Cinco de la mañana, suena mi despertador. Busco con mi mano, todavía aturdida por el sueño, el botón de off en la mesilla al lado derecho de mi cama. Lo que encuentro es la pared, palpo suavemente a ambos lados, no me ubico, abro los ojos repentinamente y no veo nada, es de noche cerrada. Me incorporo y veo al lado izquierdo la luz del despertador, por fin lo apago.
Por un momento me entra angustia de pensar que llego tarde a trabajar, pero en décimas de segundo me doy cuenta de que no estoy en casa. Por fin han empezado las ansiadas vacaciones después de un año de duro trabajo, estoy en África!!!, comienza mi primer día de safari. Me levanto de la cama y me golpeo en la cabeza, había olvidado que estoy en una tienda de campaña en el Tented Camp de Masái Mara, en Kenia. Tras unos minutos, me hago con mi nuevo entorno, un reducido espacio con una camita, una balda para poner algunas cosas y una linterna. No hay baño ni agua corriente. Abro la cremallera de la tienda y me asomo con cuidado con la linterna en la mano, recordando las instrucciones de seguridad que nos había dado el guía la noche anterior, está prohibido salir de las tiendas solos y sin luz, hay que hacer señales luminosas y un Masái vigilante pasa a buscarte para acompañarte al baño o a la zona de comedor.
Observo alrededor de la tienda, está amaneciendo, apenas se ve nada, pero lo que sí percibo son los maravillosos sonidos de la naturaleza, el dulce canto de los pájaros, el gruñido constante de animales que no reconozco, incluso me parece oír algún rugido de león. Me visto y llamo a “mi Masái” que amablemente me da los buenos días en suajili y me acompaña al baño con un bidón de agua que han calentado en la hoguera para poder asearme. Después me indica el camino a la zona habilitada para desayunar, una mesa desmontable y sillas plegables en medio de la nada, todavía húmedas por el rocío del amanecer africano.
Siento mucho frío, la temperatura es de casi 5 grados. Ya es de día, me giro y descubro detrás de mí que el río Mara pasa al lado del campamento y justo detrás empiezo a ver lo que en un principio me parecían arbolitos y que ahora con más luz descubro que son animales. Estamos en medio del Masái Mara rodeados de vida salvaje, los gruñidos que escuché en la mañana eran, ni más ni menos, el lenguaje de los ñus, las cebras, los hipopótamos, las hienas, los leones…qué maravilla.
A las seis de la mañana ya estamos todo el grupo listo para salir de safari en 4 por 4. Con nuestras cámaras en mano, gorros, pañuelos para el polvo y protección solar, comentamos el espectacular amanecer que hemos visto, el sol rojo y después naranja iluminando poco a poco la gran extensión de Sabana que hay a nuestro alrededor y mostrando ante nuestros ojos miles de animales despertando a un nuevo día.
Empieza a subir la temperatura, el sol ya calienta y promete ser uno de eso días en los que se llega a rozar los 40 grados. La diferencia de temperatura entre el día y lo noche es increíble, por lo que el look habitual africano es el llamado vulgarmente “ir como una cebolla”, empiezas el día abrigado como si fuera invierno y a medida que pasan las horas te vas quitando prendas hasta quedarte en chanclas y en tirantes.
Nos adentramos en la sabana en silencio y por las rutas permitidas a los safaris, muy atentos a ver si tenemos suerte de ver enseguida alguna escena de caza por parte de los leones, los leopardos o las hienas, ya que a primera hora de la mañana y al anochecer es cuando están más activos los depredadores. Me conformo con poder ver a alguno de los cinco grandes (elefante, león, leopardo, rinoceronte y búfalo) en este primer día del viaje.
Hemos recorrido pocos metros desde que salimos del campamento y de repente empezamos a sentir mucho más cerca un fuerte ruido, como quejidos, y lo que parece ser el trote de un conjunto de animales. Miro a mi derecha y no doy crédito, reconozco el ñu, la cebra y el antílope, que tantas veces he visto en los documentales de la 2, pero lo más sorprendente es que hay miles de ellos por todas partes, corriendo de un lado para otro sorprendidos por el ruido de los motores. Están en plena migración, vienen desde Serengeti a Masái Mara en busca de agua, y es espectacular verlos todos juntos hasta donde me alcanza la vista en el horizonte. Al cabo de una hora, el sonido emitido por los ñus ya nos resulta familiar, hay tantos que no se escucha silencio dentro de esta inmensidad.
Es la hora de volver al campamento, la ruta de hoy ha sido a lo largo del río Mara durante kilómetros y kilómetros, a pesar del cansancio y el calor, seguimos ojo avizor por si acaso en el camino de vuelta se nos cruza un león. Me he sentado en la parte alta del todoterreno, donde te puedes poner de pie porque no hay techo. Me levanto y contemplo delante de mí el horizonte sin fin de la increíble sabana africana, siento un atisbo de fresca brisa en la cara sobre la fina capa del polvo dorado que está sobre mi piel, y me doy cuenta de que se me escapa una lágrima, el corazón me palpita con fuerza y tengo la carne de gallina. Lo que tengo ante mis ojos es la Madre Naturaleza, en su estado más salvaje y puro, y por primera vez en mucho tiempo siento en este momento algo que todo el mundo busca y que es difícil de encontrar, la felicidad.
Escritor: Marta Garoz