REFLEXIONES SOBRE LA GEOPOLITICA DEL SIGLO XXI

No hay geopolítica cubana y la que hubiese se entiende principalmente desde el comunismo, descrito en los postulados de Hausschaufer que definen al siglo XX como el momento de los avances tecnológicos, de las fronteras vivientes y del terror controlador. Ahí cabe el socialismo soviético y, por extensión, Cuba. Y es un cubano el que expone un simple argumento, como parte de un sistema de pensamiento, de una elaboración política y cultural, de una nación: nos atacan con un estilo de vivir. Como lo dice Ziegler, estamos en guerra, lo cual trae sacrificios; el peor de todos es tener la posibilidad de nacer y morir en ella, pasarnos nuestra existencia en el campo de batalla.

No es sólo un espacio configurado por la caída de las torres, la invasión a Irak y el planteamiento del nuevo escenario bélico, en el que el enemigo es invisible, o como lo dice Heriberto Cairo en su prólogo a la obra de John Agnew, “una red que actúa en nombre de ningún estado”; es más que eso. Muchos nacieron en un mundo en guerra, y al parecer hay quienes quieren que mueran en un mismo escenario.

Podría leerse como fatalista sin serlo. No es mejor el mundo actual, de eso no hay duda. Y no lo es porque cuando la doctrina geopolítica inglesa interpretaba la realidad del siglo XIX no había terminado el colonialismo, y si bien América se proclamaba como independiente, la verdad era que seguía siendo colonia, ya no por la ocupación o por la regencia política de las metrópolis, sino por los capitales de empréstito que hacían de su soberanía un asunto debatible. Aún lo es, a fin de cuentas la Doctrina de Seguridad Nacional no es exclusiva de los Estados Unidos: también en Latinoamérica se aplica. Es la descripción de un hecho, simplemente.

La situación resulta ser desalentadora si uno se percata de los impactos más determinantes de la globalización (que ya existían en tiempos de la Corona Británica decimonónica): los bienes financieros están por encima de los intereses nacionales, las soberanías se han ido diluyendo ante el poder de los capitales transnacionales, los poderes tradicionales de los estados han ido menguando ante el poder de los mercados, como lo describe Maurech-Siman. Es decir, vivimos en un mundo en el que las colonias todavía existen, porque perviven las metrópolis que dictan a sus “posesiones” de ultramar lo que deben y no deben hacer. Y no es un problema moral que se proclame a los cuatro vientos la existencia real de las democracias en los estados cuando ella no es más que un teatro en el que se actúa con coordinación y elegancia el sinnúmero de valores occidentales que no actúan en el fondo como raíces generatrices de identidad. Los americanos son examinados de acuerdo a los valores occidentales de libertad y democracia, la autodeterminación y libre elección en los individuos y los estados, pero en verdad lo que sucede es un sometimiento a esquemas duales como los que expone Sotelo Navalpotro, en donde América es subdesarrollada, o a dominaciones externas ejercidas por los capitales y sus respectivos estados de origen. Es verdad, los latinoamericanos deben someterse al juicio de otros.

Habrá casos en los que eso no es un problema: qué conveniente es que por ejemplo un vicepresidente deba viajar a Ginebra para dar cuenta de la situación de los colombianos en materia de derechos humanos durante el Examen Periódico Universal del Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Pero hay muchos otros en los que eso sí es un problema. No sólo tenemos deuda externa, también tenemos que respetar a los militares estadounidenses que se sobrepasen en nuestro territorio, y tenemos que debatir entre nosotros las licencias mineras en páramos y cuencas acuíferas que piden constantemente ciertas multinacionales canadienses. Acosa el carapálida.

¿Qué debería responder el pueblo latinoamericano? Siguiendo a Klare en su exposición, pues no mucho, pues el plan del imperio es que establecer su supremacía: La potencia dominante tiene intenciones serias de seguirlo siendo ad eternum. Luego, desde las doctrinas geopolíticas hegemónicas, no es que las cosas vayan a cambiar mucho. Y ni qué decir de las posturas económicas. Dice Sotelo Novalpotro que si cada parte del sistema sigue la evolución que le corresponde, la distancia entre los países desarrollados y los subdesarrollados no desaparecerá. Luego, las esperanzas de que esto cambie son pocas. ¿Cuándo ha querido un sistema hegemónico dar espacio a aquellos valores que cuestionen en lo más mínimo su propio sistema? Ellos no van a dar pie a variaciones. La globalización de la democracia nacida de la libertad y el comercio no va a ceder por sí misma.

Si hay movimientos antiglobalización e intenciones de establecer economías locales y solidarias, hay una esperanza. Y evitando el maniqueísmo, se puede decir que por aquí es el camino. Los cultivos orgánicos de las fincas del oriente antioqueño, el café libre de químicos sembrado en Jericó, las vacas y animales de engorde criados con productos naturales, la actitud de los campesinos de las veredas que siempre están atentos a colaborar,…

No es tarea fácil, pero es posible que ante los antivalores que trae consigo un sistema de pensamiento dominante, se sostenga una actitud vital que defienda la dignidad, evitando a toda costa la explotación a gran escala.

Escritor: Carlos Saúl Rueda Agudelo

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