UNA DIGRESIÓN SOBRE PEDAGOGÍA

Aquellos que nos hemos formado en una carrera profesional cuyo elemento principal es la pedagogía notamos inmediatamente que este campo del saber tiene unos grandes defectos que son necesarios subsanar, no precisamente porque sin ellos no se pueda continuar enseñando, sino porque es necesario dotar de profundidad verdadera a este espacio del saber.

Para iniciar este proceso de profundización, es necesario que se deje a un lado la disputa y continua discriminación que las distintas vertientes pedagógicas espetan unas a otras, sentenciando de su contraria la vocación tradicionalista y afirmando de su propia corriente su revolución o renovación definitiva en el acto y la teoría educativa.

Una primera solución para este caso particular proviene de la filosofía, pues la función de éste campo cultural es llenar de sentido todo aquello que hasta el momento de su intervención resultaba carente de éste. Y esta función propia de la filosofía es especial para la pedagogía, pues ella no ha sabido llenarse de sentido a sí misma porque en nuestros propios medios, esta investigación y ocupación laboral tiende a ser considerada como una de las actividades con menor rango del conjunto de estudios que pudiesen realizarse, sin contar los pocos incentivos que se otorgan a los docentes para echar a andar su propia investigación.

Para encontrar una sustentación de lo dicho en el anterior párrafo solamente debemos mirar las publicaciones que se dedican a la difusión y discusión de la pedagogía: en primer lugar, en los textos que abordan la descripción de una práctica educativa existe un gran miedo a evidenciar en su escrito de la difusa palabra “tradicionalista”; en segundo lugar, tenemos escritos que quieren ser de acceso público usando un lenguaje nada cuidado para transmitir ideas, aunado esto al mismo hecho de hacer usos rimbombantes, agobiantes y agotadores de cuadros, mapas conceptuales, diagramas, etc., que ocupan sendos espacios -que bien pudieran ocupar en generar mejores argumentos o expresiones verbales.

No obstante, ser una buena solución el abordaje de algo que pudiera llamarse Filosofía de la educación, la pedagogía deberá comprender que existen los momentos y los espacios apropiados para fijarse y sustentarse (no sólo con la visión de una persona, sino con la de muchos y muy diversos participantes) como ciencia (designación de la que no se ha hecho acreedora) separándose de la filosofía, pues al llenarse de sentido este campo del saber se espera que también halle su ruta hacia la independencia.

Así pues, este último sería el segundo paso que le corresponde a la pedagogía: una vez haya encontrado su camino y su derrotero, entonces podrá empezar a andar por su propio esfuerzo y mérito, desligándose de la misma filosofía y de las otras ciencias para encontrar en ella lo que es exclusivo de sí misma. La filosofía le habrá otorgado ruedas a la pedagogía para que éstas giren sobre el camino recién descubierto y hacer, ya no pingües, sino grandes progresos en el campo de la ciencia.

Del mismo modo, saber establecer un deslinde entre ciencias implica que los seguidores de la constitución de una filosofía de la educación no persistan durante centurias rumiando la misma idea sin dedicar un minuto a la aplicación de sus logros teoréticos. O, por el contrario, tal desprendimiento entre una ciencia y otra en su momento adecuado prevé que la pedagogía no se convierta en la ancilla (esclava) de otra, llegando a confundirse con una disciplina inserta dentro de un marco epistemológico diferente, por ejemplo: el dominio que sobre la pedagogía ejerce la psicología, pues la mayoría de los autores más autorizados en el área provienen de la psicología y no de la misma pedagogía, situación que demuestra su estado crítico que bordea con el colapso.

Finalmente, llegamos al tercer y último lugar de esta enumeración disgregadora: la pedagogía entrará a su momento en una discusión trans/inter/multi-disciplinaria (úsese el prefijo que más guste y acomode para las complacencias epistemológicas). En este finalísimo momento, la pedagogía tendrá bien definido su corpus teórico y los métodos prácticos que utilizará para alcanzar sus metas, pudiendo llegar a discusiones serias y proponer especulaciones teóricas de una misma jerarquía que en otras ciencias. Todo ello con el fin de ir construyendo un robusto edificio donde se verá, en última instancia, si el argumento de la función transformadora de la sociedad merced al ejercicio continuado de la educación en los individuos es verídica o, por fin, podemos superar definitivamente los presupuesto de la filosofía de la ilustración que guían los principios psico-pedagógicos actuales.

Por cuanto, esta misma propuesta es una digresión y tal como define el DRAE: “Efecto de romper el hilo del discurso y de hablar en él de cosas que no tengan conexión o íntimo enlace con aquello de que se está tratando.” ; una idea de este estilo conduce a la ruptura de las relaciones epistemológicas que se estilan en la actualidad en la educación, lo que no impide que en el desarrollo que cada quien haga de su pensamiento pueda aportar cosas nuevas o retome aquellas que le son necesarias para configurar su propia teoría, sin que por ello sea tradicionalista o novedad.

Escritor: Jonathan Fernando Medina Zapata