LAS MANIFESTACIONES EXTERNAS DE LA IDEOLOGÍA EN LA CONSTRUCCIÓN DEL SER, EN INFANCIA DE COETZEE

Infancia es la autobiografía de Jhon Coetzee. En ella narra su percepción de los acontecimientos más relevantes de su infancia, echando de menos la ausencia en su familia de unas pautas claras de comportamiento general. Pero, ¿Qué tan importante es la identificación de una ideología clara en la formación del ser de un sujeto? Sugerir una respuesta a tal interrogante es el objetivo del presente artículo, para lo cual se hará uso de la teoría hermenéutica de Heidegger.

ABSTRACT Childhood is the autobiography of John Coetzee. It chronicles his perception of the most important events of his childhood, missing his family in the absence of clear guidelines of general behavior. But, how important is the identification of a clear ideology in the formation of the being of a subject? Suggest an answer to this question is the objective of this article, for which we will use Heidegger’s hermeneutic theory. KEYWORDS: Children, John Coetzee, ideology, be, apparently.

Infancia es el primer libro de una trilogía, que narra la vida de John Coetezee, una especie de alter-ego de John Maxwell Coetzee , escritor sudafricano ganador del premio Nobel en el año 2003. El personaje principal de la historia es un niño de escasos años que vive con su familia, padres y un hermano menor, en Worcester provincia sudafricana cercana a Ciudad del Cabo, lugar al que tienen que trasladarse debido a un revés laboral de su padre, un abogado que se desempeñaba como empleado oficial. Con aproximadamente ocho años, el infante debe enfrentarse a un cambio radical de forma de vida, que incluye una nueva institución escolar que se rige por un credo protestante y en la que además, son clasificados los alumnos de acuerdo a sus grupos sociales de origen, siendo el más numeroso el de los afrikáners de los cuales su familia desciende, pero cuya ideología no practican. Es allí donde transcurre la mayor parte de su niñez y donde tienen lugar los primeros encuentros, en su mayor parte desencuentros, del inicio de su vida social.

Coetzee niño, experimenta los rigores de la difícil vida política de su país en los inicios del apartheid y trata de construirse como sujeto en un entorno que se le hace hostil y ajeno, entorno cimentado en un lenguaje que no logra aprehender, pues parte de su familia usa cotidianamente el afrikáans y la otra el inglés. La diversidad de los idiomas con los cuales crece, esconde sin embargo un trasfondo más profundo, pues el lenguaje es la materia prima para la trasmisión de las ideologías en las que se basan los dictámenes cotidianos de todos aquellos que lo rodean en su entorno social, pero de los cuales carece su núcleo familiar.

Cuando empieza a asistir a la escuela, tiene la posibilidad de comparar su vida familiar con la de sus condiscípulos, empieza también a cuestionarse sobre cuatro manifestaciones externas que evidencian para él la falta de un código de conducta explícito, pues en su atípica familia “no sólo nunca se pega a los niños, sino en la que además a los adultos se les llama por su nombre de pila, nadie va a la iglesia y se ponen zapatos a diario” (Coetzee, 1998:2). La falta del castigo físico, común y corriente en su entorno social, significa para el niño un vacío de autoridad, un fallo grave en la escala de poder dentro de su hogar “él nunca ha llegado a entender cuál es el lugar de su padre en la casa” (Coetzee 1998:3), falencia que además lo deja desprovisto de una apropiado entrenamiento, para los azotes que reciben todos los escolares en los colegios sudafricanos como parte de las estrategias didácticas de los docentes.

La falta de adhesión a un credo religioso, le incomoda, no tanto como parte de una ruta espiritual, sino como una manifestación externa que le garantice la pertenecía a un grupo definido. Este último hecho, cobra vital importancia el día en que debe enunciar en el colegio la religión a la cual pertenece su familia, ante su desconocimiento de la situación, en la inmediatez del momento y al ver que sus compañeros mencionan tres credos: protestante, judío y católico, decide responder que es católico. Las razones por las cuales elige este credo, no tienen nada que ver con fundamentos religiosos, lo elige por la misma razón que le gustan los rusos “porque le gustaba la letra ‘r’, especialmente la R mayúscula, la más sonora de todas las letras” (Coetzee, 1989:5) y porque había leído las historias de los generales romanos y al llamarse la iglesia a sí misma, apostólica y romana, supone que debe tener alguna afinidad con los heroísmos que atribuye a los militares romanos.

Llamar a los adultos por su nombre de pila, evidencia una ruptura, una falta grave a los parámetros de urbanidad y cortesía de la época, que indicaban de forma explícita, que el respeto que los inferiores (niños, sirvientes), debían a sus mayores se evidenciaba en un trato distante, marcado por un usted y remarcado en la prohibición de nombrarlos con su nombre de pila, reservado solo a sus iguales muy cercano” los afrikáners no osan tutear a cualquiera que sea mayor que ellos” (Coetzee, 1989:6). De ahí proviene también la extrañeza de escuchar a sus padres llamar a su profesora, la señorita Oosthuizen, en una conversación acerca de ella, como simplemente Mary.

Coetzee, experimenta una constante angustia por no contar con la pauta de una ideología clara, una construcción lingüística de costumbres, prejuicios y fórmulas verbales , que le permita sentirse parte de un grupo y así poder adherirse a sus prácticas habituales. Ante el vacío ideológico, trata de construir para sí el modelo del cual su entorno carece. Según Heidegger, estas pautas sociales inherentes a todas las culturas, que él llama habladurías se constituyen en “la posibilidad de comprenderlo todo sin apropiarse previamente de la cosa. La habladuría protege de antemano del peligro de fracasar en semejante apropiación” (Heidegger, 1927:171). Ante la ausencia de prácticas y rituales preestablecidos, el niño intenta adherirse a las opiniones de su madre, pero ésta “dice tantas cosas distintas en distintos momentos que él no tiene ni idea de lo que piensa realmente. Él y su hermano discuten con ella, echándole en cara sus contradicciones” (Coetzee, 1989:5). Y aunque su madre signifique para él, el bastión principal que lo sostiene en este mundo, su falta de carácter y la ambigüedad de sus posiciones, más marcadas por la emocionalidad que por la razón, hacen que sus relaciones se vayan distanciando poco a poco.

Necesitaba murallas para sentirse seguro, necesitaba tener claras las manifestaciones externas de la ideología, las prácticas cotidianas de ésta -normas, pautas, políticas, criterios- para poder inscribirse en la normalidad, en lo que no se sale de la norma, en lo que no llama la atención, porque aquellos que se salen de la norma, que no encajan en los parámetros, son calificados de anormales, inadecuado e inadaptados. John se debate entre el deber ser de la cotidianidad, en la que lee cánones que no encuentran asidero en sus razonamientos y que en su interior cuestiona, como golpear a los niños, y tener prejuicios contra negros y judíos, y un ser en el que a veces se siente cómodo como sujeto, pero profundamente inadecuado como parte del colectivo, por no conocer de antemano los protocolos necesarios y vigentes para cada situación social. A lo largo del camino que lleva al protagonista de la niñez a la adolescencia, se inicia también la búsqueda del niño de sí mismo, sin contar con el asidero seguro de una ideología clara, que le permitiera, o bien, afirmarse en ella o emprender la búsqueda de su propia experiencia fundamental en contraposición a ésta.

Esta angustia toma forma de vergüenza, una vergüenza constante que nace de sentirse continuamente ajeno en su entorno, por no haber tenido las experiencias que le hubieran brindado esa normalidad, y que lo marginan de participar por ejemplo, tanto en su familia paterna como en el colegio, de las conversaciones en las que se recuerdan los castigos corporales “Nunca lo han azotado y se siente avergonzado por ello” (Coetzee, 1989:2). Es una vergüenza o ignominia, de lo que no puede o no debe nombrarse, que encuentra mayor cabida en un alma infantil tímida por naturaleza, como la suya. Ni en la granja paterna, lugar que el niño idealiza como un lugar en el cual se siente realmente feliz, puede ser él mismo, pues frente a la familia de su padre debe fingir, “tampoco puede rehuirlos: si no participa en sus rituales no podrá ir de visita a la granja. (…) muerto de vergüenza despreciándose a sí mismo por su cobardía” (Coetzee, 1989:11).

La vergüenza, según el diccionario “proviene del latín verecundĭa, es la turbación del ánimo que se produce por una falta cometida o por alguna acción humillante y deshonrosa” (http://definicion.de/verguenza/), acción humillante que tiene que ver por ejemplo, con no cumplir con las expectativas sociales y así, el niño John acumula vergüenzas durante toda su niñez por esta razón. Son múltiples las alusiones que el término tiene de forma explícita en la narración: su familia, en especial la falta de una correcta escala de poder en ella, es vergonzosa:

La familia, con la abuela a la cabeza, no está tan ciega como para no ver el secreto de Poplar Avenue número doce: que el niño mayor es el primero de la casa; el segundo niño es el segundo, y el hombre, el marido, el padre, el último (…) En esta perversión del orden natural descubren algo profundamente insultante. (Coetzee, 1989:5)

El temor que le producen los azotes de los profesores tiene más asidero en la vergüenza que en el dolor físico –al que dicho de paso no teme tanto-; le avergüenza tener que quitarse los zapatos en público, pues es de los pocos que siempre ha usado zapatos y sus pies son suaves y blancos; la manera cruda con que su madre habla del dinero; los cortes de pelo que le hacen en Worcester “Hay dos tipos de cortes de pelo: los correctos y los que sufren en Worcester” (Coetzee, 1989:5), y hasta ser sudafricano “es un poco vergonzoso” (Coetzee, 1989:4).

El intento de la construcción de su propio ser, contribuye a su constante desazón, pues no puede ser él mismo en ningún lugar y se siente preso de un parecer camaleónico que le obliga a adaptarse continuamente a cada contexto diferente. Un parecer para cada situación social, asumido después de una atenta reflexión del entorno, tan atenta como pueda llevarla a cabo un niño. Este análisis previo, como se menciona anteriormente, no se le hace posible el día que en el colegio lo cuestionan acerca del credo religioso de su familia, “La decisión de ‘ser’ católico la ha tomado sin pensárselo dos veces“(Coetzee, 1989:2), pues la inmediatez de la situación le obliga a tomar un decisión rápida que después le trae consecuencias negativas; a partir de ese momento debe estar alerta, temeroso todo el tiempo de que su parecer de niño católico sea desvelado. “Que a efectos prácticos ‘es’ católico. Le es difícil plantear el tema en casa porque su familia ‘no es nada” (Coetzee, 1989,2).

John es un niño que necesita la presencia de un Uno , de unas pautas sociales y familiares fuertes y definidas, para no verse abocado asumir la responsabilidad de su ser a tan corta edad, y es claro que, la ideología de base, de un grupo social le hubiera aportado a ese ser en sus etapas iniciales, ciertas garantías que le permitirían moverse con más seguridad en el mundo, en medio de los otros. El niño se siente diferente a sus compañeros de colegio y necesita sentirse parte de algo, un asidero que le brinde seguridad, que le permita despojarse de la responsabilidad de pensarse, un Uno firme para poder parecer un niño más y no él mismo.

Jhon Coetzee está continuamente tratando de determinar quién es el que está ahí, quién es el que cotidianamente está en el mundo, porque su singularidad lo aboca a la soledad, desea la dictadura de las normas para descansar en el tejido de su comodidad cotidiana, el bienestar de no estar continuamente decidiendo lo que quiere hacer, porque esa decisión implica necesariamente hacerse responsable de las consecuencias. Al no contar con un parecer definido, que le permita hacer una interpretación primera del mundo que le rodea a partir de la seguridad de sus presupuestos, él debe dedicarse en su intento de apropiación a apartar ocultamientos y encubrimientos, sin contar con los elementos suficientes para hacerlo. “El Dasein no logra liberarse jamás de este estado interpretativo cotidiano en el que primeramente ha crecido. En él, desde él y contra él se lleva a cabo toda genuina comprensión, interpretación y comunicación, todo redescubrimiento y toda reapropiación” (Heidegger, 1929: 171).

Sin embargo es importante resaltar, que aún a su corta edad, el niño logra llegar a algunas contundentes conclusiones, a través de la confrontación entre la poca información que ha obtenido en su familia y colegio, en forma de prejuicios, ocultamientos y encubrimientos, y lo que ha observado. Por ejemplo, sus tíos maternos afirman que los judíos acabaron con la granja de su padre, pero el niño en su interacciones cotidianas, conoce a algunos que son amables con él, por lo cual llega a la conclusión de que “Los judíos no son tan malos” (Coetzee, 1989:4). De la segregación realizada en el colegio, so pretexto de los credos religiosos, el considera que separar a los judíos y a los católicos, propicia la violencia porque los “someten a la ira de los protestantes” (Coetzee, 1989:4), y concluye que “Si ser protestante significa entonar himnos y escuchar sermones y salir a atormentar a los judíos, no quiere ser protestante” (Coetzee, 1989:4). Y respecto a la discriminación racial, hace una reflexión, a propósito del deseo que tiene de visitar en sus casas, a los empleados negros de su tío Son en la granja, para conocerlos mejor:

Se le disuade para que no visite sus casas (…). Ros y Freek se sentirían avergonzados. Si no es vergonzoso tener a la mujer y a la hija de Freek trabajando en la casa, quisiera preguntar (…) ¿por qué si lo es que les haga una visita a sus casas? Parece un buen argumento, pero tiene un defecto, y él lo sabe. Porque la verdad es que sí es vergonzoso tener (trabajando) a Tryn y a Lientjie en la casa. (Coetzee, 1989:10)

John logra encontrar la contradicción, el ocultamiento que se esconde en las palabras de los adultos, sabe y así lo expresa, que los de color, como son llamados los negros en aquella Sudáfrica, son sus semejantes y se duele del trato al que son sometidos, dolor que aunado a su corta edad y por lo tanto a su impotencia, aumentan su desazón. Lo explícita cuando recuerda a Eddie, un niño negro de su misma edad, enviado por una tía materna a su casa para ‘ayudar’ en las labores domésticas, a cambio de un pago simbólico que debía enviarse a su familia cada mes. A los dos meses el pequeño se escapa, se da aviso a la policía y es devuelto a casa de los Coetzee, han de enviarlo de regreso a su lugar de origen, pero antes ‘deben’ darle el correspondiente castigo, y fue Trevelyan un inglés que se hospedaba con los Coetzee, el que se ofreció para aplicarlo. John recuerda “Trevelyan sostenía a Eddie por las muñecas y le azotaba las piernas desnudas con una correa de cuero.” (Coetzee, 1989:10). Este penoso episodio lo confrontó con su teoría acerca de la bondad de los ingleses y lo llevó al siguiente cuestionamiento “¿Cómo puede Trevelyan, entonces, cuadrar en la teoría de que los ingleses son buenos?” (Coetzee, 1989:4).

Con cada confrontación interior el niño se siente más perdido, porque no encuentra concordancia entre las elaboraciones, los intentos de apropiarse de su ser, con las realidades que experimenta día a día y asume que la única salida es “dejar atrás la infancia, dejar atrás la familia y el colegio, y empieza una nueva vida en la que ya no tenga que fingir más” (Coetzee, 1989:3). Si bien ese intento de apropiación no requiere de estados excepcionales, si se hace necesaria una apropiación lingüística suficiente que garantice ese tránsito, de lo contrario será un proceso interrumpido constantemente por cuestionamientos sin respuesta “Nada de lo que experimenta (…) lo lleva a pensar que la infancia sea otra cosa que un tiempo en el que se aprietan los dientes y se aguanta” (Coetzee, 1989:3).

El proceso de apropiación se interrumpe constantemente, cada vez que ese ser se disimula a sí mismo buscando justificaciones a sus acciones, porque el parecer al que trata de asirse está construido con palabras débiles e inconstantes, que no sirven para construirse murallas lo suficientemente estables, que puedan servirle de abrigo y protección, y llega a una conclusión que hará de él, en el futuro, un ser silencioso y taciturno: “La mejor forma de ser prudente es hablar de menos antes que de más” (Coetzee 1998).

REFERENCIAS

Coetzee, Jhon. (1989). Infancia, BookDesigner program, bookdesigner@the-ebook.org. 01/05/2008
Heidegger, Martín. (1927) Ser y Tiempo. Traducción, prólogo y notas de Jorge Eduardo Rivera. Edición electrónica de www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía
Universidad ARCIS.
Schopenhauer, Arthur. El mundo como voluntad y representación. En http:/www.LibrosTauro.com.ar
http://definicion.de/verguenza/
Van Dijk, Teun A. (2005). Ideología y análisis del discurso. Utopía y Praxis Latinoamericana / Afio 10. N° 29 (Abril Junio, 2005) Pp. 9 – 36 Revista Internacional de Filoso ña Iberoamericana y Teoría Social / ISSN 1315-5216 CESA – FCES – Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela.

Escritor: Dally Ortiz Quintero