Siempre que se desea presentar algo con el afán de disiparlo de la cotidianidad en la que se encuentra, o exponerlo porque habita en el interior de inhóspitos y lúgubre rincones de la consciencia, se corre el riesgo y se paga el precio de adentrarlo más en lo vulgar o despropiarlo a cabalidad del sentido que pudiera contener.

Quizás al concluir esta reflexión, yo mismo dé cuenta que mi intención tuvo como consecuencia un despropósito ambivalente, pero deseo indagar en un sólo aspecto de la vida, que no he notado, tenga la curiosidad adecuada. Y es que al reparar en las vicisitudes de la vida; en los designios que la constituyen, en los enigmas que la preceden y en los signos que históricamente la han definido ha sido y será una característica ineludible de la humanidad, y es tan absoluta y genuina esa característica, que inherente con un apetito voraz, ha mantenido al mundo y sus inconmensurables formas lejos de una simple, sórdida y vacía concepción. Mejor aún nuestra condición humana en permanente búsqueda de sí, se ha revestido de misterio, matices y diversidad que no importa la elección, razón, consciencia o idea le hemos podido hallar un verídico y real sentido a nuestra existencia.

Por supuesto que algunos de una forma u otra, tristemente han escatimado esfuerzos y sucumbido en hallar tan prístino tesoro pero no es responsable pensar y apropiado decir que no lo han intentado, desistir no define y ratifica una derrota sin embargo entre tanto esfuerzo (quienes claudican como los qué no) hemos olvidado voluntariamente -si me lo permiten- lo esencial y soberano de nuestros equívocos pasos y lo imprescindible de aquellos triunfos para admitir con rigor que conocemos con exactitud qué es la vida.

De hecho es probable que al mencionarlo, se sugiera con inmediata apelación que divago en iniquidades o estólidas reflexiones motivado por desproporciones intelectuales e inhibido por la falta de cordura o sentido común –siendo el menos común de los sentidos- no obstante para este humilde observador y notando con detalle lo homónimas que pueden ser ciertas palabras: por supuesto desde sus significados, y lo oportuno que pueden llegar a ser ciertos sesgos o prejuicios, me veo estimulado a presentar entonces a su erudito discernimiento, mi querido silencio. He inferido -en relación con esto que nos convoca ahora- que nada más importante y menos desvalorado ha sido el silencio en los menesteres de la vida -parafraseando un tanto a Erasmo de Rotterdam sólo que no es la ignorancia lo que deseo elogiar sino el silencio-

Como tantas cosas el silencio ha sido menospreciado, se le atañen calificativos a su significado tan malsanos que lo convierten en un acto involuntario, torpe y pasivo cuando en realidad su sola presencia sugiere respeto, certeza, sabiduría divinidad de quienes se ven involucrados con él.

De alguna forma este término es tan necesario en la dinámica del mundo especialmente en el mío (las realidades percibidas sensorialmente donde la estructura de sentido se hace a través de signos pueden ser llamado mundos, cada forma en la que el hombre percibe el suyo puede ser única aunque comparta elementos en común con otros hombres) que aquellos que poseen semejante virtud ya tienen garantizada la atención de los que viven en las sombras del ruido y la estridencia. Los hombres y mujeres que enseñan y ejemplifican con su silencio vislumbran caminos concretos para otros y esta habilidad sólo puede reconocerse en el manto de paz y austeridad de ese silencio, por eso nos resulta incómodo apreciar como es debido ese don.

Siendo sincero y sé que es menester serlo, el silencio ha sido por experiencias particulares perturbador pues siendo honesto y si se considera con mayor profundidad, el silencio no es absolutamente eso «silencio», lo acompaña un leve sonido inmutable, constante y algo exasperante y luego que lo conoces realmente no suele ser inspirador y agradable, por el contrario suele enviar a un hombre a su inevitable destrucción. Pero y en esto es donde deseo ser comprendido, no debemos escapar como tampoco entregarnos con ímpetu a él, lo que si debemos hacer es reconocer el valor que representa más si hablamos de sociedades en crisis cuya ignominia del silencio les traerá desgracia, nos traerá desgracia.

Escritor: Camilo Alberto Cardona Aguirre