Para qué me fui a vivir a Buenos Aires? Ah…ya sé. Analía me invitó. Me ofreció vivir en su departamento y conseguirme un empleo. ¡Es que es tan duro conseguir uno en Córdoba! Fui censista, cuidadora de ancianos, repartí folletos, entre otros, Pero nada fijo. Me gusta soñar a lo grande y siempre quise entrar a trabajar en la Serenísima, es mi mayor anhelo. Digamos que estoy estudiando bromatología. Hace 5 años que estoy en segundo jaja. Es que la vida se encarga de hacer sus movidas y doy vueltas en la carrera.

En fin, ¡necesito trabajar! Y me fui del tema… volvamos a Buenos Aires. Como les decía, me mudé y comencé a trabajar en un puestito de café en el mercado central de la capital. Trabajé de noche ¡y si que es grande! (el mercado y la noche). Durante el día me dedicaba a explorar la cuidad y ayudar con las tareas del hogar. Era la única manera de devolver a Analía el favor que me hizo. Ella trabajaba de día y yo mantenía el departamento. Por cierto, la oscuridad que habitada en aquel edificio era escalofriante. Al mediodía ya encendía las luces de todas las habitaciones porque el sol se abstenía a entrar por alguna de las grandes ventanas que el departamento tenía. ¡Dios mío! ¡Eso no me ayudaba a sanar las penas de amor que tenía! (otra de las razones por la que me vine a Buenos Aires).

¿Porqué será que cuando a uno le va mal en el amor se quiera ir a otra cuidad, país, continente? ¿Será que es muy difícil curar nuestras penas de amor en nuestro mismo barrio? Pues a mi me ayudó mucho, porque en Buenos Aires resurgió una persona distinta a la que he sido siempre, pero mi esencia sigue intacta, y una de las cosas por las que me caracterizo es que suelo confiar mucho en las personas, aún no conociéndolas demasiado. Es como que veo cierta magia en ellas, algo que me atrae y me convence a descubrir nuevos mundos y experiencias de vida. Pero tener ese grado de confianza con las personas me ha llevado a fracasar muchas, muchas veces. Y si, con Analía me pasó.

Un día me levanté como a las once, once y media. Hacía un calor que quemaba. Como esa noche no iba a trabajar, amanecí muy relajada y dispuesta a prepararme un gran desayuno. Puse el agua a calentar, busqué las tostadas que dejé hechas la noche anterior y saqué la mermelada de la heladera. Mmm., ¡que rico desayuno! No hay nada más placentero, que sentarse a disfrutar de un buen banquete, ¡y no me importa que tenga las luces encendidas desde ya eh! Pero esa sensación de bienestar se fue prontamente cuando encuentro en la mesa y leo una nota que me había dejado Analía. Ésta decía: “Querida Blanca, necesito que me ayudes más. No traes un buen ingreso a casa y necesito pagar la renta. Quisiera que compartamos los gastos, porque ya no puedo mantenerte más.”

Como mi orgullo es más grande que toda la Argentina, no dudé en buscar mi mochila de jean y juntar las pocas cosas que tenía. La mayoría de la ropa la había dejado en Córdoba, porque en el fondo, siempre supe que algún día regresaría a buscarla. Y claro que terminé mi desayuno, pero cuando tragaba, sentía los nudos que no dejaban que las tostadas pasasen. Me quiso brotar una lágrima pero no la dejé salir. ¿Está bien mi actitud? ¿Quién tenía razón? ¿Se supone que una amiga no te exige de tal manera cuando no tengo en que caerme muerta? ¿O será que tengo un concepto de comodidad que me hace sentirme bien con lo que hago y quizás no me doy cuenta que puedo dar más, darle más? ¡Ni para un hotel tenía! Los nudos que había en mi garganta comenzaron a irse para darle lugar a la bronca que se adueñó de mi cuerpo. También dejé una nota, pero no es apropiado contarles lo que escribí en ella.

Me fui. Di vueltas y vueltas, recorriendo el barrio. Me tomé un colectivo que va para Recoleta y allí conseguí un barcito en el que me pedí un tostado. Es que con hambre no podía pensar. Pasaron dos meses y me encuentro en Córdoba, desilusionada con mi idea de prosperar, conseguir un empleo en la Serenísima, hacer una vida nueva. Siempre voy a recordar a Analía. No supe más nada de ella. Creo que me quiso enseñar a crecer y madurar y lo tomé mal. Pero ya tengo un boleto para volver a Buenos Aires y empezar de cero. Esta vez sería distinto. Esta vez sería definitivo. Tengo cosas por resolver allá y todo lo que venga… es otro capítulo.

Escritor: Mara Vanina Gutierrez

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