LO MATA LA VELOCIDAD?

¿Recuerda ese tiempo donde todo parecía pasar más lento? –Sí, claro!!! Ahora todo va tan deprisa! Esa es la respuesta que muy seguramente muchos de ustedes escucharon en su mente y tal vez la que muchos de ustedes, los de la nueva generación, no le vean sentido aún, ni siquiera a la pegunta planteada. Vivir y cotejar la velocidad es la razón de que muchos hayan contestado afirmativamente. Presente en muchos campos de la vida, la velocidad llegó a desarrollarse con mucha fuerza en el campo empresarial, haciendo que internamente la tecnología se ocupara de producirla y que externamente los resultados fueran espectaculares para la compañía: poder, eficiencia y control.

Había una vez un tiempo donde todo iba a la velocidad del cerebro, de las capacidades de cada quien y a un ritmo de vida diferente al actual; pero un día nos dimos cuenta que se podía ir más rápido, más veloz y que se lograrían muchas más cosas positivas y grandes que las que se habían tenido hasta aquel momento. Automóviles, trenes, barcos, portátiles, celulares, tablets…Todas ellas tecnologías que hicieron y hacen posible que vivamos la velocidad; una de ellas en particular, el computador, fue la que inició una era donde sentir esa velocidad ya no era exclusivo de las empresas; ahora era nuestro turno, cada humano tendría esa oportunidad. Y claro, muchas cosas positivas y grandiosas han sucedido desde ese entonces.

Como en un cuento mágico, donde no puede faltar esa ya conocida bruja malvada, no se puede olvidar que detrás de esa nueva sensación descubierta, algo “oscuro”, “extraño” también está por hacer su arribo a la historia y esta vez va a llegar en una de las formas más sutiles y que con toda seguridad permanecerá entre nosotros por mucho tiempo: la delectación del ego.- ¿Y cómo?, dirá usted. ¿Qué pasa por su mente si esos resultados dados por la velocidad a las empresas -poder, eficacia y control- ahora los ve pasar supuestamente por sus manos? Muchos quizá se han fascinado con la velocidad que el computador aporta y quisieron -y aún persisten, en que su cerebro y sobre todo, el de los demás, al menos en muchos aspectos, vaya a esa misma velocidad; o en ocasiones, desean lo contrario, que el computador o los demás sean los que vayan al ritmo de sus cerebros.

Si lo ve bien, hay algo que no encaja. Pregúntese nuevamente, ¿por qué lo puede matar la velocidad? Esos resultados espectaculares funcionan muy bien para la empresa, sus procesos productivos y administrativos y sus máquinas, pero empieza a fallar cuando pensamos que otro ser humano es susceptible de que se comporte como una empresa y podamos aplicarle una de las palabras subyacentes al concepto de la velocidad: el vocablo YA; entonces comenzamos con deseos impregnados de velocidad: se quiere que se conteste el celular YA, se quiere conseguir dinero YA, se quiere ser famoso en las redes sociales YA, se necesita una pareja YA, se quiere saber de todo YA, se quiere tener sexo YA, se quiere diversión YA, se necesita el proyecto YA… de repente la mente comienza a divertirse con el juego de la certeza-incertidumbre, el cual por supuesto siempre ha hecho parte de la supervivencia humana, pero esta vez las probabilidades de ganarlo dentro de las condiciones dadas parece apuntar más a un lado de la balanza; y se olvida que hay una existencia afuera, esperando ser vivida a otra velocidad.

Millones de personas están al frente de un computador o celular, aún en horas no laborales, concentradas y absortas en un nuevo simbolismo, tal vez esperando que ese YA se haga realidad. Posiblemente noten que esa interacción virtual va a traer diferentes resultados que la interacción personal, pero se ignora. Si lo mata o no la velocidad, la respuesta sólo la puede dar usted. Pero antes de saber el desenlace del cuento, eche un vistazo a esta pista que puede ayudarle a descifrar este final, que de nuevo, y no lo olvide, depende de usted; una de las mentes más brillantes del mundo dijo: “Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad. El mundo sólo tendrá una generación de idiotas.

Escritor: Armando Calderón