo haber sido la vida, sino también que a la mujer le está permitido decidir y en conformidad a ello asumir las consecuencias de dichos actos:

Esencialmente en reflexiones de este tipo, es donde se hace clara la posición que asume Brontë respecto al rol de la mujer dentro de cualquier comunidad humana. Dicho en pocas palabras, lo que está haciendo ver la autora es que la caída de Catherine Earnshaw, que podríamos pensarla como el prospecto de la mujer de la época, está determinada en virtud del peso por un pasado y un presente patriarcal, además de asociarse, como sostienen Gilbert y Gubar, con la desafortunada visión de un futuro del mismo tipo. En este sentido, lo que Catherine, y en general, lo que toda mujer deberá aprender es que como tal ella no es algo completamente determinable y reducible a una o dos categorías (podríamos pensar en esposa y madre, por ejemplo), sino que en el ser mujer no se determina quién se debe ser o quién se está determinado a ser.

Así pues, Cumbres nos llama la atención sobre la hipocresía de la que parten estos supuestos valores dados en la sociedad victoriana del siglo XIX como absolutos y de las problemáticas a las que llevan si pensamos a la luz de ellos temas como el papel de la mujer en la sociedad, lo que define verdaderamente a una acción moral y el rol del erotismo dentro de la vida.

Escritor: Valentina Bohórquez.

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