Educación Tuerta

No cabe duda que la actividad docente se basa en la formación de aprendizajes y creación de prácticas pedagógicas afines al sistema económico de un país. Este principio teleológico se relaciona con la formación de prácticas de enseñanza centradas en conocimientos teóricos-metodológicos que luego en la praxis pedagógica se reflejaría lo que esa sociedad espera de su sistema educativo y de la formación del docente.

Lo anterior está en función de contextos socioculturales concretos. De acuerdo a esos entornos ecológicos se identifican distintas vocaciones-formativas para la actividad de la docencia. Por ejemplo, en el mundo anglosajón el valor que se da a la educación es crucial para entender de manera comprensiva las razones del porque aquellas sociedades ejercen una influencia relevante en este campo.
Otro aspecto que refuerza las particularidades hegemónicas del “primer mundo” es, entre otros factores, la exigencia y calidad de la oferta educativa fundamentada en altos niveles de N logro en su población.

En base a lo anteriormente expuesto y tomando prestado el concepto de tipo Ideal del viejo Weber, nos surge la siguiente pregunta: ¿Qué sucede en nuestro contexto sociocultural hispanoparlante, y en específico el caso de Chile?
En la sociedad chilena resulta paradójico y altamente relevante apreciar cómo se puede comprender holísticamente un sistema educacional, y dentro de este campo, la práctica de la docencia. Y al respecto quisiera presentarles un juego de interpretaciones personales, que para algunos puede resultar un poco antojadizo, por lo cual les doy mis escusas de antemano, pero permítanme intentar poner las fichas a la discusión sobre este tema, y así, contribuir a contextualizar el rol que como docentes nos cabe en este movedizo siglo XXI.
Históricamente hemos sido una nación que vive mirándose a sí mismo pero con los ojos en otra parte. Somos como una comunidad de tuertos y ciegos, donde unos emplean sus ojos para mirar “hacia un lado” y otros para mirar “hacia otro lado”. Y esto se cruza cuando otros hacen una “cazuela” de miradas de ambas partes. Y más aún hay otros que son incapaces de mirar siendo “ciegos funcionales”, ya sea por omisión o ignorancia a secas.
Entre quienes miran “hacia un lado”, y que siendo francos no tiene nada de malo hacerlo siempre y cuando esa visión no se vuelva un comportamiento dogmático, miope o parcial de la realidad social. Así, entre quienes asumen esa mirada encontramos a algunos que miran con ojos de primer mundo sin ser de primer mundo, los que le otorgan valor a estadísticas, índices de todo tipo (ingresos per-cápita, PIB) planteando que vamos camino al “Desarrollo Económico”. Hay quienes buscan la maximización y rentabilidad económica de sus empresas y fomentan la innovación sin correr riesgos (VAN > 0 o TIR=0). Están los que dan excesiva relevancia al sistema legal. Otros cumplen formalmente lo que dicen las normas de calidad de procesos productivos sin primero inducir a actores intraempresa en la autoevaluación.
En el caso de nuestro quehacer como docentes están aquellos que miran “hacia un lado” observando, por ejemplo, la propensión pedagógica de educar en “competencias

académicas” para formar profesionales y técnicos especialistas que estén a la altura de las exigencias esperadas en los mercados laborales. Aquellos que de forma intencional o no fomentan la competitividad escolar, la evaluación objetizante, el dar valor a la calificación expresada en una nota y no centrarse en aprender, que no necesariamente son lo mismo. Hay quienes se apegan de forma estricta y rígida a la normativa institucional de recintos educacionales. Hay quienes se ciñen al cumplimiento sofocante de extensos contenidos curriculares que en muchas ocasiones no se condice con el tiempo real para enseñarlos ni con el nivel de exigencia que dicen presentar, etc.

Entre quienes miran “hacia otro lado”, y haciendo el símil inverso con los mismos ejemplos anteriores, encontramos a quienes miran el primer mundo cuidando no olvidar quienes son. Quienes valoran las estadísticas e índices como indicadores que dicen algo de nuestra realidad económica, pero que no olvidan que aquellas cifras no hacen frente a la creciente desigualdad del país. Inversionistas que hacen cortapisas sociales a emprendedores o innovadores. Están quienes, de arriba y abajo, emplean resquicios legales en sus acciones. Están aquellos que avisan a las empresas cuando se van a hacer procesos de auditoria en relación con normas de aseguramiento de calidad.

Por otro lado, entre los educadores que miran “hacia otro lado”, y en similitud a los casos anteriores, están quienes no tan solo dan importancia a la formación de competencias académicas sino también no olvidan que la educación implica educar a personas en mayor cooperación y colaboración mutua, motor para el crecimiento efectivo de un país. Están quienes miran al alumno como sujeto con potencialidades múltiples que a veces se ocultan en debilidades susceptibles de mejorar por medio de nuestra misma práctica docente. Están aquellos que hacen del “analfabetismo funcional” un terreno de oportunidades y no de crítica y discriminación en el aula. Aquellos que visualizan la docencia como un proceso en constante actualización afín a un mundo incierto y líquido y no en función de prácticas pedagógicas estáticas del pasado que algunos de nosotros creen ver como aspectos débiles en los estudiantes. En quienes ven la evaluación de aprendizajes como un proceso integral continuo que no empieza y acaba con la calificación. A aquellos docentes que son capaces de incorporar en su práctica pedagógica las particularidades y “mundo de la vida” de sus estudiantes. Están aquellos que median las influencias foráneas como un aporte que suma, pero no las toman como recetas “mágicas” de enseñanza. A aquellos que incorporan en sus prácticas pedagógicas un lenguaje claro, sencillo y asertivo haciendo suyo las mismas idiosincrasias idiomáticas del entorno social donde nos insertamos.

Finalmente, los docentes tenemos que dejar de pensar que nuestros alumnos suban a entendernos, por el contrario, nosotros descender y ayudarlos a acercarse al mundo del saber. Que nuestros alumnos nos vean como cercanos y no como educadores que hacen su trabajo de enseñanza bajo una ambivalente “educación tuerta”.

Escritor: CLAUDIO VALDERRAMA,