Agricultura y biocombustibles

La última crisis alimentaria ha puesto de manifiesto la fragilidad del equilibrio mundial presente en el mercado de los alimentos y ha recordado la situación insostenible que sufren cada día las personas más desfavorecidas del planeta. Entre 2006 y mediados del 2008 crecieron los precios de los principales productos básicos a pesar de que la frecuencia con la que suceden estas variaciones en los mercados internacionales es muy baja. Al mismo tiempo ha sucedido que la duración de esta carestía de alimentos ha sido muy larga, considerando que las anteriores habían prolongado por un período no superior a los dos años. Bajo estas circunstancias, el mundo ha sufrido la mayor precisión alimentaria del último centenario también en la medida que los precios altos se transmitieron a toda la cadena de valor de determinados alimentos como el pan, los productos cárnicos y los lácteos.

El nivel alto de los precios ha invertido la evolución positiva que presentaban las cifras del hambre y la proporción de personas subnutridas en el mundo ha vuelto a situarse en un 17%, dato registrado el año 1995.La realidad confirma, por tanto, que los objetivos marcados en el seno de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura en las sucesivas Cumbres celebradas han tenido un efecto limitado.

Es más, actualmente se cuestiona el objetivo de reducir a la mitad el número de personas que padecen hambre extrema para el año 2015 a la luz de los acontecimientos pasados. En los últimos meses se habla de nuevas estrategias y nuevos pactos en favor del desarrollo agrícola del Tercer Mundo. Sin embargo parece que esta vez los esfuerzos tampoco serán los mínimos necesarios dada la situación de crisis económica que sufre el mundo desarrollado. Lo que podemos considerar falta de implicación de los gobiernos del Primer Mundo durante muchos años, significa miseria para millones de personas.

Los factores que han influido en el alza de los precios son de naturaleza diversa y, pese a que hace años que se están gestando, se han acelerado en los últimos períodos redefiniendo a pasos agigantados la ecuación alimentaria mundial. Los desequilibrios entre la producción y el aumento de la demanda agrícola como consecuencia del crecimiento de las economías emergentes ha sido un hecho muy importante. Las políticas que incentivan el mantenimiento de un bajo nivel de reservas desde mediados de los años 90 han impedido la vez un reajuste de la oferta. Del mismo modo, el encarecimiento de los precios del petróleo y los fertilizantes han subido los precios de las cosechas.

Aprovechando esta situación, los especuladores han invertido en opciones y futuros referenciados en los alimentos por la caída de los índices bursátiles mundiales y han creado una volatilidad mayor del sector agrícola. Sin embargo la fuerza que está marcando un punto de inflexión en el mercado de los alimentos es la producción de biocombustibles líquidos por transportes. Los componentes principales de los biocombustibles más utilizados, el biodiesel y el etanol, son cultivos de azúcar, cereales y semillas oleaginosas, con lo que su uso está añadiendo más presión a la demanda de alimentos.

Estos combustibles están diseñados para mover el transporte por carretera en los países más desarrollados del mundo y su producción está altamente concentrada. Los Estados Unidos, la Unión Europea y Brasil fabricaron en 2007 el 89,6% del etanol y el biodiesel que ese año se consumió. El coste de producción está formado principalmente por los productos agrícolas necesarios para la su obtención y su competitividad frente a los combustibles fósiles sólo está garantizada en el caso del etanol brasileño como consecuencia de los métodos y tecnologías de conversión implantados en este territorio. Para el resto de casos, el precio de venta de la gasolina o el diesel de cada mercado nacional está por debajo del coste de producción de los biocombustibles.

Es por ello que la creciente expansión de la industria está muy influida por las políticas nacionales de apoyo al sector. Las medidas normativas de consumo obligatorio, los aranceles y los subsidios y las exenciones fiscales que se aplican a todas las etapas productivas son los factores de potenciación principales de una industria inviable en términos económicos. Las ayudas se traducen en subsidios a los fertilizantes y el riego, los pagos vinculados a la su producción y los créditos en condiciones ventajosas.

También en la fase final existen importantes subsidios para la compra de biocombustibles y de vehículos que funcionan con motores flexibles. Las ayudas son, por tanto, cuantiosas. Los recursos destinados a los Estados Unidos superan los 6.000 millones de dólares y en Europa los 1.290 millones de euros. Del mismo modo otros países destinan importantes cantidades de dinero como en Canadá y Australia donde las ayudas van alcanzar los 150 y los 43 millones de dólares respectivamente.

Todos estos gobiernos impulsores defienden tales inversiones considerando que la sustitución de los carburantes tradicionales por biocombustibles para el transporte reduce la emisión de gases de efecto invernadero y evitan así el calentamiento progresivo del planeta. Sin embargo estos efectos positivos no están demostrados y la comunidad científica internacional cada vez está más de acuerdo en que los efectos que se derivan son adversos. Tierras de bosques, humedales y otros espacios de alto valor natural se están destruyendo para dejar paso a los cultivos energéticos produciendo una liberación de dióxido de carbono con plazos de amortización superiores a los 400 años.

De igual forma, la utilización de recursos escasos como el agua dulce, la tendencia al desplazamiento de los cultivos hacia tierras marginales y las necesidades de petróleo y fertilizantes para recolectar la materia prima son costes ambientales irrecuperables como para confiar el freno del cambio climático en la actual generación de biocombustibles. Además, hay que considerar que estos tampoco contribuyen de una manera sustancial a la diversificación de la matriz energética mundial. Por el contrario, los biocombustibles líquidos por transporte tienen una utilidad limitada en cuanto a la sustitución de energía por el transporte, estimada en la actualidad poco por encima del 2%. Las previsiones indican que para el año 2030 esta cifra oscilará entre el 3 y el 3,5%, una cantidad muy modesta como para invertir tantos recursos económicos en esta industria. Y más si consideramos que el aprovechamiento que las comunidades más pobres pueden hacer de este tipo de energía es muy bajo.

La conversión de esta energía en electricidad o calor les proporcionaría un valor mucho más elevado dado sus niveles de desarrollo, por muy que los países ricos insistan en este punto .Por otro lado, las políticas sobre biocombustibles descansan también sobre la base de que el alza los precios ha de beneficiar a los campesinos que han sufrido décadas de estancamiento en los mercados internacionales.

Sin embargo este análisis es muy simplista y omite muchos factores a pesar de que estos afectan a la seguridad alimentaria de las personas.  En este sentido los biocombustibles imponen una banda superior y otra inferior entre la que pueden oscilar los precios de las materias primas agrícolas. Y es que con el aumento de la demanda por parte del sector energético, los precios de las materias primas pueden subir sólo hasta el punto en que los biocombustibles pierdan su competitividad y dejen así de ejercer esta presión sobre el sector alimentario. Al mismo tiempo los precios agrícolas aumentan también impulsados ​​por el incremento en los precios de los recursos naturales que con la expansión de los biocombustibles se vuelven más escasos.

Por tanto, es esencial, en primer lugar, expuso que aunque determinados alimentos no se utilicen para transformarlos en energía, los precios de estos también aumentarán con el que los efectos negativos de los biocombustibles se extienden más allá de lo que en un primer momento se puede considerar. También cabe mencionar que la banda de precios que los biocombustibles deben establecer y que deberían traducirse en una volatilidad menor de los precios de los alimentos sólo tiene efectos si el sector está plenamente desarrollado y no es esta la situación actual. Y es que existen distorsiones en los mercados que no lo permiten entre las que destacan la baja integración de los mismos, los problemas técnicos y de distribución, de transporte y también de capacidad productiva.

Además la banda superior de precios subirá cuando suban los precios del sector energético con el que podemos concluir que estos mecanismos de regulación son inútiles. Sólo el mercado del etanol brasileño derivado de la caña de azúcar es un sistema integrado donde el sector produce etanol cuando el azúcar tiene un precio bajo mientras que cuando alcanza un precio excesivamente alto, libera materia prima hacia los mercados alimentarios. Sin embargo este sistema no garantiza que mientras los precios suben las poblaciones tengan acceso a los productos agrícolas.

De igual forma las poblaciones de las áreas urbanas salen perdiendo en la medida que ya gastan un elevado porcentaje de sus recursos en alimentos y al alza de sus precios destruye su bienestar. En cuanto a las poblaciones rurales, el actual modelo de producción de biocombustibles implantado los países en vías de desarrollo implica el desplazamiento de estas personas como consecuencia de las procesos de concentración de la tierra al mismo tiempo se han constatado casos en los agricultores pierden la libertad para cultivar los alimentos que desean para sobrevivir.

En este sentido, la realidad constata que la cadena de valor de la producción de biocombustibles está muy concentrada y sólo un pequeño número de empresas obtienen beneficios. La parte que les queda a los trabajadores, que en muchos casos antes habían sido campesinos pero que se han visto obligados a vender sus tierras, son salarios bajos en las mejores de las situaciones que en cualquier caso no permiten un acceso a una alimentación adecuada en un contexto de precios crecientes.

En definitiva, la industria de los biocombustibles actual hace más vulnerables a las comunidades indígenas y a las más desfavorecidas, y más fuertes a las grandes empresas que viven de este sector. Es intolerable que en las Cumbres celebradas en Roma se plantee una preocupación creciente por el hambre y una vez más, las personas que más sufren vuelvan a salir gravemente perjudicadas.

Sin embargo muchos países subdesarrollados han empezado ya a trabajar para conseguir implantar una industria de biocombustibles dentro de sus fronteras para exportar la producción a las áreas geográficas donde su uso está regulado y secar así el déficit exterior del país. Los riesgos de esta estrategia son pero de una dimensión extraordinaria. Los mercados de exportación del etanol se han creado a lo largo de este último decenio impulsado​por las medidas gubernamentales de los países ricos y no como una necesidad del mercado en la mayoría de los casos, salvo la excepción de Brasil. Por este motivo confió una parte de la estrategia agrícola de los países subdesarrollados a este respecto tiene el peligro de que los mercados sean revisados ​​bien por la falta de viabilidad económica, por sus efectos negativos sobre el cambio climático o el desarrollo de la segunda generación de biocombustibles, mucho más intensiva en capital.

Por otra parte, el comercio mundial de biocombustibles está, tal y como hemos visto, altamente monopolizado por Brasil, Estados Unidos y la Unión Europea y serán estas áreas las que marcarán las tendencias generales de la industria y fijarán los precios que otros países con una capacidad de exportación evidentemente menor deberán aceptar.

Por otra parte, los programas para la promoción de los biocombustibles líquidos para el transporte son muy caros tanto para los países que los quieren implantar como mecanismo de desarrollo económico como por los países desarrollados. Los dirigentes de ambos tipos de regiones deberían considerar pero que tal inversión podría dedicarse directamente a la ayuda de los más pobres para fin de superar los problemas estructurales del hambre. A la vista del análisis realizado a lo largo del documento, esta estrategia sería mucho más eficiente desde el punto de vista económico y mucho más digno desde el punto de vista humano.

Bajo ninguna circunstancia se puede confiar una parte de la seguridad alimentaria de 1.000 millones de personas en los mecanismos de equilibrio que los biocombustibles puedan crear a medio y largo plazo cuando los mercados estén más integrados. No puede ser que los sistemas de reservas mundiales de alimentos sean frágiles e inútiles debido a las directrices pactadas internacionalmente por las naciones más desarrolladas a la vez que las más altas autoridades de estos países pretenden que una parte de regulación alimentaria, por pequeña que ésta sea, dependa directamente de la industria energética tal y como sucede con la caña de azúcar. Porque a pesar de los vínculos existentes entre el sector energético y el alimentario, energía y alimentos no son lo mismo.

No se puede defender que la crisis energética mundial del mundo desarrollado, causada precisamente por los países más ricos como consecuencia de la falta de diversificación energética y sus apuestas poco decididas por la potenciación de energías renovables, la sufran los más pobres. Desde cualquier punto de vista es intolerable que quien vive en una crisis permanente y miserable deba soportar las consecuencias de la política energética del mundo desarrollado. Desde el respeto al derecho universal a la alimentación, la actual generación de biocombustibles sólo mejorará las condiciones de vida de los más pobres en la medida en que sus impulsores intenten minimizar sus impactos y maximizar sus beneficios.

Sin embargo este hecho significa confrontar los monocultivos en la diversificación agrícola y la concentración de las tierras frente su uso libre por parte de los campesinos. Se han de apoyar en primer lugar los procesos que tengan como objetivo la diversificación agrícola para asegurar una alimentación suficiente de las personas más pobres y respetar el su derecho a cultivar los alimentos que desean. Sólo a partir de este momento, con los recursos sobrantes, y sin aplicar unos usos que comprometan la seguridad ambiental, puede tuvo lugar la producción socialmente sostenible de etanol y de biodiesel.

La participación de estas poblaciones en el sector ha de ser libre y en todo caso garantizar que la participación no implica una reducción de sus derechos y sobre todo un empeoramiento de su autosuficiencia alimentaria. La inversión en proyectos de investigación e inclusión social son fundamentales.

En definitiva, los biocombustibles deben desarrollarse con políticas que garanticen una seguridad alimentaria y una reducción de la pobreza perdurables. El ejemplo de algunas cooperativas de trabajo en el noreste de Brasil son por el momento los únicos ejemplos de desarrollo sostenible. Asimismo sería imprescindible una revisión inmediata de las actuales políticas que implican el uso obligatorio de estos carburantes para el transporte dado que su contribución a la diversificación de la matriz energética mundial es muy reducida y, a medida que la industria crece, los efectos negativos sobre el cambio climático se hacen superiores a los sus beneficios.

En relación a este último aspecto, los gobiernos desarrollados, dados los efectos negativos del cambio climático, pueden optar por invertir más recursos en adelantar la comercialización de los biocombustibles de segunda generación que no impliquen ningún peligro para la seguridad alimentaria.

Del mismo modo, y considerando que las emisiones de gases de efecto invernadero derivadas de los vehículos son las que más crecen, los gobiernos deberían apostar definitivamente para impulsar modelos de desarrollo más respetuosos con el medio ambiente. De manera más concreta, pueden optar por hacer cumplir estándares de eficiencia más altos por los vehículos, impulsar más el transporte público o aplicar tasas de peaje urbano de manera generalizada. Y es que el cambio climático afecta a todos, ricos y pobres. Pero la actual generación de biocombustibles y la fragilidad del sistema alimentario mundial hacen de la producción del etanol y el biodiesel una nueva catástrofe humanitaria en un contexto de crecimiento de la población y de disponibilidad ajustada de los recursos naturales.

Autor: Sampiere