Escribir. Al parecer, al otro lado, en este ilimitado espacio de comunicación, alguien ha revisado mi «hoja de vida» y me ha considerado «idóneo» para continuar el proceso de selección. Y yo me digo: ¡cuánta arbitrariedad! El tema es una cuestión importante. Aunque lo que se esté buscando sea la forma, es una persona la que va a leer este escrito. De alguna manera será afectada por él, y en ese afecto nos lo estamos jugando todo, siempre que no hallamos incurrido en jóvenes) que lo único que han hecho los últimos meses, o quizá años, ha sido reinventarse mil y una veces y plasmarlo seductoramente en el papel.

Si lo pensamos, estas «hojas de vida» deben ser de lo menos sincero que podamos escribir nunca. Se trata de mantener un ligero contacto con la verdad, rozarla acaso, pero hasta ahí la realidad. Incluso hay cursos para «engañar» en nuestro currículum y los psicólogos de saldo ofrecen trucos infalibles para encarar una entrevista de trabajo de manera que salgas de ella sin que te conozcan. Estamos vendiendo nuestro mejor «producto»; vendemos el «yo», la marca «Rubén», «Pepito», «Fulanita»… y todos sabemos lo que implica vender. Se me ocurre que los cv solo serían válidos para empleos de comercial… o para cualquier labor en política. Los mercaderes volvieron al templo para quedarse.

En fin. Que escriba dicen. Buscan «alta capacidad de redacción, síntesis y ortografía». Bien. Reúno las competencias. Y como yo miles más. Incluso mucho mejores; al fin y al cabo yo soy de ciencias, un biólogo, ornitólogo a más decir. Pero lo soy a la antigua usanza, a la manera de los naturalistas del XVIII o ¿por qué no?, a la de los filósofos clásicos. Investigar la vida… a través del logos. ¿O el logos a través de mi vida? Pero creo que me estoy alejando del tema, y eso no va a decir nada en favor de mi capacidad de síntesis…

¿Escribir de qué? ¿Cómo? No sé si quieren un artículo periodístico, un ensayo o un relato, sin contar la infinidad de tipos que podemos encontrar ya en estos tres ejemplos. Tan solo quieren que escriba ¿Y el tema? Libre elección, se supone. Pero aquí no encuentro la libertad yo por ningún lado. Con lo que está en juego, la libertad es casi una broma de mal gusto. Libertad es cuando escribo para mí, bajo cualquier fragante higuera a la templada luz del atardecer de un septiembre mediterráneo. Y aun así dudo del libre albedrío.

El tema es una cuestión importante. Aunque lo que se esté buscando sea la forma, es una persona la que va a leer este escrito. De alguna manera será afectada por él, y en ese afecto nos lo estamos jugando todo, siempre que no hallamos incurrido en demasiadas faltas ortograficas (permítaseme hacer notar esta pequeña broma a la persona receptora en esta comunicación, no por desconfiar de su inteligencia para captarla sin ayudas entre paréntesis, Dios me libre, sino más bien por la congoja del autor ante la posibilidad de que pase por alto la intención… uno nunca sabe).

Quinientas doce palabras… ¡ya está hecho! Ahora vamos a intentar redondearlo para enviarlo a navegar, deseando, por enésima vez, que todo esto llegue a buen puerto. Si es así, en breve sonará el teléfono (¿teléfono? si yo no lo he facilitado aún…) y entonces habré de defenderme a cara descubierta, sin hacer caso de los psicólogos. Tendré que hacer valer lo que no se ve en la «hoja de vida» a través de lo que la vida ha depositado en mí. Defenderé mi «idoneidad» con la mejor de las competencias que atesoro: la sinceridad… y entonces llegará un mercader de palabras a recordarme de nuevo cómo se trepa en este mundo. Y yo volveré debajo de mi higuera a seguir escribiendo para mí.

Escribir… ya he escrito. Ahora que finalice el maravilloso hecho de la comunicación. Pero estas seiscientas y pico palabras no habrán servido de nada si no hay puerto, si mi barco llega a un correo que me responde de forma automática, sin vida, sin afectos. La máquina arbitraria, la misma que me seleccionó como «idóneo» para continuar. O lo mismo no ¿quién sabe?

Escritor: Rubén Ramos Blanco