AUTOESTIMA Y FRUSTRACIÓN VAN DE LA MANO

Desde que somos pequeños, ante nosotros se nos plantean situaciones diversas. Algunas las buscamos y/o propiciamos nosotros mismos, mientras que otras nos las encontramos.
Las situaciones que buscamos, normalmente son objeto de un fin que nos produzca la consecución de un deseo o beneficio.
Las situaciones que nos llegan sin buscarlas, normalmente nos son tediosas y difíciles de solucionar puesto que no las hemos previsto ni planificado con anterioridad.

Las primeras situaciones nos deparan lo que nosotros buscamos, lo que nos gusta. Por este motivo, las recibimos abiertamente, con alegría porque nos van a proporcionar bienestar. Sin embargo, las segundas situaciones no serán tan bienvenidas. ¿O tal vez sí? ¿De qué va a depender? ¿Dependerá de la situación? ¿Dependerá de la percepción que cada individuo tenga de dicha situación?…
“Cómo afronte un individuo una situación que se le presente, va a depender del nivel de tolerancia a la frustración que posea”.

Veamos dos ejemplos que muestren esta afirmación.

• Puede tratarse de un individuo a quien desde pequeño le hayan enseñado a enfrentarse de forma positiva a las distintas situaciones y además le hayan dejado libertad para solucionarlas por sí mismo. En este caso, dicho individuo, cuando sea adulto sabrá enfrentarse a cualquier situación que se le presente, sin frustración alguna. Su actitud será positiva y de tal confianza en sí mismo que, cada situación que se le plantee, por muy incómoda que sea, la tomará como un nuevo reto a conseguir. Además, tendrá una actitud perseverante en la consecución de su objetivo y no le importará el tiempo que le lleve hasta obtener el resultado final que quiere.

• Por el contrario, si hablamos de un individuo a quien desde pequeño le han dado todo lo que ha pedido y en un corto período de tiempo, sin que en ningún momento él haya tenido que esforzarse por conseguirlo, entonces dicho individuo, cuando sea adulto presentará un sentimiento de frustración, incluso antes de intentar resolver la situación que se le plantee resolver. La percibirá como un conflicto o problema. Además de frustración, podrá tener sentimientos de miedo e inseguridad en sí mismo y en sus posibilidades debido a la falta de estrategias de planificación y de resolución de situaciones que manifiesta. Este individuo adulto se sentirá incapaz de conseguir algo por sí mismo. Cada vez que le inunde una sensación así, se sentirá mal, ciertamente “pequeño” al verse incapaz de conseguir lo que se propone. Sentirá cada situación difícil de resolver como una amenaza en su vida y mostrará una actitud de dejadez o de huída ante dichas situaciones en vez de querer enfrentarse a ellas.

¿Cuál es la diferencia principal que encontramos entre ambos individuos adultos?
La diferencia principal es el tipo de educación en la cual se ha desarrollado cada uno. Veamos por qué sucede así.

El primer individuo, desde pequeño ha sabido enfrentarse tanto a situaciones de éxito, como de fracaso. Esta educación le ha permitido tolerar la frustración y confiar en sus posibilidades, dando lugar a un adulto con una adecuada autoestima. Al segundo individuo, desde pequeño no le han permitido enfrentarse por sí mismo a ningún tipo de situación; siempre las han resuelto por él. Esta educación no le ha permitido valorarse positivamente, ni sentirse capaz de afrontar situaciones diversas.
No le han permitido conocer, desarrollar y aprender estrategias de resolución por sí mismo, ni a través del modelado de los adultos que le rodeaban, ni a través de sus propias experiencias vividas.
La educación de este individuo habrá provocado en él sentimientos de baja estima y, por lo tanto una actitud de “tirar la toalla” ante todo aquello que se le presente como aburrido, dificultoso o que, simplemente no satisfaga sus necesidades de forma inmediata. Este individuo no tomará cada situación como un reto a conseguir, ni como una posibilidad más para desarrollarse y madurar como persona. Este individuo no conocerá la sensación de satisfacción que todo ser humano siente tras conseguir un logro por sí mismo. La falta de conocimiento de tan buena sensación le llevará a no intentar alcanzar metas. Y, en caso de que intente conseguir algún objetivo propuesto, en cuanto perciba un primer indicio de no poder llevarlo a cabo, sentirá frustración porque no le han enseñado a tolerarla.

La autoestima y la frustración van de la mano porque si un niño se desarrolla en una educación de confianza en sus posibilidades, será capaz de aprender a tolerar la frustración. De adulto será una persona con una adecuada autoestima y con capacidad de no frustrarse ante las situaciones más difíciles que la vida le presente. Aprenderá de ellas de forma significativa y madurará con ellas.

Escritor: Cristina Lobo Sáez