Género e identidad de género

La identidad de género es la manera como las personas se identifican con un determinado género. En occidente existen dos géneros masculino y femenino, que se los reconoce por los roles que les son asignados. Ropas, formas de hablar, labores que desarrolla. Puede ocurrir que se adopte una identidad genérica que no corresponde al sexo biológico.

              “En relación al género hay que establecer que entre éste y el sexo existen diferencias. El primero es un status biológico, determinado por la existencia del binario hombre – mujer, en las sociedades occidentales. Un modelo cuestionado con la existencia de cinco sexos” (Fausto Sterling, 2004: 269 – 276).

Está dado por la naturaleza, pero no radica en lo binario. Lo estudian las ciencias naturales y se nos presenta como una condición. El segundo, es un constructo social que determina los vínculos entre categoría de personas (Scott, 1997). Establecido por un proceso cultural, es estudiado por las ciencias sociales.

Es un concepto que requiere ir más allá de la concepción binaria (Grunenfelder, 2010). Guarda relación con los significados que cada sociedad le atribuye a la diferencia sexual   (Gomariz 1992).

Robert Stoller fue quien estableció las diferencias a partir de una investigación sobre la educación recibida por niños y niñas, de acuerdo a un sexo que fisiológicamente no les pertenecía (Gomariz, 1992:84).

El término género aparece a finales del siglo XX, ya no como categoría lingüística ni bio-evolucionista, sino con el propósito de esclarecer las relaciones sociales, económicas y políticas entre categoría de personas, ampliando el concepto a otros aspectos que no son polarizantes y opuestos. Anteriormente, en 1955, John Money había propuesto el término “papel de género para describir el conjunto de conductas atribuidas a hombres y mujeres” (Gomariz, 1992:84).

Lleva implícito una “forma de referirse a la organización social de las relaciones entre los sexos” (Scott, 1997: 13) y denota un rechazo al determinismo biológico. Permite definir las relaciones entre hombres y mujeres y no solamente hablar del sexo oprimido. Posibilita ver los roles sexuales a nivel histórico, en las distintas sociedades, determinando desde allí la forma que se estableció el orden social (Scott, 1997: 14). Es una “forma de hablar de los sistemas de relaciones sociales o sexuales” y reivindica “un territorio definidor específico porque los cuerpos teóricos existentes son insuficientes para explicar la persistente desigualdad… y se accede a partir de él a tener ‘una voz teórica propia’” (Scott, 1997: 20). Es imprescindible para una comprensión holística, porque facilita decodificar el significado y comprender las relaciones de la interacción humana y ver de qué manera “la política construye al género y el género construye la política” (Scott, 1997: 23).

Para conocer y dilucidar como se determinaron las relaciones de género hay que indagar sobre diversos procesos: ver cómo y porque sucedieron determinados acontecimientos; buscar las explicaciones sobre el significado de las actividades femeninas a través de la interacción concreta; indagar sobre los sujetos individuales, la organización social y las interacciones que mantienen. Los análisis que surjan de estos tópicos habilitará a “rechazar la calidad fija y permanente de la oposición binaria para lograr…una deconstrucción…de los términos de la diferencia sexual” (Scott, 1997: 20 – 21).

Joan Scott, en 1986, planteó que el género tiene dos aspectos: la una, es parte constitutiva de las relaciones sociales; la otra, una forma primaria en las relaciones significantes de poder. Es un campo en donde se articula el poder transformándose en “parte crucial de la organización de la igualdad o desigualdad” (Scott, 1997: 21-22-24). El concepto de hombre y mujer son categorías que no tienen un significado último trascendente y si bien parecen estables contienen definiciones alternativas, negadas o eliminadas (Scott, 1997: 25).

Las relaciones de género son aquellas que vinculan categorías de personas, se compone de cuatro elementos: a) símbolos que evocan representaciones múltiples; b) la interpretación de los significados de esos símbolos, dada por las “doctrinas religiosas, educativas, científicas, legales y políticas” que dan los significados de ser varón o mujer; c) lugares en donde se establecen las relaciones de género: parentesco, trabajo, educación, economía, política, (los cuales deben ser analizados críticamente); d) la identidad subjetiva que se construye desde lo social (Scott, 1997: 21-22). Estos elementos no actúan de manera separada, lo hacen simultáneamente, conocer sus interrelaciones posibilitará clarificar las relaciones de género desde el movimiento feminista en Ecuador.

Surgen entonces los sistemas de género, que son de carácter social, determinan de qué manera hombres y mujeres actúan, cuáles serán sus competencias y sus ámbitos de acción  (Astelarra, 2004). Difieren en cada sociedad; transformándose en un “conjunto de prácticas, símbolos y representaciones, normas y valores sociales que las sociedades elaboran a partir de la diferencia sexual…y que dan sentido a las relaciones entre personas sexuadas” (De Barbieri 1990, citado por Gomariz 1992:84).

En los vínculos sociales, que implican masculino y femenino, existen relaciones de poder, “las relaciones entre unos y otros están marcadas por la existencia de jerarquías que comporta privilegios” (Astelarra, 2004: 9). Esas diferencias pasaron a ser la base que justifica la división “sexual” del trabajo, la división moral del trabajo (Fuller 1993) y la división “sexual” del placer.

Esta ley normalizadora de lo que implica ser masculino y femenino, según Butler (2002), se evidencia en restricciones crueles y fatales ante la desnaturalización del género. En este escenario, “… el “género” solo existe al servicio del heterosexismo…” (Butller, 2002: 182). Estas normas de autenticidad actúan en la constitución del sujeto y condenan toda incertidumbre de género, “…es una ley normalizadora que prevalece sobre los seres humanos obligándolos al suicidio, al sacrificio del erotismo homosexual o al encubrimiento de la homosexualidad” (Butller, 2002: 203).

El “género en disputa” representado por el travestismo que subvierte esas normas dominantes de género y desafía la pretensión a la naturalidad y originalidad de la heterosexualidad” nos da la oportunidad de revestir nuestra existencia con otros matices (Butller, 2002: 185).

Cabe resaltar que no todas las sociedades demarcan estas fronteras rígidas determinadas por el género y la heteronormatividad, tampoco comparten la visión binaria de género.

Autor: Jadira Martinez

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