Premios, billetes, castro y algo de literatura…

Hace unos días leía un relato sobre un imbécil que antes de fumarse un puro recordaba que estuvo a punto de matar a Fidel Castro. El autor durante unas extensas cuartillas describe todo su ideal imaginario sobre lo que sería ir hasta Cuba y darle muerte a Fidel, follarse algunas jineteras, meterse algunos gramos de perico, y decidir dejar la isla nadando. Mierda chiflada. El dueño de tan excepcional narrativa era un argentino que gracias a su relato había quedado finalista en un concurso de los tantos que se pueden encontrar a través de la internet. Creo que le dieron dos mil euros… y también creo que con esos billeticos fue hasta Cuba pero jamás pudo ni siquiera llegar hasta la plaza mayor a jalarle las barbas a los Castro y su corte reumática de comunistas.

Los concursos literarios son una cagada de chivo que llenan de ilusión a cualquiera, más a un vaciado; además creo que genera alucinaciones y toda clase de fechorías narrativas que hacen de cualquier escritor, como el buen argentino que antes mencioné, una bomba atómica dispuesta a llenar cuartillas y cuartillas de mierda tibia.

Yo lo he hecho. También he concursado. He dado mis mejores pinceladas en el mundo de la coronación literaria, quedando al margen de cualquier premiación. Siempre salgo por la puerta de atrás. Soy esa clase de putica que jamás ningún jurado mira, aunque intuyo que más de una vez han robado mis ideas. Por eso a veces sólo escupo en el papel culos, tetas, vergas, felaciones, juegos intrincados de palabras, para no ser por lo menos despojado de lo que yo llamaría: “Autoría Intelectual” de mi propia mierda.

La última vez que concursé fue al dichoso Premio de Novela Alfaguara. (Con solo nombrarlo se me erizan los pelos del culo y quedo listo para una intervención a corazón abierto). Leí al pie de la letra las bases y condiciones, arreglé mi “novela”, y a decir verdad, quedé sumergido en un llanto de “extensión”. Es que estos genios de la publicación sólo aceptan como mínimo 250 cuartillas, tres copias de la obra a concursar, un sobre llamado “plica” donde tienes que explicar toda tu mierda biográfica y bla… bla… bla… ¿Será que estos infelices no saben que para vivir de la escritura en Colombia tienes que desarrollar una infinidad de tareas que muchas veces no tienen que ver con la escritura misma, quedando relegado a muy pocas horas para realizar tan digna labor? ¿Será que no intuyen que uno tiene familia que mantener, miedos, deudas… y lo que a mí me revuelca el seso: será que una novela para ser “novela” debe tener como mínimo 250 cuartillas? ¿Será acaso que no han leído “El extranjero” de Camus; libro que sin lugar a dudas es uno de los mejor escritos durante el siglo XX. Autor que ganó un Premio Nobel (si es de premios de lo que estamos hablando)? Pero bueno, para qué llorar tanto si finalmente tenga o no mis argumentos acerca del dichoso premio, algún defensor del buen nombre de la escritura y la publicación latinoamericana, saldrá a callarme la jeta con un sinfín de reflexiones y discursos de sacrificio creativo y toda esa basura del arte de ser escritor. Como si serlo fuera una especie de entrega total al patíbulo de los incomprendidos y rechazados. Para mí ser escritor es como ser panadero, lechero, mecánico, proxeneta, o desempeñar cualquier otro oficio; la cuestión es hacerlo bien y llenar la alacena con el dinero de los premios recibidos por los concursos ganados… y en un descuido, directo a Estocolmo, a darle rienda suelta al discurso de entrega del Premio Nobel.

Como soy escritor (eso creo), he aguantado demasiado hambre. Entonces al llegar al numeral donde anuncian la cuantía del premio, todo para mí cambió. Mi pequeña novela de extensión “mierda y zozobra” se hizo 147 cuartillas más accesible a las reglas para poder concursar. Como es lógico no gané. Ni me importó quién diablos ganó, ni mucho menos me preocupé si el hombre llegaría a Marte ese año, o si el Cáncer acabaría algún día conmigo, o si tal futbolista hizo tantos goles, o si el hambre por fin acabo con África mientras los grandes caudillos europeos decidían lanzarse de lleno a la tercera guerra mundial, o si Chávez se convertía en el nuevo mesías de los pobres, regalando tejas, ladrillos, y cagaderos en bronce, para un pueblo que al parecer jamás se le explicó que para construir una casa se necesita “cemento”, no simplemente odio y la manoseada idea de revolución.

El hombre es un animalito competitivo, por eso necesita de concursos, de premios, de títulos… Qué ironía, yo en casa soy el campeón de las axilas enfermas y los pedos echados bajo las cobijas recién lavadas olorosas a jabón industrial y suavizante marca: “Algún día saldrás del hoyo…”.

Soy escritor, pero jamás he pensado en crear un cuento donde intente matar a Fidel, eso es perder el tiempo y las palabras en un vejete que en cualquier momento caerá en las garras de la ansiada muerte.

—¿Y los concursos? —se preguntarán.

Siguen ahí, coronando feas o bonitas, buenos o malos, novelas o poemas.

 

Autor: Ramiro Adolfo Rojas García