COLEGIO Y FAMILIA

Carlos Cardona se refiere al valor fundamental de la familia y lo indica así:

“…aquel ámbito natural en que la persona humana viene al mundo, y en el que fundamentalmente se forma: la familia.

Por su condición de persona, el hombre –todos, pero cada uno- tiene derecho a ser educado. Y la familia es el lugar primordial de esa educación humana. Los padres –y en su caso, derivadamente, los hermanos- son los principales educadores. Este derecho-deber que les incumbe es primario, original, intangible, indelegable e insustituible. La familia es anterior al Estado, que la presupone: la persona se incorpora a la sociedad política desde la familia y por la familia. Y lo mismo vale respecto de cualquier otra organización asociativa….

 

….Un grave obstáculo para la debida educación de la persona está constituido precisamente por una irresponsable abdicación de los padres, con dejación de su derecho-deber educativo: por ignorancia o falta de la debida preparación, por egoísmo, por múltiples presiones externas, por exceso de trabajo fuera del hogar. Aquella abdicación puede ser también debida a la degradación ética del ambiente social. Y por último, también muchas veces, esa dejación puede ser consecuencia del ataque frontal legislativo a la institución familiar, propio de las ideologías estatalistas de cualquier signo.”[1]

Aquí expresa claramente el derecho y el deber como padres de la educación de nuestros hijos, y que en ninguna circunstancia puede ser delegado o sustituido. Y luego Cardona continua estableciendo dos principios:

“Primero: no se trata de que los profesores (y la entidad que sea, es igual) sean ayudados por los padres a sacar adelante el colegio (económicamente, con su colaboración personal, etc);

Segundo: se trata, en cambio, de que los profesores (y la entidad que sea, es igual) ayuden a los padres a sacar adelante la familia en aquel aspecto esencial de sus deberes –tarea primordial del matrimonio- que es la educación de los hijos: deber intransferible que origina un derecho indelegable….

…Me parce que orienta bastante la misión educativa del centro docente, y de su profesorado, decir que entran de alguna manera en el ámbito familiar, y que el colegio, de algún modo, es una extensión del ámbito familiar.

Está claro que eso no significa que los padres puedan determinar a caprich –y generalmente con escasísima o nula competencia- cómo debe funcionar el colegio. Pero sí significa que los padres son responsables de lo que el colegio haga con sus hijos, en cuanto que el colegio cumple una función subsidiaria, por encargo de los padres y según su recta y formada conciencia.”[2]

Y aquí quisiera hacer una reflexión de lo que está ocurriendo en nuestra sociedad, por un lado las consecuencias tremendas que tiene para una familia cuando delegan en el colegio sus principales funciones, como dice la escritora Betsy Hart en su libro sin miedo a educar: “Lo que verdaderamente importa es llegar al corazón de nuestros hijos”[3], ¿es posible que el colegio pueda llegar a conseguir esto? ¿acaso es la misión del colegio, llegar al corazón de nuestros hijos?, la realidad es que NO.

Si la identidad de una persona radica en la historia de quiénes somos, es en la familia donde se va creando la historia de vida, de esencia, y singularidad. Entonces bajo ningún punto de vista podemos delegar esta responsabilidad. Por supuesto que nos exige continuamente ser mejores padres y eso supone un gran esfuerzo, es cierto, pero no debe haber mayor gratificación que ver a nuestros hijos felices convertidos en seres humanos maduros y plenos.

Por otro lado Cardona nos llama también a evaluar el papel del maestro, del colegio, que no es más que acompañar en la hermosa misión de educar a la persona, y no con el objetivo de alcanzar reconocimiento y admiración, sino más bien el de imitación, sin interferir con el rol de los padres.

Quisiera hablar brevemente de la relevancia que tiene la búsqueda del centro educativo más idóneo para la educación de los hijos, aunque debo confesar que yo no soy el mejor ejemplo. Cuando Victoria, mi hija mayor, cumplió dos años, no teníamos la menor idea, no nos habíamos sentado a conversar que tipo de educación queríamos para ella y así fue como llegué por casualidad al colegio, a través de una amiga, quién me decía lo bueno y lindo que era. Luego de 5 años estoy segura que no fue casualidad, y que Dios nos puso allí. Y entonces descubrí que nosotros como padres también nos íbamos a formar, allí escuché por primera vez el fundamento que para el colegio los padres están primeros, luego los maestros y por último los alumnos.

 En arvo.net comentan el papel fundamental de los padres:

 “Devolver el protagonismo a las familias

a) Enseñar a «ser familia»

La respuesta a estos interrogantes me parece tan fácil de enunciar como, por desgracia, difícil de llevar a cabo. Pero, al mismo tiempo, pienso que resulta de todo punto ineludible. Más aún, esencial e irrenunciable. Por eso lo he escogido como tema de mi intervención ante ustedes. Se trata, en substancia, de hacer conscientes a los padres de que su papel en la educación de los hijos, y en la vida de la sociedad, es de una trascendencia radical, casi infinita, y no puede ser realizado más que por ellos.

Como a su modo la del propio Estado, la tarea del centro de enseñanza en la educación de los niños podría calificarse de «subsidiaria», siempre que tal palabra se entienda en su acepción más cabal. Cosa que lleva consigo dos conocidas consecuencias: los profesionales de la educación: i) han de auxiliar y hacer las veces de los padres y hermanos allí donde éstos no actúen, aun cuando fuere por voluntaria dejación de sus funciones propias; además, y como deber de ningún modo secundario, ii) han de esforzarse con todavía mayor empeño en reducir su propio protagonismo, devolviendo en cuanto sea posible a la familia el que por esencia le corresponde y, lo que es más actual y más arduo, «obligando» amabilísimamente a los padres a asumir las responsabilidades que por naturaleza, y de manera indelegable, les son propias.

En cuanto familia de familias, y siéndolo él mismo muy certera y verazmente, el colegio y el instituto han de acoger hoy la obligación de «enseñar a sus familias a ser auténticas familias»… teniendo claro que, como la experiencia demuestra y antes sugería, es muchísimo más sencillo «hacer» uno mismo que «hacer hacer» a los demás. Resulta más fácil suplir a los padres allá donde estos no pueden o no quieren llegar, que plantarles cara cariñosamente hasta llevarles a caer en la cuenta de que son ellos los responsables de la educación de sus hijos… y de que deben obrar en consecuencia. Más fácil el suplantar, decía; pero a la larga o incluso a la corta, menos eficaz y, si se me apura, absolutamente inútil.

b) La familia es también para los «grandes»

Como apuntaba anteriormente, en más de una ocasión he intentado poner de manifiesto, siguiendo en esto sugerencias del Romano Pontífice, que la familia resulta insustituible para el desarrollo e incluso la existencia de todos sus miembros, por serlo de la persona en cuanto tal en todos y cada uno de sus niveles de desarrollo: desde la indigencia del recién concebido, pasando por la inseguridad y las dudas del niño o del adolescente, hasta la aparente firmeza autónoma del adulto, la plenitud del hombre y la mujer en sazón y la fecunda pero frágil riqueza del anciano.

Desde este punto de vista, tal vez pudiera ser una buena táctica hacer comprender a los padres, de la manera que en cada caso dicten las circunstancias, que la familia es imprescindible no sólo para que sus hijos alcancen la madurez mientras son más o menos pequeños e inexpertos o cuando comienzan a «hombrear» y escapárseles de las manos; sino también para que ellos -el padre y la madre, hechos y derechos y en muchos casos auténticos «triunfadores» en la vida profesional o incluso pública- «se realicen» en verdad como personas (que es el objetivo terminal de cualquier existencia humana, y sin cuyo logro ninguna de ellas goza del más mínimo sentido).

Según ya esbocé, la idea de la familia-refugio ha ocupado un papel de preeminencia durante mucho tiempo en la sociedad occidental desarrollada: el ámbito familiar resultaría indispensable como remedio para la debilidad del ser humano y justo en la proporción en que sus miembros se encuentran necesitados de esa protección y apoyo. Pero esto, que no deja de encerrar una buena dosis de verdad, no es ni de lejos lo más serio que puede afirmarse de la familia. Como veíamos, el hecho de que el Dios creador del Universo se nos haya revelado como Familia y el que ese divino «modo de Ser» no constituya en absoluto ni una arbitrariedad ni un capricho -¡cómo podría serlo!-, debería constituir una certerísima pista a la hora de orientar nuestro conocimiento sobre las relaciones entre familia y persona.

Si la Trinidad personal de todo un Dios, en el que ninguna perfección puede faltar, «tiene que» constituirse como Familia, está claro que ésta no deriva esencialmente de indigencia alguna, sino, al contrario, de la misma plenitud y feracidad pletórica del ser personal que, por naturaleza, se encuentra llamado el don, a la entrega, y requiere un hábitat adecuado para poder ofrendarse. No, repito, en virtud de ninguna carencia, sino por todo lo opuesto: resulta tanta la sobreabundancia de cada una de las Personas divinas que su mismo Ser se constituye como un desbordarse gratuito y fecundísimo en beneficio de las Otras dos, también perfectísimas y sobrexcedentes y, por ello, capaces de recibirla… al entregarse de la manera adecuada.

Y algo análogo sucede con la persona humana, llamada a donarse más conforme más se acerca a la plenitud. En ún reciente texto se nos recuerda que «la familia es -más que cualquier otra realidad social- el ambiente en que el hombre puede vivir `por sí mismo» a través de la entrega sincera de sí. Por esto la familia es una institución social que no se puede ni se debe sustituir: es `el santuario de la vida»». Conviene, entonces, recordar con insistencia que cuanto más perfectos van siendo un hombre o una mujer, más precisan de la familia como el ámbito en el que, sin ningún tipo de reservas ni trabas, pueden dar y darse… con la seguridad de ser acogidos justo como personas.

c) Por encima de toda actividad. . .

Las palabras del Pontífice al respecto no pueden ser más claras: «El hombre -asegura-, por encima de toda actividad intelectual o social por alta que sea, encuentra su desarrollo pleno, su realización integral, su riqueza insustituible en la familia. Aquí, realmente, más que en cualquier otro campo de su vida, se juega el destino del hombre».

«Por encima de toda actividad intelectual o social por alta que sea…; más que en cualquier otro campo de su vida». También Juan Pablo II es categórico, porque, como la espada de que hablan las Escrituras, sabe prescindir de todo lo superfluo y adentrarse hasta la médula de las realidades que esclarece. Pero, en este caso concreto, los padres y las madres de familia pueden fácilmente « experimentar» lo que el Pontífice afirma. Pueden caer en la cuenta de que equivocan el rumbo cuando, incluso con toda sinceridad y la mejor de las voluntades, descuidan la atención directa e inmediata de los demás miembros de su familia para dedicarse a otras tareas, profesionales o sociales, en las que incluso alcanzan el éxito más absoluto… buscando con franca generosidad el bien de las personas con quienes así entran en contacto. Porque ese triunfo no es capaz de ahogar la especie de desazón íntima que les asalta siempre, en los momentos más honda y sentidamente humanos, por el hecho de desatender el ámbito familiar, en el que, en expresión del Papa, habría de encontrar «su realización integral, su riqueza insustituible».

Hoy es misión de los profesionales de la enseñanza, y misión prioritaria, hacer saber a los padres que la familia resulta imprescindible para el íntegro desarrollo de sus hijos, incluidas casi siempre las calificaciones, porque en primer término lo es también para él o para ella como padre o como madre. Explicando, como de pasada, que un padre insatisfecho por no desarrollarse en plenitud dentro de su propio hogar no puede aportar auténtica vida ni apoyo sólido a ninguno de los hijos que en ese mismo hogar han venido a la existencia y en el que encuentran también la principal palestra para su robustecimiento personal y la base ineludible para el despliegue enriquecedor en cualquier otro ámbito de su vivir.[4]

Entonces, es mi deseo, que al momento de la elección de la institución educativa, evaluemos primero el valor que se le da a la familia, a la persona. Para nosotros no fue tan claro al principio,  ha sido parte de nuestro propio aprendizaje como familia, pero ahora estamos seguros que si en algún momento tuviésemos que irnos a otro país, no habría ninguna duda en el tipo de educación que queremos para nuestras hijas.

A través de estos años he notado que para muchas de las familias extranjeras que van llegando, la elección del colegio es problemática, pero básicamente porque primero, no hay una idea clara de proyecto educativo-familiar y segundo, y como consecuencia de lo primero, hay gran confusión, porque  las decisiones son tomadas teniendo en consideración por ejemplo, cuán internacional es o no el colegio, el grado de reconocimiento de otras familias en la misma situación, el nivel académico, en especial si es bilingüe, la proximidad al domicilio etc.

Quisiera agregar algunas consideraciones para la elección del colegio de nuestros hijos que Cervera y Alcázar indican en su libro Hijos, Tutores y Padres:[5]

  • Tener claro el ideario del centro educativo, que es básicamente como se concibe la educación de la persona.
  • Conocer bien el colegio y entender si éste comparte los mismos valores con los que se desea educar a los hijos.
  • Hay actividades importantes en el colegio que ayudan al desarrollo de la persona, como los aspectos deportivos, culturales, idiomas, etc pero que no constituyen el aspecto fundamental para la elección.

He incluido este capítulo, porque en nuestro caso, el colegio forma parte importante en el proceso del arraigo.

Desde que llegamos a México, por diversas razones, solíamos relacionarnos con familias de distintas nacionalidades (brasilera, colombiana, argentina, peruana, etc) y claro, de alguna manera, sentimos afinidad por estar compartiendo similares experiencias, dificultades, pero lo que sucedía, y que realmente nos inquietaba, es que éstas familias con las cuales habíamos compartido mucho momentos especiales y por quiénes sentíamos un gran afecto, empezaban a irse, regresaban a sus países, o por trabajo debían emigrar nuevamente a otro país. Esta situación representaba de alguna manera un duelo para todos nosotros. Pero hasta ese momento ni siquiera nosotros teníamos la certeza de si seguiríamos aquí por mucho tiempo.

Cuando nuestra hija mayor empieza el colegio, todo tomó un nuevo giro. Empezamos a relacionarnos con familias mexicanas, a adentrarnos en las tradiciones, a participar activamente en las diferentes actividades escolares, a ser más conscientes de la congruencia que debíamos tener en el proyecto educativo – familiar.

Llevamos 5 años en el colegio, hemos conocido familias maravillosas, con las cuales llegamos a formar una hermosa amistad y esto forma parte importante de ir logrando poco a poco el sentido del arraigo.



[1] CARDONA, Carlos. Ética del quehacer educativo. RIALP. Madrid, 2005 p.37-38

[2] CARDONA, Carlos. Ética del quehacer educativo. RIALP. Madrid, 2005 p.39-40

[3] HART, Betsy. Sin miedo a educar. Ciudadela. Madrid, 2006 p.28

[5]  CERVERA, J y ALCÁZAR, J. Hijos, Tutores y Padres. Ediciones Palabra, S.A. Madrid. 2003

Autor: Sabrina Moloney

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