Tono ( Ecena)

Siempre he tenido curiosidad de recordar desde cuándo que nacen ciertos comportamientos, sentimientos y sensaciones que experimento frente a situaciones de la vida, para el caso de mis viajes también quise hacerlo. El primer recuerdo que tengo de atreverme a realizar odiseas -que otro infante de mi edad no realizaría- creo que se remonta cerca de los tres años de vida. Me encontraba en casa de mi tía, mi padre estaba muy enfermo, mi madre cuidaba de él, mi hermano intentaba distraerse en juegos para no pensar en la salud de papá, y yo solía hacer lo que un niño no frecuenta hacer: mirar hacia la calle e intentar socializar con la vecindad, dado que en mi casa no se hablaba más que de enfermedades, algo poco estimulante para una niña inquieta.

La casa tenía una reja de madera la cual consideraba un obstáculo en mi proceso de explorar el entorno, era de poca altura y en una esquina tenía una especie de banquillo donde muchas veces me senté sólo a mirar. Para mi familia, el banquillo nunca generó conflictos pues, nunca pensaron que una niña de tres años la usaría como medio de escape -un pensamiento bastante peyorativo para la mente imaginativa de un niño-. Además, en la situación que se encontraban, mi comportamiento nunca implicó preocupaciones -decían que era bien portada- y lo agradecían ya que, ni en la mente ni el corazón de ellos figuraba otra cosa que no fuera la mejoría de papá.

 No sé si me cansé, no sé cuánto demoré, no sé si seguí a alguien pero caminé largos metros hasta el lugar que visitaba cada tarde: la panadería. Era un lugar afable, social y humano. El olor a pan recién horneado y delicias pasteleras cautivaba a cualquier peatón que rondara las proximidades, y a mí también. Me encantaba acompañar a mi familia a este sitio, porque más allá del olor, a las vendedoras les gustaba mi pelo y los pliegues que tenían mis engordadas pequeñas piernas. Por otro lado, les parecía gracioso que las saludara por su nombre y les preguntara el contenido de cada delicia.y un sinfín de frases que mi memoria no alcanzó a retener.

El seudónimo me hacía gracia, yo no entendía el significado de la palabra pero sabía que cada vez que lo decía, su rostro dibujaba una mezcla de asombro y alegría al encontrarse con “algo” que no esperaba. En ese instante, se dio cuenta que andaba sola, ella se asustó y me tomó de la mano fuertemente hasta llevarme a casa. En mi hogar no percibieron mi desaparición, sí se alegraron de verme sana y salva al entender que el recorrido que había hecho era peligroso. No hubo reproches ni tampoco cuestionamiento o interrogaciones de qué buscaba o qué pretendía, puesto que la atmósfera no concebía otra realidad que no fuera la potencial partida de mi padre.

En mi primera incursión aventurera no tuve motivos (al menos que tenga conciencia), no obstante la sensación de saberme capaz de enfrentar un entorno inhóspito y salir ilesa quedó grabado a fuego. Por mucho tiempo realicé viajes en búsqueda panaderías y que alguien me hallara y expresara: “tesoro!!!”. Sin embargo, el viaje que vivo ahora, está marcado por riesgos mayor que el de mi primera vez; quizás esta vez no salga ilesa como antaño y puede que me lleve algún dolor; puede que nadie se alegre de encontrarme, empero soy yo quien se goza de saber que por primera vez sé que no me perderé y yo hallaré el tesoro que estaba oculto a mis propios ojos, que era yo misma.

Escritor: Lacey López