POLÍTICAS ANTIINMIGRACIÓN EN EL CONTEXTO ACTUAL EN EUROPA Y ESPAÑA

Las migraciones son tan antiguas como la humanidad y aparecen en las relaciones de casi todas las religiones y culturas existentes. Es de destacar que el desarrollo tecnológico ha originado movimientos gigantescos de millones de personas, tanto espacial como temporalmente. Este flujo migratorio es lo que ha permitido el crecimiento y esplendor de diversas ciudades hasta un punto nunca antes visto en la historia.

Los determinantes de la inmigración están básicamente detrás de las diferencias de bienestar del inmigrante en el país de destino frente a lo que obtendría si se quedara en el país de origen. Según los especialistas, estas diferencias, al principio, disparan la inmigración, pero esta situación es controlable hasta cierto punto. En este sentido se afirma que los fenómenos migratorios pueden manifestarse en forma de U invertida: al principio van subiendo, llegan a un momento y luego empiezan a bajar.

La migración como derecho humano básico, ha sido reconocida por la Declaración Universal de Derechos Humanos y por los Acuerdos de Helsinki. Además, la movilidad de capital y trabajo que propugnan los defensores de las políticas económicas liberales debería conducir, consecuentemente, a la aceptación de la redistribución poblacional, con migraciones masivas hacia donde se necesita mano de obra. Sin embargo la realidad de las fronteras estatales y las obligaciones de los estados con sus propios ciudadanos han conducido a limitaciones efectivas de estos derechos. Esto no deja de plantear graves dilemas moralesque son objeto de una marcada atención y que inciden en los debates sobre las políticas migratorias.

Las migraciones afectan tanto a los territorios de origen, que pierden parte de su población laboralmente activa como a los territorios de destino, que la gana. Este trasiego poblacional se deja sentir en diferentes aspectos sociales y económicos de ambos territorios.

En opinión de muchos la consecuencia más significativa de la inmigración en España ha sido el aumento de la población. Este es uno de los países donde la tasa de inmigración ha crecido muchísimo en las dos últimas décadas, lo cual hace que la migración sea un fenómeno de gran actualidad. A principios de los 90 apenas alcanzaba el 1% y en 10 años pasó a ser el 4%. Solamente en ese período la tasa se incrementó de 350.000 inmigrantes a 1.570.000, con una marcada aceleración en los últimos 5 años de los 10 señalados (Dolado, 2005).

En tanto, entre 1998 y 2005 España había crecido en 4.255.880 habitantes, lo que representa un crecimiento del 10,68% de la población en 7 años. Se debe destacar que la mayor parte de esta cifra se debe a la llegada masiva de inmigrantes durante este período (López y Pérez, 2010). Esta presencia de población extranjera a principios del año 2009 alcanzó un porcentaje del 12% de la población residente en España.

El gráfico muestra las fluctuaciones en los porcentajes de variaciones interanuales medias de la población hasta el período 1970-1981, a partir del cual se produjo un marcado decremento demográfico hasta 1991-1996. Obsérvese como a partir de este último quinquenio los porcentajes de variaciones interanuales se han incrementado significativamente hasta el último quinquenio analizado (2001-2006).

Además, la mayor tasa de natalidad de la población inmigrante es la principal causa del incremento de la fecundidad que se ha producido en el país, pasando de una tasa bruta de natalidad del 9,19% al 10,73% entre 1998 y 2005. En 2005 por ejemplo, el 15,02% de los nacimientos registrados en España fueron protagonizados por mujeres de nacionalidad foránea, aunque sólo era extranjera en ese año el 8,46% de la población española y el 10,64% de las mujeres en edad fértil residentes en España.

Otra de las consecuencias demográficas de la inmigración en España es la variación que se produce en la distribución etaria de la población.  En este sentido, la población emigrante suele ser joven (entre 25 y 35 años), en edad de trabajar y fecundar, por lo que los países de destino se rejuvenecen. Así, el 51,91% de los extranjeros residentes en España tiene entre 20 y 39 años, frente a un 32,66% del total de habitantes del país que se encuentran en esta gama de edades. En cambio el país de origen envejece al quedar los habitantes de mayor edad, que ya no procrean. Por tanto, en los destinos aumenta la natalidad y disminuye la mortalidad, al contrario que en el origen (López y Pérez, 2010).

También la inmigración provoca un desequilibrio de sexos, ya que generalmente suelen emigrar más hombres que mujeres, por lo que en el lugar de destino hay mayor proporción de hombres y en el de origen de mujeres. La última consecuencia demográfica es el crecimiento desmedido de las ciudades que acogen a la población emigrante del medio rural.

Alrededor del 20 % de los inmigrantes pertenecen al régimen comunitario y el resto procede de África, Latinoamérica, centro y este de Europa y Asia. Se debe remarcar que en Cataluña y Madrid se concentra poco más del 50% de la inmigración.

La Gráfica 26 muestra la distribución de los países de nacimiento de la población inmigrada en España, según datos de la ENI en 2007. Se puede apreciar que Marruecos constituye el origen más importante, que agrupa a casi el 12% de la población nacida en el extranjero en ese año, seguido de Rumania con el 9,7% de esta población. Estos países, junto con Ecuador, Gran Bretaña, Colombia, Argentina y Francia concentraban a más de la mitad de la población inmigrada (cerca del 52% del total). Los otros países con un número considerable de inmigrantes se encuentran principalmente en América del Sur y Europa. Es, por ello que es una población muy heterogénea en términos de cultura y orígenes étnicos, tipos de trayectorias migratorias y motivaciones.

Esto indica que precisamente dos de los principales retos a los que se enfrenta España en la actualidad es en primer lugar ¿cómo controlar los flujos migratorios? y en segundo lugar, ¿cómo integrar a los que ya están, qué hacer con los inmigrantes clandestinos? ¿La solución es echarlos o eliminarlos? (Dolado, 2005).

Autor: Moises Bolekia