DILUIR LA MUERTE EN VIDA

La presunción dualista generalizada, presente en los seres humanos acerca de su sendero determinado por el destino, o construido por la autonomía del ser, ha acompañado la humanidad a lo largo de su historia, y por ello, la proliferación de las explicaciones teóricas para defender cada una de estas opciones de vida se han protegido bajo los domos de las visiones presocráticas sobre el ser. Según Castoriades, la posición antagónica entre Parménides de Elea y Heráclito de Efeso con referencia al ser[1] condicionó las interpretaciones intelectuales acerca de la sociedad sobre un sesgo ontológico.

La inmutabilidad del ser como esencia, de acuerdo con Parménides, redujo, hasta el punto de la inmovilización, las posibilidades de alteración del destino previamente marcado; en otros términos, el camino está, se debe limitar simplemente a seguirlo; el ser está y no puede estar por fuera de sí mismo. Al otro lado de la interpretación del ser se posicionó Heráclito, argumentando que la esencia del ser es su transformación constante y las formas adquiridas por este son realmente su verdad.

Tomando como referencia esta apreciación, el destino está diseñado y materializado por quien es el propietario del ser, es este dueño quien le da forma y decide sobre sus constantes modificaciones. Esta dualidad calificada por Castoriades como una Ontología Lógica determinó la construcción de los imaginarios y las representaciones, tanto individuales como colectivos, por más de 20 siglos, y es por ello que se hace imperativo una construcción disímil, en la cual le ser humano se construya sobre una Ontología No Lógica, en otras palabras, es una necesidad ontológica del ser humano su constante emancipación.

De acuerdo a lo anterior, la Película Las Horas es un constante desenvolvimiento dicotómico entre esa Ontología Lógica, condicionante del destino ya elaborado, o construido por el ser y la propuesta de Castoriades sobre una Ontología No Lógica, garante de la emancipación continua del ser. En su individualidad y  de manera conjunta cada uno de los personajes de la película afronta su imaginario de felicidad reducido a la cotidianidad lesiva contra su ser emancipante. Regresar de la guerra para un militar es la génesis de una nueva oportunidad en la construcción de su vida, máxime cuando la misma se idealiza sobre los pergaminos del reconocimiento a labor castrense habilitando una construcción mental casi que perfecta de la mano con la felicidad; pero que pasa ¿cuando este imaginario icónico se derrumba y la cotidianidad de lo opuesto a lo idealizado se convierte en la forma de vida? Al parecer esto le pasa a todos los militares, sin importar su rango.

La dilatación y relativización de la felicidad se convierten en la mejor herramienta para afrontar esta realidad insoslayable, con la siempre presente esperanza de revertir lo vivido, o en menor medida, expresarlo cuando lo ocasión lo permita, por ejemplo, en la celebración de un cumpleaños y se le pida al homenajeado unas palabras. El ocultamiento de la infelicidad en la rutina propia, y en la vida aparentemente común del otro, condicionado por el espacio geográfico y social incomparable a una urbe como Londres, produjo en la realidad de Virginia una oposición determinante entre el ser de carne y hueso sumido en la verdad de la provincia y la posibilidad de revertirlo a través de la pluma. Una pluma cargada de múltiples llaves habilitadas para abrir un número ídem de puertas, pero que todas conducían hacia la vía del escape de la felicidad en la muerte.

Una muerte presente en la rutinaria vida de la madre de Richard, acompañada de la obligación de cumplir con la felicidad del otro, un otro indefenso, cuyo refugio de resignación era la propia construcción de su vida imaginada sobre bloquecitos de madera que terminaron derrumbándose a través de una ventana. Una ventana que por varios años cumplió su función como barrotes de la más segura prisión del mundo, la propia vida condicionada por la enfermedad, biológica y socialmente rechazada. El imaginario de mundo real accesible casi en su totalidad a las manos del escritor cuyo reconocimiento y admiración se evidencian a través de la entrega de un premio, gracias a su condición de sujeto lleno de potencia y fuerza, en palabras de Spinoza, termina reducido a muros de concreto y cristal.

La vida nuclear de Richard no hacia parte de su membrana protectora, era por el contrario el alimento permanente de quien lo quería ver vivo sin importar al crudeza de su enfermedad. El abandono, o la muerte; fueron las dos vías tomadas por quienes compartieron sangre y vida durante nueve meses y que por las continuidades de la vida compartida sus salidas a la rutina se cruzaron; en el caso de la madre de Richard,  la eliminación de su ser biológico, en un comienzo, era la única opción para darle vida a su ontos, y termino alejándose de su realidad, derrumbando el imaginario ideal construido por Richard.

En el caso del escritor, su muerte a través  del cristal enmarcado fue su camino expedito a la concreción de su propia ley; una autonomía constreñida a la verdad de la representación exógena de su vida por parte de quienes con halagos públicos pretendieron minimizar su muerte viviente, reducida a unos cuantos metros cuadrados.Las preguntas quedan abiertas sobre la significación de la vida y la muerte; la felicidad y la tristeza. Estos cuatro factores determinantes en el desenvolvimiento de cualquier ser humano a lo largo de su existencia biológica, posibilitan la edificación de múltiples opciones idealizadas de la vida. La afrontación de nuestros imaginarios, sus respectivas representaciones, pero sobre todo lo tangible como sujetos y cuerpo, nos acercaran o alejaran de la felicidad compartida o reducida a la individualidad.

 Referencias

[1] CASTORIADES, Cornelius, en Institución Imaginaria de la Sociedad.

Autor: Jose Andres Perez Camacho