Mujeres de la mafia (italiana)

Las mafias no son simplemente organizaciones para delinquir. Más bien, se podrían definir como organizaciones paralelas al estado que desarrollan actividades violentas e ilegales, de manera aparentemente legal, con el objetivo de conseguir poder y dinero. Lo cual llevan a cabo controlando territorios y mercados, estableciendo relaciones de corrupción y connivencia, entre otras con la política y la economía, y contando tanto con un código cultural propio como con cierto consenso social. En algunas mafias, como en la siciliana cosa nostra, el clan toma su nombre del territorio que controla. Los Corleonesi del famoso Totò Riina, por ejemplo, deben su nombre al pueblo de Corleone. En otras, como en la calabresa ‘nrdangheta, el clan coincide con la familia de sangre, de la que toma el nombre.

La tradicional invisibilidad de las mujeres en este ámbito ha contribuido a una falta de conocimientos generalizada del universo femenino de las mafias. La adopción de la perspectiva de género al estudio del fenómeno de los últimos veinte años ha permitido que las mujeres de la mafia empiecen a salir de la sombra y que sus vivencias puedan adquirir matices que permitan ir más allá de los estereotipos que suelen representar a las mujeres o bien como ángeles del hogar inconscientes o, por el contrario, como brujas malvadas. Gracias a un enfoque de género se ha podido tomar conciencia, por ejemplo, de que la típica imagen social de la mujer mafiosa silenciosa, sumisa, vestida de negro, es el resultado de las declaraciones y testimonios de sus hombres.

Los únicos reconocidos tradicionalmente por los jueces -en su gran mayoría también varones- como sujetos activos de delito. A partir de los años noventa el número de mujeres detenidas y procesadas por delitos vinculados con la mafia no ha hecho sino aumentar. Y es que la emancipación femenina en la sociedad en general ha tenido consecuencias también para los clanes. Los cuales, sin embargo, han sido capaces de adoptar únicamente aquellos elementos de la modernidad que fueran funcionales a sus propios intereses y a combinarlos con la tradición, en una mezcla entre continuidad e innovación que es típica de las mafias.

La participación femenina en el ámbito financiero y criminal de las organizaciones mafiosas empieza a crecer exponencialmente a partir de los años 70: las mujeres comienzan a ejercer de testaferros, de mediadoras financieras, de carteras entre los hombres en la cárcel y el resto del clan e incluso de coordinadoras, cuando los hombres están escondidos o en prisión.

El aumento de la presencia de las mujeres se da en concomitancia con el de la partición mafiosa en el narcotráfico y en el sector financiero, que generan la necesidad, apremiante, de reinvertir el dinero. Surgen entonces tareas que no requieren el uso de la fuerza física y que, además, las mujeres pueden llevar a cabo despertando menos sospechas que los hombres. Las tareas de sustitución del poder masculino, como las de coordinadoras del clan, se disparan sobre todo a raíz de la represión estatal de los años 90, cuando muchos jefes o bien están en la cárcel o bien se esconden para evitarla.

El poder que las mujeres ejercen en esas condiciones puede llegar a ser muy grande, pero casi siempre es delegado: se ejerce en nombre del varón que ha tenido que dejar su puesto vacío y solo hasta que él vuelva. No es casual que sean las mujeres -y no otros hombres- a adquirir este tipo de rol: delegando el poder a un hombre, se corre el riesgo de que éste intente robarlo, mientras que de las mujeres se espera que custodien el poder masculino.

A la nueva repartición sexual del trabajo no corresponde, sin embargo, ni una verdadera independencia económica de padres y maridos ni, menos, un cambio en las relaciones de género. Las mujeres mafiosas siguen siendo consideradas propiedad de los hombres y del clan, mercancía de trueque en el ámbito de políticas matrimoniales pensadas para fortalecer alianzas y recomponer equilibrios. La condición actual de las mujeres en contextos mafiosos se mueve por lo tanto en una dicotomía entre complicidad y victimización. En un contexto donde, además, la virilidad juega un papel fundamental y donde garantizar la reputación masculina es tarea de las mujeres. Las contradicciones y ambigüedades de las que son sujeto y objeto son numerosas. Un ejemplo para todos es la cuestión del ‘honor’. Si por un lado las mafias presumen de un ‘código de honor’, que prohibiría tocarlas, por el otro cometen el ‘crimen de honor’, dirigido unicamente a ellas.

Históricamente las mujeres han jugado un papel fundamental en la transmisión del código cultural mafioso. Las madres socializan los hijos al odio y a la venganza, les enseñan la ‘ley del padre’, que las quiere mudas y sin deseos propios, y la ‘ley del silencio’ (en italiano omertà). Por lo tanto, en el momento en el que las mujeres consiguen rebelarse a una vida típicamente marcada por la violencia y rompen ese silencio, por ejemplo colaborando con la justicia, el sistema entero entra en crisis.

La violación de la ‘regla mafiosa’, la traición al clan, se castigan ferozmente, porque sin la servidumbre y el silencio complaciente la mafia no puede existir, y lo sabe. Y que sean sus propias mujeres quienes escapen al control e incluso desvelen secretos o denuncien a la justicia hechos ilícitos es tan inaceptable como peligroso. Y es un ejemplo que otras podrían seguir. Un camino, el de la ruptura radical con ese universo a través de la colaboración con la justicia, tan difícil como esperanzador en cuanto a poder, finalmente, como mujer de la mafia, aspirar a una plena autodeterminación y emancipación.

FUENTES principales

Ombretta Ingrascì, Mujeres de honor, más entrevista con la autora;

Anna Puglisi, Donne, mafia e antimafia, más entrevista con la autora;

Renate Siebert, Le donne, la mafia (entre otros textos de la autora).

Escritor: ELENA LEDDA