La apología de Sócrates y el precio de la verdad

Apología es sinónimo de defensa. La Apología de Sócrates es pues un escrito en que Platón, discípulo de Sócrates, expone su versión de los hechos de lo que fue el proceso al que fue sometido su maestro alrededor del año 399 A.C.

La figura del protagonista de esta obra corresponde a la de un hombre inconforme con el modo de ser de los hombres de su época. A él se le concede el mérito de ser el primero en darle una finalidad al conocimiento como un medio para alcanzar la realización personal. Es decir, los pensadores que precedieron a Sócrates eran más bien científicos, pues se dedicaban a investigar el componente común de las cosas materiales, pero Sócrates fue el primero en poner la perfección humana al centro de la reflexión, desarrollando un discurso ético y moral, proponiéndose la tarea de predicar la virtud como medio para formar buenos ciudadanos.

En esta misión de formar los auténticos ciudadanos atenienses, Sócrates se vale del encuentro y del diálogo para salir al paso de las personas. Pues a través de sus preguntas hacía caer en cuenta a todos de su ignorancia. Las razones de este método nacieron del hecho que un amigo suyo preguntó en el oráculo de Delfos quién era el hombre más sabio de Grecia, y la adivina le respondió que Sócrates. El sabio no creyó en las palabras del oráculo y se puso a buscar la persona más sabia. Habló con poetas, artistas, artesanos y toda clase de gente pero se dio cuenta de que todos poseían un cierto tipo de ignorancia y que la mayor ignorancia de todos era ignorar lo que ignoraban. De ahí su frase famosa: “Yo sólo sé que no sé nada”

Sócrates recibió el apelativo del “tábano de Atenas”. Un tábano es un mosco que pica muy fuerte los animales. De la misma manera Sócrates “picaba” las conciencias de los ciudadanos y de sus dirigentes. La ironía era una de sus armas más fuertes y tenía la capacidad de romper cualquier clase de argumentos llevando a su contrincante a la contradicción. Su constante crítica a las costumbres y a las incoherencias de los gobernantes le ganó muchos enemigos, entre ellos los sofistas, quienes formaban una corriente de oradores engañosos con capacidad de volver cualquier mentira en verdad, y cualquier verdad en mentira.

Por sus verdades, incomodidades y por el número de seguidores que le escuchaban, fue llevado a un juicio conspiratorio en el que fue acusado principalmente por dos delitos: El de difundir doctrinas corruptas en los jóvenes y el de profesar una fe contraria a la de los dioses de Grecia. Frente a estas acusaciones, Sócrates no parece tener muchas ganas de defenderse. Dice que en su oficio no hace como los sofistas que cobran por hablar y que no se ha metido con ninguna divinidad. Al respecto reconoce estar respondiendo a un llamado divino de hacer caer en cuenta a todos de su ignorancia y que existe una sola sabiduría divina conocedora de todas las cosas. Dice también que no está interesado en corromper la juventud y que cree en los dioses del estado, pues al recriminarle que creía en los demonios se contradicen, ya que ellos eran considerados hijos de los dioses. Hay que explicar que los demonios que aquí se hace referencia no son los mismos que concebimos hoy día, eran consideradas divinidades intermedias, especie de ángeles que estrechaban el inmenso abismo entre los hombres y los dioses.

Después de un gran debate en donde Sócrates no busco convencer a nadie sino el decir sólo la verdad, se da el veredicto final en el que se tenía la costumbre de que el condenado eligiera la pena. Pero en un gesto “irónico” Sócrates dice tener derecho de ser enviado en el Pritáneo a vivir a expensas del estado, lugar en el que era recompensado a los ciudadanos por sus servicios y recibían comida y toda clase de comodidades. Esta afirmación no gustó al jurado, inclinando más la balanza a la condena a muerte, que consistía en tomar un veneno llamado cicuta. Veneno que el mismo condenado bebió voluntariamente sin acceder a los intentos de apelación de sus amigos.

Por lo visto Sócrates no tenía ningún interés en sobrevivir y da la impresión que buscaba voluntariamente la muerte como si quisiera dar una última lección a sus discípulos; primero, ratificar con ella que todo lo que enseñó era cierto y que su espíritu era tan libre como para no dejarse someter a las trampas de sus enemigos. Segundo, aceptó con tal actitud la muerte que demostró ver en ella un doble bien: Por un lado ser liberados de los sufrimientos de este mundo y por otro la transición a una vida entre los justos. Por lo tanto, Platón quiso considerar la valentía de su maestro al aceptar el paso inevitable de la muerte como un bien necesario para una nueva vida.

Escritor: William Mora