Estas últimas décadas se ha hablado de la música como una cultura propia y a partir de ahí ha desarrollado líneas teóricas y metodológicas de búsqueda, que han pretendido un nuevo tratamiento formal y estructural de la acción musical. Es en este sentido que se ha hablado del «paradigma culturalista» o del «segundo paradigma de la etnomusicología» .2 Esta manera de entender la investigación etnomusicológica se inició en EEUU bajo el impulso de los estudios de autores como Alan P. Merriam o Charles L. Seeger, y en Europa tuvieron como máximo exponente John Blacking. Lo que se pretendía era alejarse de la noción occidental de música (de la música como actividad artística) y acercarse como fenómeno cultural o desde la perspectiva antropológica. La definición más concisa y concreta que podemos dar para caracterizar esta vertiente de la etnomusicología contemporánea es la que hizo Alan P. Merriam: «El estudio de la música como cultura» .3
Cuando hablamos de este cambio copernicano en los trabajos etnomusicológicos que considera a la música como a cultura estamos hablando de no centrar la atención no más en la transcripción de las tonadas o en los instrumentos musicales. Estamos hablando de tener en cuenta otros factores como: la aculturación, la difusión, la educación, el uso, la variabilidad o las valoraciones que acompañan a un cierto tipo de acción musical. Según José Martí, este cambio ha sido muy importante porque «resulta claro que la música que puede ser etnomusicológicamente investigada no se limita ni mucho menos a lo que nos tiene acostumbrados la práctica científica. Se puede hacer trabajo de campo en la Amazonía o en los valles perdidos del Pirineo. Pero también será posible hacer un trabajo de campo en nuestras salas de ópera, los conciertos de rock o los mismos pasillos del metro ».4
Podemos decir que este giro de la ciencia etnomusicológica se corresponde al giro que en su día hizo el nacionalismo cultural a partir de las aportaciones de autores como Herder desde Alemania. De la misma manera que se empezó a considerar que toda la humanidad participaba de la cultura, pero en un grado diferente, también se ha considerado que todas las acciones sonoras de la humanidad pertenecen al ámbito del universo musical.
Con el paso de los años, la especie humana ha experimentado un proceso de subjetivización de la propia existencia, a partir de dos grandes fuentes de información: la genética y la cultural. Toda esta información ha sido la clave de su supervivencia en la tierra y adaptación al medio.
Asimismo, los dos tipos de información necesitan algún tipo de soporte material que haga posible su transmisión de un individuo a otro y de una generación a otra. Estos dos ejes de información se corresponden, a la vez, con los dos grandes procesadores de información de que dispone el ser humano: el genoma y el cerebro, los cuales utilizan la información. Y es este uso que hacen de la información lo que ha hecho viable nuestra existencia: lo que ha hecho posible la existencia de unos seres vivos que son entidades improbables y alejadas del equilibrio.5
Por su parte, la información cultural, que es la que nos interesa aquí, proviene de un aprendizaje individual o colectivo (social) y se puede transmitir e interpretar gracias al lenguaje. Asimismo, tenemos que hablar en tres sentidos diferentes: la información como forma o estructura (información sintáctica y estructural), la información como correlación (información semántica) y la información como capacidad de actuar sobre el receptor (la información pragmática) .6
Los humanos reciben, pues, información por herencia biológica e información por herencia cultural (por aprendizaje). Así, el aprendizaje social que encontramos en la cultura es lo que permite el establecimiento de una tradición que siempre es plural y nunca es unívoca. Entonces, esta cultura se convierte en una especie de segunda naturaleza para la especie.
El establecimiento de esta tradición, de esta continuidad en el tiempo de la cultura, ha conllevado en una substantivización de la cultura y del arte. Y es en este momento cuando la cultura deja de ser sólo una cultura subjetiva (por ejemplo la cultura anime de Cicerón) y nace la noción objetiva de la cultura: se inicia el uso substantivo del concepto cultura, el cual aparece conjuntamente con la substantivización del concepto de arte en el siglo XVIII.7
La substantivización de la cultura -y la de la música- es un camino hacia el orden que nace del esfuerzo y de la resistencia frente al medio y de la angustia de la existencia efímera del ser humano. Brota de un dinamismo creativo de donde emerge una estructura y un conocimiento objetivo u objetivado. Una estructura que salta lo cotidiano o del presente más inmediato.
Esta nueva consideración de la música por parte de los etnomusicólogos ha dado un paso hacia el humanismo. Su concepto de música significa un ideal de música humanística en su sentido universal: todas las civilizaciones participan o han participado de una cierta cultura musical y la música queda inscrita dentro del mundo humano y su entorno socioeconómico.
Así pues, la música es algo que pertenece a toda la especie y que se dirige a la subjetividad. En un territorio intermedio que es el espacio clausurado y siempre inagotable de nuestra intimidad y, al mismo tiempo, el enclave de la mayoría de nuestras acciones. La hermenéutica moderna o las teorías recientes de la recepción han destacado el aspecto subjetivo, pero no han acabado de denotar uno de los factores más problemáticos y originales: el dominio sensible e influenciable de la subjetividad. Un dominio que no es un «hecho» o una «dato» de nuestro ser, sino un proceso, el cual puede ser un río de ideas fértiles o un charco donde se pudren los instintos. Y por esta subjetividad, el proceso de recepción, en su intimidad o en su vida, de toda la serie de estímulos que provienen de fuera es algo extremadamente delicada que, a su vez, requiere de una cierta creatividad desde donde organizar e interpretar estos datos.