Sobre el aprender a escuchar

¿Cómo puedo ser Yo sin el Otro? ¿Es posible una narrativa de sí o una autobiografía sin hacer alusión a otro que está allí, en mi historia? El Otro permite verme, el Otro me permite ser. Convengamos entonces, si el Otro me permite estos asuntos tan trascendentales, ¿Por qué es tan frecuente la eliminación del Otro desde todas las formas posibles? Es decir, al ignorar al Otro, al no escucharlo por ejemplo, y la más grave de todas, la misma eliminación física. ¿Será que al verme en el Otro y querer eliminarlo estoy enfrentándome a mi propio Yo, el cual no soporto?.

Como premisa de este planteamiento se debe plantear que es muy importante reconocer al Otro y que ese Otro también reconozca al Otro, como parámetro mínimo para una posible relacionalidad básica de apertura. Reconozco en el Otro la posibilidad de que me forme y me de forma, de que pueda aprender cosas desde ese Otro. También reconozco que puedo aportarle al Otro, y en ese sentido, me veo como un ser que puede formar a Otro(s), pero que también ese Otro, me da forma. En esa medida, en la relacionalidad planteada, es el Otro y el Yo el que constituye un Nosotros.

Un aspecto que permite dar cuenta del reconocimiento del Otro es cuando escucho y soy escuchado. Tal vez uno considera que en el acto biológico del oír se encuentra por naturaleza el hecho de escuchar a los demás; pero creo que no lo escuchamos, no “leemos” entre líneas lo que nos dice el Otro, y ese es el reto, escuchar al Otro es desafiante, consiste en colocarnos en el plan de escuchar el sentido de lo que dice el Otro, no sólo la literalidad de lo que se dice, es además, lo que se dice sin palabras, el trasfondo de la performatividad del Otro frente al Yo.

El reto es pensar en la posibilidad de equilibrar el Yo, el Otro y el Nosotros. Se puede ver en la vida cotidiana un afán por el Yo: en las calles; en los andenes y senderos peatonales; en la forma como conducimos nuestros vehículos en las vías; en las formas rápidas y frontales como caminamos hacia el lugar de trabajo o el lugar de estudio, evitando llegar tarde, pues ojalá sea yo quien me suba al metro primero y el otro “de malas” que no alcanzó; aceleramos el motor de nuestros auto o de nuestras motos para llegar primero que los otros, porque los otros son un reto para ganarles, ganarles un puesto en la fila, un metro, y hasta un centímetro en el recorrido que hago cada día. Yo soy el que debo “salir adelante” como sea. Es una competencia legitimada, pero a veces cobrada hasta con la muerte misma. Yo, yo, yo…

Estas apreciaciones las hago desde lo que he escuchado en el contexto urbano de Medellín, tratando de colocarme en esos lugares de enunciación y en los zapatos de quien los enuncia, arrojando como resultado desacuerdos no manifiestos para su conciliación sino para su imposición en cuanto a lugares y apreciaciones de la verdad construida desde la subjetividad que vivencia los hechos de manera cerrada y solipsista; pues muchas veces, por escuchar bien lo que el Otro dice y responder ante ello, se puede exponer hasta la propia vida, en un lugar de estas cordilleras andinas, donde parece que hemos naturalizado la convivencia con la muerte gracias a más de tres generaciones que hemos padecido la idea de que hay que sacrificar a los Otros porque no están de acuerdo con las ideas de mi Yo.

Ya son más de cincuenta años escuchando frente a la violencia oficial colombiana, pero ¿qué escuchamos? Se escuchan justificaciones, comprensiones, explicaciones, y hasta chistes, de lo que ha sido la convivencia con la violencia armada, escuchando voces de víctimas, victimarios y distorsionadores de esas voces a favor de intereses particulares, tal como pasa con los medios masivos de comunicación, y al final, todos justifican y vuelven válidos todos sus actos, validando y justificando todos sus muertos. La pregunta es, ¿Qué hacer luego de haber escuchado al Otro, sin sacrificar al Yo, sin dejar de construir un Nosotros?.

Escritor:  JAIR HERNANDO ÁLVAREZ TORRES