Matisse. La vida en color.

Eterno es aquél que traspasa los límites de la simple realidad y busca el camino, su camino, para quedar inscrito, o no, dentro de la Historia. Así es como con unos “simples” trazos y pinceladas Matisse forja a fuego unas páginas de las más brillantes de la Historia del Arte y será recordado como una de las figuras capitales del arte moderno.

Henri Matisse (1869-1954), artista francés que cultivó la pintura, aparte del dibujo y, en menor medida, la escultura, supone una referencia clara en la conformación de las vanguardias artísticas que florecieron en los primeros años del siglo XX. Con una personalidad firme y una prodigiosa visión del mundo, Matisse aporta al arte un mundo lleno de color y serenidad. Sus manos, ayudadas por el pincel, se deslizan ante el lienzo con una sutil mezcla de suavidad y fiereza cromática al alcance de sólo una personalidad desbordante como fue la suya. Bendito fue el día en que su carrera en la abogacía, de tradición familiar, se truncó por culpa de una enfermedad que le tuvo convaleciente por un tiempo. De esa forma comenzó, quizás por entretenimiento, a interesarse por el mundo artístico. Allí descubrió una forma de comunicarse con él mismo (una especie de paraíso según sus palabras) y dar a conocer su mundo y su visión de lo que le rodeaba, “…ella sirve al artista para expresar sus visiones interiores…” escribió sobre la pintura.

Es el París efervescente de comienzos del siglo XX donde las corrientes innovadoras, sobre un camino transitado anteriormente, a partir de mediados del siglo XIX por artistas como Paul Cézanne o Gauguin en el llamado Postimpresionismo, emprendieron un viaje de no retorno hacia la subjetividad de un mundo cada vez más inestable y cambiante. Las cadenas académicas, que perseguían y lastraban a los artistas, dejaron de existir ante una nueva generación que ofrecía un universo propio del que, además, el público se nutría. Durante las dos primeras décadas del siglo XX se agrupan estilos artísticos diversos, como el Fauvismo, del que participará el propio Henri Matisse, el Expresionismo, el Surrealismo, el Cubismo, que afrontan el nuevo siglo con intenciones y miradas distintas, en ocasiones con una crítica feroz, sobre el papel del arte y el artista en la sociedad, de ahí que se hayan denominado Vanguardias, pues enfrentaban el mundo desde la primera “línea de fuego”.

Inscrito dentro del panorama artístico parisino Matisse realiza un viaje en el cual se comienza a advertir desde un primer momento el uso del color como elemento capital dentro de la composición pictórica. Un color primario y puro (rojo, amarillo, azul), que se agrupaban con “ferocidad” (de ahí el nombre de Fauvisme) y sentimiento mostrando una obra cargada de provocación y novedad. Ya desde un principio su maestro, el pintor Gustave Moureau le anima a pintar desde la independencia técnica alentando su propio temperamento e instinto.

De esta primera época destacan los lienzos como Lujo, calma y voluptuosidad (palabras que evocan unos versos de Baudelaire) de 1904, o La alegría de vivir de 1905. El título de estas obras es toda una declaración de intenciones por parte del autor quien concibe un espacio donde la luz y el color se combinan con una escena de serenidad y armonía. Cuerpos desnudos y relajados, en diversas actitudes, se mezclan con la propia naturaleza para dar serenidad a la vida y a los ojos de quien los contempla, de hecho, en palabras del propio Matisse, la intención queda clara, su pintura debe ser para quien la observa “…como un calmante cerebral, algo semejante a un sillón que le descanse de sus fatigas físicas…”.

De esta forma el artista francés se expresa por medio de la observación y el sentimiento en una pintura subjetiva, que recrea estados de ánimo y sentimientos propios. Su brillante personalidad afectará en su carrera artística, de forma temprana se desentenderá del grupo fauvista, al que pertenecía en un primer momento, para explorar de forma individual y recrear su mundo particular. Desde este instante su creación artística transita y varía de forma peculiar viéndose influenciada por los diversos viajes que realiza, y por la exploración de las capacidades plásticas que su mente despierta examina. Visitó España (Madrid, Granada y Sevilla) y Marruecos en 1910, en donde quedó admirado por la luz y la ornamentación árabe, acercando su pintura a la estética oriental, como en su obra Odalisca sentada de 1927. Hacia 1917 se instala en la Costa Azul francesa, en concreto en Niza, en busca de esa luz tan necesaria para su arte. De este modo su estilo se volvió más sutil y equilibrado en composición y color, como en La ventana francesa en Niza de 1919. Desde aquí partirá en una multitud de obras en donde juega con la forma, la figuración, que inundan toda su obra posterior.

Con el carácter que impregna la figura de los grandes genios, al final de sus días, ya con problemas derivados de la edad, el viejo Matisse no se frenó en esa “pulsión” interna que es el acto de crear, y nos dejó sus últimas obras, realizadas con la técnica del papel gouache, que simplifican la figuración y nos brinda la oportunidad de deleitarnos, por última vez, de su gran mundo, un mundo lleno de color.

El recorrido por la creación de este genial artista es toda una experiencia estética, donde se mezclan el alivio, la armonía, con una explosión de los sentidos digna de ser vivida y recomendada. Una recomendación que pasa por conocer a uno de los más brillantes personajes del arte moderno, el pintor del color, de la vida. Valgan las palabras que dejó para resumir, de forma magistral, el alcance del cambio en el arte del siglo XX en la anécdota de quien le reprochaba a Matisse que él no veía mujeres como las que pintaba, a lo que contestó “…Yo no pinto mujeres, pinto cuadros…”.

Escritor: Pedro Igor Sánchez Monge