EL SUJETO ÉTICO-POLÍTICO EN EL ESCENARIO DE LA SOCIEDAD CIVIL

La construcción de un continente plenamente humano en el cual todos y todas puedan disfrutar de una vida digna, justa, cargada de sentido y felicidad, no depende de la mano invisible que alienta el devenir de la economía, tampoco del fortalecimiento de las instituciones políticas ni del peso de las acciones jurídicas y policiales, sino del compromiso solidario y la corresponsabilidad de los ciudadanos pertenecientes a la sociedad civil, puesto que son ellos quienes, finalmente, en el escenario democrático, juzgan la vida propia y la de los demás como verdaderamente buena y plenamente humana.

Los Estados latinoamericanos viven una situación ambigua: por un lado, son vistos como garantes de la libertad economía y reguladores de las relaciones comerciales y, por otro, se les ha asignado la responsabilidad de asegurar el bienestar, la justicia y la calidad de vida de todos los ciudadanos, sobre todo, de los menos favorecidos. No se puede negar que las sociedades capitalistas requieren de instituciones estatales que garanticen el ejercicio de los derechos fundamentales. “Pero también es un hecho que si los individuos no adquieren responsabilidades y son conscientes de sus deberes como sujetos políticos, será difícil pensar en la construcción de sociedades democráticas en las actuales coyunturas” (Herrera, 2009). Es necesario que el habitante del pueblo latinoamericano supere la concepción pasiva de ciudadanía, aquella que le lleva a exigir el respeto de sus derechos por medio del voto, pero que no lo compromete ni lo responsabiliza en la consecución de los mismos.

El sujeto ético-político es aquel que ha superado el limitado concepto de una ética reducida a urbanidad. Puesto que la ética pública y política, no tiene que ver, únicamente, con las prácticas que evitan el mal, sino con aquellas acciones que construyen el bien y denuncian los asuntos que deshumanizan. Es necesario, así, “aprender a leer el país real, el mundo real, a descifrar las vicisitudes de ser sujetos políticos en los contextos profundamente conflictivos de las sociedades latinoamericanas y del mundo entero” (Herrera, 2009). Este proceso, implica, de entrada, una lectura crítica a los paradigmas de vida que ofrece el mundo moderno y la economía neoliberal, dado que llevan al hombre a un escenario de total apatía e indiferencia frente a los problemas profundos de la realidad actual, envolviéndolo en un mundo de anhelos materiales, confort y placer, cargado de egoísmo y mezquindad. De acuerdo con Constant (1819):

El objetivo de los modernos es la seguridad en los disfrutes privados, y llaman libertad a las garantías concedidas por las instituciones a esos disfrutes. El peligro de la libertad moderna consiste en que, absorbidos por el disfrute de nuestra independencia privada y por la búsqueda de nuestros intereses particulares, renunciemos con demasiada facilidad a nuestro derecho de participación en el poder político

Qué puede suceder en las instituciones educativas, en la familia, en el barrio, en los medios para que los ciudadanos, en el transcurso de su cotidianidad, entren en contacto con la realidad perturbadora de este mundo, de manera que aprendan a sentirlo, a pensarlo críticamente, a responder a sus sufrimientos y a comprometerse con él de forma constructiva (Meza, 2012). La producción del ciudadano activo, del sujeto ético-político comprometido con la transformación social, deberá darse a partir de las experiencias de dolor y sufrimiento que vive el pueblo y que suscitan sentimientos morales compartidos de repudio, rechazo, indignación, vergüenza y arrepentimiento. “A través del relato, no manipulado, de las víctimas, es posible hacer memoria histórica y generar conciencia colectiva” (Mate, 2003) para reconocer que el mundo real se encuentra detrás de las cortinas de humo que ofrece el progreso moderno y que la democracia es un derecho que se debe luchar.

Mientras los medios y los distintos ambientes sociales en los que se desenvuelve el individuo, lo coloquen de frente a una realidad superficial donde la belleza, la moda, el mercado y el consumo moldean proyectos de vida, será difícil dar el primer paso hacia la construcción de un mundo mejor. Por el contrario, en un proceso de concientización ético-política, los ciudadanos desarrollan su sensibilidad moral y capacidad para reconocer el sufrimiento del otro y promover actitudes benevolentes y solidarias. Es a través de la toma de consciencia que viene dada por afectación moral, donde el sujeto ético-político encuentra razones suficientes para alentar y protagonizar grupos de reflexión y análisis sobre la problemática social que lo lleven a construir soluciones muchos más profundas que las que vienen dadas por las instituciones mismas y la mezquindad. De acuerdo con Habermas (2005), la sociedad civil “se compone de esas asociaciones, organización y movimientos surgidos de forma más o menos espontanea que recogen la resonancia que las constelaciones de problemas de la sociedad encuentran en los ámbitos de la vida privada, la condensan y elevándole, por decirlo así, el volumen o voz la transmiten al espacio de la opinión público política”. La constitución de sociedades civiles solidas y comprometidas en América Latina, es esencial para la construcción de un modelo de vida buena plenamente humano.

Con el surgimiento de la sociedad civil, no se pretende restar la responsabilidad del Estado en asegurar los derechos fundamentales del pueblo, por el contrario, es a través de ella como la demanda y la exigencia puede hacerse de modo más efectivo. “En América Latina, el retorno por la ciudadanía en la década de los 80 llevó a centrar la discusión en el carácter democrático de las instituciones, así como en el grado de responsabilidad que los ciudadanos y ciudadanas debían asumir para garantizar el sentido democrático de las mismas” (Herrera, 2009). De igual forma lo expone Cortina (1998): “en la década de los ochenta algunos dirigieron la mirada hacia la sociedad civil, creyendo que su concurso era imprescindible para llevar adelante la tarea transformadora de la sociedad que el Estado parecía incapaz de realizar”. El empoderamiento político de la ciudadanía, le permitirá superar las actitudes que colocan al Estado en una posición paternalista y, al mismo tiempo, revelar, denunciar y demandar las estructuras de un Estado neoliberal en el que el crecimiento económico es más importante que la justicia y la paz, por ejemplo.

El sujeto ético-político, miembro de la sociedad civil, deberá convocar y protagonizar el debate público en el que sea posible analizar la problemática social para llegar a acuerdos que se conviertan en proyectos de solución. Es en el escenario democrático de la comunicación público-política donde tiene lugar el empoderamiento civil, puesto que lo público goza de la legitimidad que la racionalidad estratégica de los círculos privados de conversaciones amañadas, no pueden tener. La toma de decisiones que, bajo el argumento de favorecer los derechos del pueblo, termina por salvaguardar intereses particulares, se construye a través de diálogos donde las relaciones de poder y la autoafirmación de los participantes priman por encima de la ética de los discursos (Apel, 1986).

La comunicación que lleva a la toma de decisiones sobre asuntos que afectan la vida de los hombres y la resolución a sus problemas, deberá validarse como una comunicación ético-política y pública al mismo tiempo. Es por esta vía como la sociedad civil encontrará fundamentos para su empoderamiento político que lejos de pretender mecanismos de institucionalización, permanecerá, siempre, en contacto con el mundo de la vida, pues es allí donde encuentra su realización. “Los canales de comunicación del espacio de la opinión pública están conectados con los ámbitos de la vida privada, con las densas redes de comunicación en la familia, en el grupo de amigos, con los vecinos y los colegas de trabajo” (Habermas, 2005). Es así como el sujeto ético-político descubre en la cotidianidad misma de la vida y en las relaciones que en ella se tejen el lugar donde surgen y acontecen los verdaderos proyectos de transformación social. No son ya sólo los sabios ilustrados quienes deben hacer uso público de la razón, es la ciudadanía misma la llamada a usar la comunicación ética y pública como causa y efecto del empoderamiento político.

BIBLIOGRAFÍA

– Apel, K. O (1986). Estudios Éticos. Barcelona: Alfa.
– Cortina, A. (1998). Hasta un pueblo de demonios: ética pública y sociedad. Madrid: Taurus
– Constant, B. (1819). De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos. Ateneo de París.
– Habermas, J. (2005). Facticidad y validez. Madrid: Trotta.
– Herrera. M. En Vasco, C; Vasco, E y Ospina, H. (2009). Ética, política y ciudadanía. Bogotá: Siglo del hombre
– Mate, R y Mardones, J. (2003). La ética ante las víctimas. Barcelona: Antrophos
– Meza, R. (2012). Aprender del cuidado del otro: una urgencia en la formación moral de un país en el cual nos estamos matando. Revista Actualidades Pedagógicas. Universidad De La Salle. No. 60, 215-235

Escritor: ÁLVARO ANDRÉS RIVERA SEPÚLVEDA

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