Limbo

Sí, tengo este rostro de tierna, pero hoy fui netamente punk rock, recordando mis dulces 17. Esos 17 de carpe diem, de tristeza agresiva, de desespero incrustado en el alma, de gritos silenciosos, de una corrida sin rumbo. entrometerse. Llamar o no llamar, escribir o no escribir, esa es la cuestión. No conozco los límites, perdóname.

Despierto y veo que el óvulo no ha sido fecundado. ¡Lo que faltaba!, como si no tuviese lo suficientemente incierta, llegan a mí los cólicos del alma. El día prometía. en un living. El único lugar confortable y solitario donde podía estar ha sido transformado en una plaza pública con wifi. Me coloco los audífonos para intentar abstraerme un poco del entorno, pero no obtengo éxito, pues el ruido exterior es mayor que el que mis oídos pueden oír con los audífonos. Respiro fondo, disimulo mi molestia explicita y continúo leyendo el diario virtual.

Miles de versos vienen a mi mente, pero no los registro, porque por estos días es efímera, cual humo de atardecer, cual frio tropical; y porque estoy desesperada. Créanme, no es fácil ser mujer. No es fácil tener cólicos biológicos y cólicos del alma. Tu silencio y tu ausencia acrecientan mi limbo, quiero ir para el cielo o para el infierno, pero el limbo no, ¡por favor! ¡El limbo me mata! Esta sensación de caminar en la oscuridad, esta mi paranoia emocional, eta sensación de desconfianza, este querer-hacer-y-no-poder- coarta mi libertad, mi reprime y me anula.

Envío curriculuns y voy a almorzar. Mejor. Pero el alimento no sacia mi ansiedad. Necesito salir. ¿Y donde una mina como yo podría ir a realizar su catarsis? A la biblioteca y a la calle. Me voy con mis audífonos, mi estilo punk rock underground, mis gafas y mis ojos negros. Mi banda sonora: Stone Temple Pilots, Edith Piaf, Radiohead, Janis Joplin entre otros me van acompañando. Llego al centro, y me dirijo al confort de mi alma: biblioteca pública. Ya todos me conocen, soy la chilena que le gusta leer, la que habla chistoso.

Bajo al acervo y me deleito. Iba en busca de una literatura nueva, algo levemente existencialista, con un toque de humor, nada de filosofía sartreana, pero no puedo dejar de pasar, aun así, por el estante de “literatura francesa”. Y ahí está ella: Simone de Beauvoir, con Los Mandarines. Lo tomo, lo enamoro, dudo entre él y “Comer, rezar, amar”, que anteriormente había encontrado gracias a la ayuda de la muchacha bibliotecaria.

¿Y ahora? Por primera vez entendí la bigamia. Quería llevar la literatura leve, peor no podía dejar en el estante a Simone, ¡jamás! Incluso con sus 855 páginas, incluso con sus palabras que herirían y resucitarían mi alma. La Simone de tanto tiempo, de amores femeninos, inteligentes, progesterona dulcemente mezclada a independencia, a arrogancia, a individualidad, a dependencia, a carencia a firmeza y fortaleza. ¡No!, de ninguna manera! Simone viene conmigo para casa. Y tú, literatura leve con más de 8 millones de ejemplares vendidos, no me sorprendes, pero te vas conmigo para casa también. Salgo de la biblioteca con el leve en la cartera y Simone en la mano. Claro, soy considerada. Y mientras camino, una mujer la confunde con la Biblia.

-¿Qué es eso?

-¿Cómo?

-¿La Biblia? Léemela.

-No, no es la Biblia.

-Ah, chao.

Llego al supermercado y es lo mismo de siempre: hamburguesas, budweiser, mayonesa, pan, queso. Yogurth no, todavía tengo. Voy a tomar el bus, que ya ha salido. Coloco una cara de tierna y expresión de súplica para que el chofer se detenga y abra la puerta. Siente compasión, la veo en su sonrisa. Abre la puerta. Ávida subo y me siento. ¡Uf, ahora siento calor!, ¿pero qué importa?, dentro de poco hago el ritual: sándwich, budweiser, sofá, t.v: casa. La casa soy yo y mi existencialismo individualista arrogante, mezclado a carencia crónica poco conocida y un toque de optimismo. ¿Idealismo? Cada día disminuye su porción.

Escritor: Daniela Vidal Ruiz