Discutimos. Me dijiste eso que yo no me esperaba y entonces busqué rápidamente algo de que agarrarme para seguir discutiendo y que pareciera que tenía razón. No la tenía, ya sabía que no podía terminar bien. Pero la seguí, y te dije cualquier cosa primero. Tu cara de sorpresa me indicó que el camino era el correcto y entonces seguí por ahí. Te recordé todo lo que ya alguna vez discutimos y rememoré las veces en las que me diste la razón. Cuando quisiste hablar, te interrumpí y te expliqué que vos no podías decirme nada sobre ese tema, porque mi sensibilidad era extrema y que vos nada podías saber sobre cómo siente una mujer.

No respondiste, claro, no podías decir nada. Me miraste entre enternecido, avergonzado y perdido. Iba a ganar yo otra vez, estaba muy cerca. Me sentí extraña, no estaba bien lo que te estaba diciendo, te saqué la posibilidad de la discusión pareja, argumenté sin echar luz ninguna, o mejor dicho, no argumenté nada. Como si fuera poco y para rematarla, te dije que si eso que yo quería pasaba, yo iba a ser más feliz.

, no era certeza, era posibilidad y que vos no querías. Pero tenía que convencerte. Te conté en dos minutos la cadena de errores y de horrores que íbamos a vivir si no hacíamos lo que yo decía y para cuando te tuve bien mareado, te pregunté si me estabas diciendo que no, por aquella vieja historia de tu familia. Esa en la que tu papá no quería tener más hijos, pero a la mirada actual si al final vos tuvieras un hermano, las cosas serían bien distintas y no estarías tan solo siendo el único hijo con lo de la prepaga y los horarios.

Me dijiste que sí, que era cierto, que tenías miedo, y que ese miedo no te permitía ver la esperanza y la promesa que había en tener otro bebé. Que sí, que querías, y que seguro íbamos a ser más felices, que yo tenía razón. Lloramos, nos abrazamos. Sentí pena. De vos que lo creíste todo, de mí que nunca tuve la razón y aun sin ella pude convencerte. que será publicado en el año 1864, de forma póstuma. Para el autor, lo importante será que los demás asuman que tenemos razón, aun si tenerla en realidad.

Pero una falacia por definición, es un tipo de razonamiento inválido, que persigue una intencionalidad deliberada, está hecha para convencer al otro mediante un argumento falso. para lograr imponer nuestro punto de vista? ¿O nos quedamos sin palabras frente a una explicación que no nos cerraba pero que no podíamos rebatir? Entre las estratagemas de la que nos habla Schopenhauer encontraremos algunas de las que se armó nuestra protagonista como herramientas de batalla para lograr convencer a su desprevenida e incauta pareja. Por ejemplo, decir cualquier cosa, agregar un argumento que no tiene nada que ver con lo expuesto originalmente para luego rebatirlo, tiene un nombre y se llama falacia del espantapájaros.

es un método de persuasión no argumentativo. Es la principal arma del demagogo. Se llama sofisma patético. La falacia de la ilusión es aquella en la que el argumento es el supuesto bienestar que acarreará como consecuencia el planteo en cuestión. O que la premisa parta de una base de bienestar supuesto y de ahí se llegue a las restantes premisas y sus respectivas conclusiones. y catastrófico. Para desaconsejar una conducta se apela a consecuencias remotas y casi siempre, nefastas. Es muy común escucharla, como argumento de debate frente nuevos paradigmas o a promulgación de leyes cuyo resultado e impacto en la sociedad aun no se ha podido observar concretamente, pero que de seguro, poco tendrá que ver con los vaticinios terroríficos de aquellos que están en contra de las mismas.

La falacia ad hominen, o contra el hombre, es uno de los recursos discursivos más bajos y arteros que existe y consiste justamente en dar por sentado la falsedad de la afirmación tomando en cuenta quién es el que la dice. Es decir, se recurre a desacreditar a la persona señalando características personales en relación a su origen, raza, educación, riqueza, pobreza, o experiencias personales. Hay algunas que no figuran en nuestro ejemplo, pero que me parece importante destacar: a alguien a quién nuestro interlocutor estima. No hace que la premisa sea cierta, que tal o cual persona lo haya dicho o creído con anterioridad. No se está profundizando en la argumentación. Es una falacia.

Aducir que “siempre fue así” o citar el tiempo que hace que determinada situación funciona de determinada manera. En el hipotético caso que eso cierto, no significa que sea válido al día de hoy y el tiempo tampoco es un argumento razonable. Enojos, furias, discusiones de café, nos vemos envueltos en conversaciones de las que podríamos salir muy sencillamente si apeláramos a la lógica. Claro, no siempre es tan sencillo.

Escritor: Milagros Cappetto

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