La historia muisca a la luz de los cacicazgos

Cada sociedad construye una memoria colectiva en la que está contenida su cosmovisión. Es en la tradición oral, la lengua, la historia natural, los estudios antropológicos, etnohistóricos, etnográficos, en la bioarqueologia y bioantropologia, que pueden encontrarse los vestigios de esta interacción del hombre con el mundo y la naturaleza. En el tiempo y espacio determinados de los pueblos ancestrales fueron concebidas naturaleza y cultura como una sola.

Para este caso particular serán los muiscas de quienes se establecerán algunas características culturales, mitología, organización social y política, específicamente con el fin de encontrar en estos vestigios los patrones de pensamiento y conductas colectivas de los acontecimientos más importantes para el hombre muisca.

Los antropólogos actualmente usan diversos enfoques relacionados con la arqueología procesualista y tendencias post-procesualistas. En este orden el análisis se efectúa también desde lo etnohistórico tomando los escritos narrados por los cronistas del siglo XVI y XVII; teniendo cuidado en la interpretación y lectura que se puede hacer de ellos, pues en las relaciones existen ideas que corresponden a estereotipos.

En este orden de ideas los muiscas se establecieron bajo un sistema de organización social de cacicazgos, en donde las relaciones fueron afectadas por el poder que se le asignaba al chaman, quien se encargaba de orientar a la sociedad, buscando asegurar el manejo efectivo de los recursos naturales y restablecer el orden social.

En cuanto al territorio, dentro de la familia chibcha, el de los muiscas estaba conformado por valles gobernados por señores. Los caciques denominados sihipkua, podían dirigir más de un valle y estaban sujetos a estos últimos. También había mujeres cacicas y los capitanes o auxiliares del cacique o señor principal se llamaban tyba, ellos tenían influencia sobre su parentela y cuidaban de los santuarios de los antepasados. Como lo enuncia Gamboa “una entidad política autónoma, compuesta por una o varias capitanías, ya sean simples o compuestas, y gobernada por un jefe llamado sihipkua”. (Gamboa, 2010)

Por ejemplo, Sogamoso era una unidad política centralizada en ese entonces, junto con Bogotá, Tunja y Duitama, su gran predicador fue Neuterequeteua, Bochica o Xue, quien enseñó a los otros las leyes, las artes e industria. Después de un largo tiempo falleció y dejo por heredero al Sugamuxi, supremo sacerdote. Sugamuxi el soberano jefe religioso se comunicaba en una lengua especial con otros sacerdotes, con propósito de realizar diferentes ceremonias revitalizadoras de la sociedad como los rituales de enterramiento de los grandes caciques.

El cacique realizaba labores comunitarias y aplicaba justicia según las normas tradicionales. Podía tener varias mujeres, tratamientos especiales durante su enterramiento como la momificación, disposición de sitios reservados y uso de ajuares exóticos. Las comunidades ofrendaban al cacique algunos productos de las cosechas.

Normalmente en algunos asentamientos prehispánicos una persona accedía al poder si era capaz de sembrar una gran cantidad de maíz, preparar chicha, hacer fiestas y ser reconocido por sus vecinos. En las sociedades muiscas podía suceder esto solo en las parcialidades. En las capitanías y provincia mayor a diferencia del criterio de selección que usaban algunos para hacerse señor o cacique la soberanía se transmitía por línea materna al sobrino hijo de una hermana.

Entender entonces los modos de operar de las sociedades o cacicazgos de los andes orientales, también implica revisar una de las prácticas más importantes antes mencionada, esta fue la momificación de los cuerpos de personajes principales, que ocupaban un lugar central en eventos importantes de la vida religiosa, política, militar y cotidiana de los muiscas. A través de esta práctica intentaban preservar las cualidades de los personajes importantes, pensando que el alma no se puede retener si no existía un cuerpo. Las momias eran custodiadas en templos especiales donde eran colocadas sobre estantes junto a los adornos: plumas, poporo, mochila para el hayo, calabazos, agujas de hueso, cofia de pelo humano o de algodón y mantas pintadas.

En el caso de los caciques o gobernantes los muertos se les enterraba con comida y bebida armas, vestidos y telas, el difunto no se enterraba con oro si no que este se depositaba muy cerca a la superficie de la tierra. Mientras los miembros del común se enterraban en campo envueltos solamente con una manta, sobre la sepultura plantaban un árbol para deslumbrar el sitio. Precisamente enuncia Rodríguez: “Juan de Castellanos (1997: 1157) narraba la esmerada dedicación de los xeques (ogques) a sus oficios religiosos, quienes se preparaban desde muy niños a esos menesteres, vivían en moradas especiales con gran recogimiento y abstinencia, comiendo poco pero mascando con frecuencia coca, sin casarse, respetados y muy consultados por toda la comunidad sobre sus afecciones del cuerpo y alma.” (Rodriguez, 2011). Los jeques eran encargados del entierro de los caciques, al que solamente ellos acudían. Cuando una persona se entrometía era amarrado contra un palo y flechado. Se premiaba a quien acertase al corazón o en los ojos.

Entonces esta es una primera etapa donde la incursión de los españoles en el territorio aún no había afectado considerablemente la estructura organizacional de los asentamientos muiscas. Siendo importante establecer el contexto antes que ocurrieran todos estos significativos cambios a los que luego se alude. Los asentamientos prehispánicos de los muiscas, operaron entonces bajo una lógica donde el rol de los caciques se conectaba con el concepto de vida y muerte. Desde su interacción con la sociedad en vida, hasta su fallecimiento y posterior momificación.

Bibliografía

Gamboa, J. A. (2010). El cacicazgo muisca en los años posteriores a la Conquista: del sihipkua al cacique colonial. Bogota: Instituto Colombiano de Antropología e Historia.
Rodriguez, C. J. (2011). LOS CHIBCHAS: HIJOS DEL SOL, LA LUNA Y DE LOS ANDES. DEL MITO A LA HISTORIA NATURAL. Bogota.

Escritor: Diana Carolina García Bravo