DOSTOIEVSKI Y LA BÚSQUEDA DE LA VERDAD

Tal vez, sin fijarnos, escribimos por el deseo que nos lleva el pensamiento de escudriñar en lo profundo de lo real y de lo intangible. Tal vez, sin menospreciar un oficio tan antiguo, escribir es la manera más acertada de comprender el mundo en que vivimos y quienes somos. En la mayoría de escritores que han dejado su precedente en la historia de la literatura y la humanidad, podemos encontrar este fenómeno no solo como un arte de la caligrafía sino también como un arte de la reflexión, de la idea.

Si partimos de la idea, aquella concepción ideológica que puede, y a veces debe ser expresada, comprendemos que eso individualiza al ser pensante en cuanto a que lo sustrae de la realidad y le permite la abstracción; en estos procesos surge la sospecha de la verdad. En otras palabras, la consciencia de un yo dialogizado que afirma o niega la idea.

Para ser más específicos, en el caso literario, una idea está permeada de “un carácter netamente monológico”; las ideas afirmadas hacen parte de la “visión” y “representación” del autor. Las ideas no afirmadas se expresan a través de los personajes “no como ideas significativas sino como manifestaciones del pensamiento”. Cuando comprendemos esta diferencia, sabemos que el autor por naturaleza es ideológico, es decir, quien crea la idea, y los personajes la individualización de dichas ideas o el pretexto de la significación. Por tanto, autor y personajes, aunque se originan en el yo dialogizado, se diferencian por su rol en el texto, sin pasar por alto que el autor se permea con el personaje, cada vez que entra en juego una nueva idea, una nueva voz.

Esto quiere decir, que el autor mediante los juegos narrativos que emplea magistralmente puede dar directa o indirectamente sus ideas. Puede pensarse que un libro es un arma ideológica desde cualquier punto de vista: lo condensa todo, pero a la vez abre la posibilidad hacia lo insondable. Esto en cuanto a la idea del Héroe que puede ejemplificar la idea del autor infinito.
Sin embargo, es importante aclarar que las ideas “no representadas: bien sustituyen o controlan internamente la representación, echan luz sobre lo representado” (Bajtín, 1999, p.121), expresan el mundo monológico del autor.

Fedor Dostoievski, escritor de la Rusia zarista del siglo XIX, es un autor reconocido como un artista de la idea. En su poética vislumbramos que la idea está sujeta a varias condiciones. La primera, habla de que solo el “hombre en el hombre” “puede ser portador de una idea con pleno valor”. Es decir, el personaje se convierte en una estrategia narrativa que le permite al escritor reflexionar sobre sus ideas, al expresarlas de manera dialógica. Un caso concreto, aunque esté alejado de la Rusia zarista, es El Extranjero de Albert Camus, cuando el personaje es un narrador que reflexiona de las cosas cotidianas, de los sencillos momentos de la vida: “Al despertarme, Marie se había ido. Me había explicado que tenía que ir a casa de su tía. Pensé que era domingo y la idea me contrarió: no me gusta el domingo” (Camus, 1999, p. 26).

Aquí vemos cómo esta poética de la idea puede rastrearse en la literatura del siglo XX, y esclarecer la segunda condición propuesta por Fedor: “La idea empieza a vivir, esto es, a formarse, a desarrollarse, a encontrar y a renovar su expresión verbal, a generar nuevas ideas, tan solo al establecer relaciones dialógicas esenciales con ideas ajenas” (Bajtín, 1999, p. 125). En otras palabras, la idea es construida y verídica en la interacción de los personajes, mediante los cuales puede existir como una cosa representada con palabras.
Aun así, Dostoievski fue más allá de la concepción inicial de la idea y planteó: “Igual que la palabra, la idea quiere ser oída, comprendida y “respondida” por otras voces desde otras posiciones” (Bajtín, 1999,126). Por lo que la idea es planteada como un “acontecimiento vivo que se lleva a cabo entre conciencias-voces”. La idea es, solo mediante el diálogo o la capacidad de dialogicidad entre esas voces, que enuncian verdad.

Esta dialogicidad nos muestra que las voces son la imagen de la idea. Dostoievski se convierte en un artista de la idea al oír y expresar el diálogo de su época. Es más, al relacionar este diálogo con épocas pasadas o futuras, dada la nitidez de su percepción; es un autor excepcional, en cuanto que reconoce que en la polifonía puede abarcarse el deseo de conocer la verdad y articular un método que le permite congeniar prototipos ideológicos, confrontarlos y recrearlos según su necesidad inicial.

Finalmente, la tercera condición diferencia al hombre que crea la idea y al autor que la expresa. En este sentido, el autor debe guiar el proceso creativo del hombre para mantener el tono adecuado de lo que se escribe: “El yo que conoce y que juzga el mundo como objeto no aparece aquí en singular sino en plural” (Bajtín, 1999, p. 143). Es la polifonía, la técnica creativa que deja atrás estilos monológicos de la Ilustración y el Romanticismo, basados en el aforismo; para encarnar mujeres y hombres políticos, verídicos, tangibles, tan reales como si pudiésemos tocarlos y sentirlos en nuestra piel. Por lo que de ese modo sentimos el sufrimiento, las peripecias, las contradicciones, los beriberis de Rodia y su introspección al respecto de su crimen, Dunia y su deseo de sacrificarse, Sonia y su inmensa compasión, y aquellos otros personajes que encontramos en la literatura de Fedor Dostoievski y que nos acercan a una posible verdad.

Autor: Dunia Oriana González Rodríguez