LA PRESENCIA DE LA AUSENCIA EN LA COMPRENSIÓN DE LECTURA

Muy al estilo de Georg Gadamer, se asumirá el proceso de lectura desde una perspectiva estructural propia del lenguaje. La estructura consiste en una articulación de elementos dentro de un bosquejo (muy a la manera kantiana), donde dichos elementos se encuentran íntimamente ligados de forma tal que la alteración de alguna de las partes implica la modificación de la estructura en su totalidad. Pues bien, la transformación de la estructura se produce en virtud de la capacidad de comprender, pues ésta es la que incita el movimiento y el cambio de las partes de aquélla (la estructura).

Ahora bien, de entrada se halla el primer componente de la estructura de la lectura: leer-oír. Ambos se conectan de la siguiente forma: “Leer es dejar que le hablen a uno”, expresa Gadamer. Cuando a uno le hablan, uno oye. El oír implica una previa comprensión de lo dicho a través de la palabra escrita o hablada. Aquí se presenta una ‘tensión’ entre la palabra muda (la escrita) y la palabra sonora (la leída), ya que en el proceso de lectura se presenta el paso de la imagen a sonido.

De allí, de la ‘tensión’, se desprende el segundo momento: leer-ver. Es necesario retener lo visto en el proceso de la lectura. Claro está que dicho fenómeno de la lectura no sólo implica el acto de ver lo escrito, sino también de oír el sentido de la palabra leída, que a su vez evoca nuevos sentidos y sonidos. Aquí se encuentra la función de ‘la intuición’ en el campo del lenguaje, la cual recae en ‘el aspecto poetológico’. Este aspecto posee un carácter muy singular, pues radica en que la noción de tiempo no se resuelve por la vía de la sucesión (como en Kant), sino por el camino de la simultaneidad (que en Kant se refiere al espacio).

Como tercer momento, tenemos que en el proceso de la lectura se hace abstracción de lo material, se recrean imágenes lingüísticas, esto es: sentidos y sonidos. Además, la experiencia de la lectura tiene diversos escenarios, donde se produce un encuentro entre lo real del texto y lo imaginario del lector. Ello se resuelve bajo el estatuto del ‘oír interior’, de lo simbólico. Aquí está precisamente el campo propio de la realidad del lenguaje, donde la intuición se instaura en el nivel de la abstracción.

Para Gadamer, la intuición -que se presenta como la fuerza evocadora de lo oído y lo visto de modo simultáneo y mezclado- va más allá de la noción antropológica, es decir, no se queda en la mera función fisiológica de dichos sentidos. Esta superficialidad es lo propio de la concepción que Leonardo Da Vinci tiene de la poesía y la pintura. Para este autor, el oído ocupa un segundo lugar, ya que “[…] el ojo es la principal vía intelectual para apreciar plenamente la magnífica obra de la naturaleza”. De hecho, para Da Vinci hay una sucesión en dichos sentidos, pues “a la visión le sigue la audición […]”. Dicho de otro modo, la pintura está por encima de la poesía, debido a que la primera tiene al ‘ojo’ como su principal fundamento, y la segunda al ‘oído’. Como bien se puede notar, en Da Vinci ambos sentidos se clasifican desde el punto de vista antropológico (desde las meras sensaciones) y no desde la noción ‘poetológica’, es decir, desde el ámbito de la experiencia sensible a priori.

Pues bien, Da Vinci no tiene en cuenta que la sensibilidad pueda apartarse del entendimiento, vale decir del nivel intelectual. La sensibilidad –diferente de la sensación- es el medio por el cual se dan los objetos de la naturaleza. Además, la sensibilidad es la que provee de intuiciones a la consciencia, que pueden asumirse como una anticipación del pensamiento con respecto a un momento específico, donde se recrean los objetos sensibles. En efecto, la sensibilidad es la capacidad de percibir las representaciones que se originan en el momento en que los objetos afectan la consciencia que percibe. Y es al producto de dicha afectación a la que se le denomina sensación.

La división entre sensibilidad y entendimiento se da únicamente desde el punto de vista teórico, ya que el entendimiento posee la facultad de llevar las experiencias sensibles al plano conceptual. Luego, el mismo entendimiento se encarga de separar el material sensible de la experiencia, hasta lograr configurar la forma a priori de la sensibilidad, esto es, ‘el aspecto poetológico’.

Si se reflexiona desde el ámbito del lenguaje sobre la utilidad y la función del oír y del ver, se puede decir que ambos son necesarios, pero no suficientes para lograr la comprensión de lo que se lee. Pues, la experiencia de la lectura implica una noción ‘poetológica’, la cual indica una previa comprensión de lo leído, es decir, suscita “[…] la presencia de lo que no es simultáneo”, la presencia de la ausencia. Allí se manifiesta la presencia del sentido que se anticipa silenciosa y rápidamente al “tiempo presente” en el que se realiza la lectura. Así, pues, se genera una suspensión fugaz del tiempo, que logra una nueva comprensión, una unidad de sentido y un escenario antes no imaginado dentro del ámbito de la lectura.

Escritor: Juan Felipe Gómez Montoya.

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