Teorías de la desviación social

Las sociedades han respondido a menudo ante la diferencia y la desviación con prácticas de interiorización, de cierre e institucionalización, de moralización, repudio y destierro. Prácticas de estigmatización que atribuyen a aquel considerado como desviado una serie de características peligrosas, inadaptadas o, incluso, inadaptables. En este punto se hará un breve repaso de algunas de las aportaciones que desde las ciencias sociales se han hecho para entender este fenómeno.

 

Teorías funcionalistas

El sociólogo francés Émile Durkheim (1858-1917) constituye una de las figuras obligadas por aproximarse a la comprensión de los fenómenos sociales. Sus aportaciones al dominio de la desviación social consiguieron abrir nuevas vías de análisis a la tradicional visión del siglo XIX de la desviación como algo patológico. Los desviados no son cuerpos ajenos al conjunto de la sociedad. Por el contrario, ocupan un lugar de centralidad en el sistema social. Todas las sociedades presentan, de acuerdo con este autor, situaciones de desviación. Y estas situaciones no son patológicas, sino consustanciales al funcionamiento de una sociedad sana.

Los individuos desviados, con su ejemplo, permiten que la sociedad piense y defina sus límites de funcionamiento. Su figura, lejos de ser ajena a la sociedad, permite que esta regule su funcionamiento. Los desviados proveen la sociedad, con su ejemplo, de casos donde ésta puede pensarse a sí misma, consolidando sus normas y garantizando su cohesión social. Se puede concluir, pues, que los desviados tienen una función social, representan la ocasión que la sociedad refuerce sus lazos sociales y defina con mayor claridad sus límites morales. Así, la norma social que da cohesión a la sociedad se refuerza ofreciendo una reacción unitaria ante la desviación.

Dicho de otro modo, el señalamiento y la persecución de lo anormal permite al mismo tiempo definir con mayor claridad lo correcto, reforzar el sentimiento de pertenencia y fortalecer la vinculación a la norma. El rechazo social a la desviación define y hace deseable la norma. Más allá de que se pueden debatir algunas de las tesis formuladas por Durkheim y que algunos de sus planteamientos puedan considerarse hoy superados, es importante destacar algunas de sus aportaciones para la comprensión de la exclusión social.

El hecho de considerar los comportamientos desviados como centrales en el funcionamiento de la sociedad y de haber separado estos grupos e individuos de la esfera de lo patológico resulta imprescindible para una correcta comprensión del fenómeno. Otras aportaciones interesantes en la línea de las teorías funcionalistas son las que ofrecen las tesis de Robert K. Merton (1910 a 2.003). Este autor parte, como Durkheim, del hecho de considerar la desviación como algo naturalmente inscrito el cuerpo social. Cree que es la misma sociedad quien de alguna manera conduce al individuo a adoptar conductas desviadas, y su enfoque parte de que la sociedad no sólo reprime en cierta forma las conductas, sino que también las estimula.

De acuerdo con este autor, la sociedad dictamina una serie de metas que pasan a ser deseables para los individuos. Estas metas sociales pueden ser comprendidas como la adquisición de un determinado estilo de vida, el acceso a una serie de espacios, productos, bienes y servicios más o menos fundamentales y ligados al bienestar, etc. Igualmente, la sociedad es quien establece qué medios son legítimos para conseguir estas metas y cuáles no. Hay que entender que, sin embargo, la misma estructura del funcionamiento socioeconómico distribuye de forma desigual los recursos materiales y culturales necesarios para alcanzar estas metas. Este hecho provocaría que los individuos que no disponen de medios legítimos adoptaran menudo conductas desviadas con el objetivo de alcanzar los fines socialmente reconocidos como deseables.

 

Teoría de las subculturas

Otras aportaciones interesantes para comprender el fenómeno de la exclusión  social son las que varios teóricos, fundamentalmente vinculados a la llamada Escuela de Chicago, hicieron alrededor de lo que posteriormente se conoció como la teoría de las subculturas.

Esta teoría parte de la hipótesis de que determinados grupos sociales, normalmente aquellos más desfavorecidos, reaccionan buscando su propio espacio en la estructura social. Ante su falta de recursos para acceder a los bienes sociales generan una cultura propia que define y legitima otras conductas y estrategias para acceder a ellas.

Así, por ejemplo, un grupo social concreto puede legitimar entre sus miembros vías diferentes para alcanzar los bienes y las metas sociales, o puede también establecer otros bienes sociales distintos de los mayoritarios como deseables. Pero como se genera esta cultura propia de grupos que desde el punto de vista mayoritario se pueden considerar como compuestos de personas con conductas desviadas? Para entenderlo hay que tener presentes algunos planteamientos de un autor fundamental que se dedicó al estudio de las disfunciones sociales y las conductas delictivas, Clifford Shaw, que estudió este proceso partiendo de la idea de que tanto la conducta desviada como la conducta normal aprenden. De esta forma, las conductas desviadas de determinados individuos se pueden explicar por el hecho de que estos han sido socializados en entornos donde los valores y las normas difieren de los de la mayoría de la sociedad.

Son estos entornos marginales los que proveen los individuos de una serie de valores, estrategias vitales y discursos que legitiman prácticas que se pueden considerar desviadas. Allí donde la sociedad no provee de medios legítimos suficientes para que los grupos accedan a los bienes sociales, estos reaccionan dotándose de una subcultura que les permite adaptarse. Siguiendo esta línea, otros autores como Edwin Sutherland o Albert K. Cohen afirman que dado que la conducta desviada es siempre una conducta aprendida, los individuos y los grupos que son socializados mayoritariamente en estos entornos tenderán más a reproducir conductas consideradas desviadas, pero normales en estos ambientes.

Otros autores como Richard CLOWARD y Lloyd Ohlin insisten en estas tesis y concluyen que las posibilidades de que un individuo adopte conductas desviadas son proporcionales al lugar que ocupa en la sociedad. Es decir, que la desviación social es la respuesta de adaptación que determinados grupos sociales desfavorecidos se ven obligados a hacer ante la imposibilidad de acceder a los bienes sociales con medios considerados legítimos y que el desigual reparto social no pone a su alcance.

En aquellas sociedades donde el reparto de los recursos sea más desigual, la emergencia de subculturas que legitiman conductas consideradas desviadas será mayor, y allí donde los recursos considerados legítimos para acceder a los bienes culturales no sean presentes, las conductas desviadas y las subculturas que las legitiman aflorarán.

 

Teoría del etiquetado (‘labelling approach’)

Otra de las perspectivas que puede aportar elementos importantes para comprender los procesos de exclusión social es la formulada en las décadas de los sesenta y setenta del pasado siglo por varios teóricos de la llamada Segunda Escuela de Chicago.Buena parte de los frutos de sus investigaciones  se deben a un cambio radical en sus planteamientos. En lugar de tratar de centrarse en explicar el comportamiento desviado, hicieron hincapié en observar los mecanismos de control social y las instituciones que la ejercen.

Ya no se trataba tanto de describir los comportamientos de los desviados como personas que se encuentran en cierta forma al margen de la norma social, sino que más bien se trataba de comprender cómo funciona el control social, a partir de las costumbres, del ordenamiento jurídico y legal, y de instituciones como las prisiones, los manicomios, las fábricas, la escuela o los servicios sociales. Al fin y al cabo, son estas instituciones, estas costumbres mayoritarias y este ordenamiento jurídico que señala, sanciona y, en ciertos casos, estigmatiza y persigue las conductas desviadas.

No es tanto que el control social sirva al propósito de perseguir los actos desviados, sino que el mismo control social, al definir y normativizar algunas conductas como normales, genera las desviaciones. Los teóricos del etiquetado parten de una premisa muy sencilla: un acto desviado es lo que se considera como tal. Es el hecho de definir conductas como patológicas, disruptivas, delictivas o peligrosas lo que las convierte en desviadas. Un individuo puede considerarse desviado cuando alguna de las instancias de control social ha definido de esta forma su conducta. En definitiva, la desviación es una construcción social y el desviado es aquel a quien alguna institución de control social le atribuye una conducta desviada, le asigna esta etiqueta. Autores como Friedlander (2009) supieron destacar la importancia que tiene en el sujeto señalado como desviado este proceso de estigmatización para su identidad. Un individuo o grupo señalado como desviado ve afectada su autoimagen, lo que condiciona su participación social. Incluso puede provocar que oriente su conducta futura en torno a esta identidad deteriorada, que puede provocar que en ciertos aspectos se sienta inferior o anormal y que interiorice como propios aquellos atributos degradantes que le han sido asignados.