HABLANDO DE TRAGEDIA GRIEGA

La vida espiritual, el rictus religioso, el sincretismo; todas estas expresiones corresponden de manera enfática al entorno social y cultural de la antigua Grecia, durante el esplendoroso Siglo de Pericles. El mundo griego desemboca en una cosmogonía que pasa del mito al logos para explicar el por qué de los fuertes cambios y contrastes del ser humano y su entorno que es la naturaleza. Las primeras experiencias, las primeras impresiones del pueblo griego, fueron la fuente, de la cual bebieron los trágicos griegos. En un inicio fue la visión patética, el ‘pathos’, es decir, el dolor y cómo este afecta la conducta de un individuo que se rige por criterios sagrados para guiar a un pueblo.

La tragedia tiene una función social definida, sus orígenes no pueden ser vistos como una manifestación plástica que se desprende de la comunidad. La tragedia como tal fue el rito social que permitió a los hombres del periodo arcaico celebrar la vida, pensar en los ausentes, descansar de la batalla, espiar la culpa, esperando que al terminar el canto trágico, la función social del pueblo renaciera altivamente.

Ubicación geográfica Como lo indica María Cecilia Posada en su libro “De la tragedia a la Opera”, el nuevo culto dionisíaco apareció en Grecia a finales del siglo VI, en la región de Tracia, allá en los valles del Olimpo que se extendían hasta el Helicón y los confines del Ática. Si hacemos una retrospectiva podemos observar a Fidias el escultor en medio de sus maravillas monumentales y al buen gobernante Pericles entre la multitud, mientras que la ciudad se consagra a una fiesta que ya ha alcanzado entre todas las regiones un carácter marcadamente nacional.

Y es en Atenas, la ciudad de los nuevos dioses, donde se rinde culto a Atenea, la predilecta de Zeus, allí también está Apolo, símbolo ciudadano del orden y la democracia, pues es Apolo, el dios de la armonía y el estado de perfección continua. Durante el periodo de las Guerras Médicas hasta la batalla del Peloponeso, el pueblo de los Jonios se enfrentó contra el predominio Dorio y la gran amenaza de la civilización Persa, encabezada por Darío y su hijo Jerjex. Este fue el crítico escenario en que se erigió Atenas como la gran ciudad del mundo antiguo.

Gracias a los cantos homéricos sabemos que de la Batalla del Bronce se desprende toda una saga mítica, un fuerte imaginario y una expresión cultural, quizás de estos hechos inmemoriales se desprenda el origen, el germen de la cultura occidental moderna. La Tragedia como expresión social Hablando del destino del demos Jónico, su fuente mítica, toda una formación y reflexión política y ética de la polis a través del mito:

El polites es el ciudadano en constante formación y perfección civil para el servicio de la polis; servir a la polis en tiempos de guerra, en tiempos de paz, servir a la polis en todas las vicisitudes, ser polites es pensar en la unión y la concientización para afrontar la desgracia, que está inmersa en todo lo humano. El polites prevé el mañana, pues detesta la esclavitud, detesta la opresión, la historia de la polis atenaica es la historia de la lucha, es la historia de los hijos de Prometeo encadenado, quienes han aprendido a usar el fuego, sin importarles el peligro que corren al quemarse en las llamas.

Es así como desde lo alto de la Acrópolis vemos el templo, desde allí se planifica el destino de la ciudad y los ciudadanos, desde allí, se toma conciencia de los hechos y las decisiones que regirán a los individuos quienes habitan la capital de la Helade, la cual se expande a todo lo largo y ancho del mar mediterráneo y el Asía Media. Saldada la primer hazaña histórica vemos cómo el demos griego por cierto profundamente religioso, respetuoso de los dioses, pueblo que es perteneciente a ciudadanos amantes del orden moral y estético, y que por ello han construido una ciudad ejemplar, que en tiempo de trabajo han cultivado la vid siguiendo con gran disciplina el canto de Hesiodo en los “Trabajos y los días”.

El rito que desencadenó lo trágico El ser humano lleva consigo sus pulsiones interiores que se alejan de cualquier control social, y es por medio de las fiestas solemnes que aparece el dios Dionisios que libera el ánima y desborda los sentidos, este dios es venerado en la montaña, en la espesura del bosque. Allí, especialmente, habita el joven dios del vino, aquél que se designa como al dios oscuro por alojarse en zonas del subconsciente que son socialmente tratadas con pudor hasta llegar al repudio.

El buen Dionisios, joven deidad, amante de la hibris que incita al placer y que satisface esas necesidades interiores, que satisface las pulsiones que nos avergüenzan. Y es en medio de las fiestas dionisiacas que surge explicito para la creación trágica el primer testimonio de la lucha interior entre el ser y el padecer, tema que es constante en la tragedia. La tragedia como tal es un ritual de purificación, de expiación a través de la expresión mimética que lleva a la catarsis, que lleva a la zofrocine a través de la extenuación de los sentidos, y para ello se requiere del ritual, ritual que estuvo alejado de la polis apolínea, de esa esquemática y racional ciudad configurada. Para llegar a la expiación, es así como los antiguos griegos fueron en busca de la naturaleza para encontrar al permisivo y “dios oscuro”, aquel que al menos era condescendiente con la condición efímera de los humanos.

Escritor: Olmer Ricardo Cordero