El sueño de «Miguelón»

El sol ya no alumbrará más esta jornada, pero el fuego que mantenemos prisionero y alimentado por madera muerta nos dará calor y marcará el punto de nuestra reunión. Los ancianos entonarán sus cánticos y compartirán su sabiduría con el resto de nosotros, plantas y tierra darán color a nuestra cueva y nuestra cacería no será nunca olvidada. Los tramperos harán muescas en sus armas y seremos temidos por el resto. Las demás tribus aprenderán nuestros símbolos y viajaremos en todas direcciones, seguiremos a la estrella más brillante de la noche o acompañaremos a la fuente de toda vida en su camino, y allá donde ésta brille moraremos.

Marcaremos el barro con cuñas, y las dejaremos secar al fuego o a la luz del sol, contaremos nuestras riquezas, la tierra, el grano, el ganado, y modelaremos la arcilla, con distintas formas representaremos números y los encerraremos en esféricas creaciones para que nuestros sirvientes no puedan robarnos al viajar por la faz de la tierra con nuestras riquezas.

Los muros de nuestros palacios mostrarán grabados en piedra la gloria de nuestros líderes, dinastías enteras serán inmortales en nuestras paredes, y cada concepto tendrá una forma distinta de cada uno de los demás.

Daremos forma a los sonidos que exhalan nuestras gargantas, cada fragmento de cada una de ellas tendrá un símbolo único y cada parte podrá articularse con las demás, dando significado al mundo que dominaremos y que estará a nuestro servicio.

Vaciaremos el mar, y extraeremos de las entrañas de las conchas el púrpura real que solo usarán los más poderosos, y colorearán sus ropajes para que los demás sepan de su posición. Hollín, cinabrio o los restos del embriagador vino marcarán los prensados restos del papiro, las trabajadas pieles de los animales y los exquisitos lienzos de la planta del arroz. Los guardaremos enrollados, lejos de los indeseables ojos de nuestros enemigos y crearemos bibliotecas para almacenar este conocimiento. Nunca al pueblo deberemos hacer partícipes de nuestros secretos.

Fervorosos sacerdotes copiarán una y otra vez maravillosas ilustraciones y códigos para que nuestros más agraciados sabios no olviden lo que no se debe de perder en la oscuridad del tiempo que todo lo borra, que todo lo cubre y como la muerte nos trae el olvido.

Usaremos la prensa, la porcelana y la tinta, y produciremos incontables volúmenes repletos del saber que atesoraremos para que la rapidez de nuestras creaciones pueda extenderse al galope de nuestros caballos, propagándose como el fuego en las sabanas donde rugen los leones y corren los antílopes.

Dominaremos los números y mediremos el mundo en el que vivimos, construiremos altas catedrales que rivalizarán con la no nata Babel. A cada fuerza del cosmos, una expresión; a cada región un nombre en nuestros mapas. Miraremos hacia las estrellas y dejaremos de ver ángeles en la bóveda celestial, caerán las esferas cristalinas y los planetas girarán alrededor del astro rey y el conocimiento dejará de ser algo para unos pocos elegidos por el poder de nuestros dioses.

De las entrañas de la tierra extraeremos el grafito, y nuestros artesanos y artistas podrán hacer uso de él para plasmar sus futuras creaciones, sabiendo que una equivocación no tiene porqué acabar un proceso, que en la escritura ya existe la segunda oportunidad y que las palabras escritas en papel ya no tienen que ser indelebles.

Gracias a nuestra sabiduría acumulada nacerá el control de lo más grande y también de lo más pequeño. Suspenderemos cables de los muertos árboles que clavaremos a la vera de nuestros caminos y nuestras palabras se escucharán más allá de donde el viento pudiera llevarlas.

De silicio y los rayos formaremos nuevos entes, esclavos en nuestras manos, que realizarán las más difíciles tareas que desafían las mentes de los más afamados eruditos. De los infinitos números creados elegiremos tan solo a la unidad y a la nada, y con estas dos ideas diseñaremos un mundo donde nuestros pensamientos viajarán más rápido de lo que lo que cualquier ojo, de hombre o bestia, pudiera siquiera llegar a seguir. La Luz se plegará a nuestra voluntad y hablará de nuestra historia, y ya nunca más tendremos que arrebatar la vida de los seres vegetales que nos sirven…

Pero el fuego me espera, la tribu reposa apacible tras sus largos días de cacería, el invierno se acerca y debemos prestar atención a lo que nos tengan que decir los ancianos, mis sueños preclaros jamás podrán cumplirse si no escuchamos y no recordamos lo que se nos tenga que decir en esta noche oscura.

Escritor: Diego Guzmán