¡Sus alumnos también pueden dejar de odiar a Baldor!

Es legendario el temor, fastidio o desagrado que las matemáticas producen en muchos estudiantes alrededor del mundo. De hecho, muchas personas, de diferentes edades, opinan que las matemáticas son lindas… hasta que les “meten letras”.

Tanta es la aversión que estas disciplinas[1] ejercen en las personas, que millones de ellas eligen a diario sus carreras profesionales con una intención en mente: no volver a encontrarlas jamás entre sus materias de estudio ni requerir más allá de la aritmética más elemental en su trabajo.

Y a pesar de lo que desagradan al público estudiantil, son muchos los años donde tienen que “enfrentarlas” durante largas jornadas, al menos, hasta salir de la educación secundaria. Lo que solo empeora la situación.

No obstante, mis años de experiencia como tutor (esa especie de salvavidas del que se aferran los alumnos para tratar de sobrevivir cuando caen en el Maelstrom del álgebra y sus monstruosos amigos, como el cálculo y la física[2]) me han mostrado, con duros y a veces largos experimentos, que sí es posible hacer que un estudiante, al menos no desee salir corriendo al ver “X =…” escrito en un papel.

No hay una receta 100% efectiva para el total de los casos, pero hay pasos que, en un orden u otro, suelo dar junto con el alumno, con el fin de prepararlo para sus exámenes, trabajos y en últimas, para superar, sin traumas físicos o psicológicos, estas asignaturas[3]:

  1. Sacar las telarañas de la cabeza: las “telarañas” (esos pensamientos negativos que atrapan las habilidades de los estudiantes y no las dejan trabajar) que he encontrado en la mente de muchos pupilos son tan variadas en forma como en número, pero no en naturaleza. Casi siempre se tratan de creencias que han adoptado respecto de si mismos y de sus habilidades para las materias en cuestión. Ya sea por experiencias negativas del pasado o por comentarios de distintas personas (en especial de familiares cercanos, compañeros de estudio u otros profesores). Quitarlas puede ser más o menos difícil, y tardar un tiempo mayor o menor en cada caso, pero independientemente de todo ello, hay que removerlas: si el estudiante está convencido de que “no sirve” para hacer algo (así sea elemental), será casi imposible que lo logre.

    ¿La solución? Definitivamente las palabras positivas ayudan, pero la estrategia que suele ser más efectiva es la demostración: el alumno debe ir viendo que es realmente capaz de algo para lo que creía que era total o parcialmente inútil. Nada brinda más seguridad de que se puede caminar, que dar los primeros pasos.

Por ello no hay que desperdiciar esos pequeños momentos en que el estudiante logra progresos. Hay que mostrárselos y hacerlo ver que sí puede superar esos obstáculos que creía insalvables. Sirve mucho para eso el “¿te acuerdas cuando veíamos tal cosa? ¡yo sabía que podías hacerlo!” o el “¿viste? ¡lo hiciste fácil!”.

  1. Ponlo en palabras simples: esto lo aprendí tratando de enseñar a un joven de sexto grado a sumar fraccionarios con denominador común: después de muchos ejercicios aún dudaba al sumar 7/3 + 2/3, hasta que le pregunté: “¿cuánto son siete vacas más dos vacas?”, extrañado me miró y me respondió, encogiéndose de hombros: “pues nueve vacas, ¿no es obvio?”, a lo que le respondí, apuntando con mi índice al denominador: “¿y si en vez de vacas fueran tercios?” ¡milagro! abrió los ojos con una expresión de ¡Eureka! y se apresuró a escribir como si hubiera encontrado la vacuna definitiva del resfriado común. ¡Fue el 9/3 más satisfactorio jamás escrito! Cabe decir que nunca más dudó a la hora de sumar fraccionarios de esta clase.
  1. ¿Practicar? ¡claro! ¿como robot? ¡nunca!: en las matemáticas, como en los deportes[4] la práctica hace al maestro. Pero si lo que se quiere es mejorar de verdad, la práctica no debe ser repetición mecánica. Debe tener contexto, debe saberse lo que se hace y para qué se está haciendo. Si se le enseña a sumar fracciones, el alumno debe saber para qué le servirá más adelante y que no todos los casos se tratarán igual (algunos se podrán simplificar, otros no, etc.). Eso es lo que hace que lo aprendido perdure. La “ley de los signos” y las tablas de verdad son claros ejemplos de ello.
  1. Paciencia: el consejo más trillado pero más pertinente de la historia. Algunos alumnos pueden ser frustrantes por su ritmo de aprendizaje, pero exasperarse solo ayudará a que entiendan menos, porque el alumno no es tonto: él lee la molestia en el profesor y muchas veces eso solo crea más “telarañas” en su mente[5].

Por último, todo el mundo tiene sus recetas para enseñar, pero si ni las suyas ni estas funcionan… bueno, no todo el mundo nació para piloto… o para matemático.

Evin Arian de Luquez

[1] Entiéndase, para los propósitos de este texto, la palabra “Matemáticas” como el conjunto de disciplinas que incluye a la Aritmética, el Álgebra, el Cálculo Diferencial o Integral y una que otra cosa que se les parezca.

[2] Cierto, la física, siendo estrictos, no es una rama de las matemáticas… pero, ¿quién le explica eso al subconsciente de un alumno que no sabe despejar ecuaciones de primer grado con una única incógnita?

[3] Y que aprenda de las mismas en el proceso.

[4] Sí, ya sé: la imagen mental común de un matemático dista mucho de la de un deportista.

[5] Asumiendo que el alumno acude a usted porque realmente quiere aprender o pasar al menos. Ver numeral 1.