¡AQUEL DEL QUE HABLAN NO SOY YO!

Hoy despierto, rodeado de aquella familia que decidió algún día, hace muchos años, hacerme parte de ella, criarme, amarme, salir día a día a luchar por mí, que se quitó en muchas ocasiones el pan de la boca por alimentar mi hambre  e intento suplir todas mis necesidades.

Hoy despierto y veo el rostro del esfuerzo, del llanto acumulado por años, de la angustia y del orgullo y la fuerza en una sola persona, en esa persona que me dio la vida, que me vio crecer, que me calentó cuando hacía frío, que calmo mi sed, me sostuvo en sus brazos cuando la angustia y la tristeza llegaban a mi vida, lloro a mi lado y me hizo sonreír con una sola frase, “te amo”, me lo repite todos los días, siempre salgo de mi casa escuchando de su boca aquella frase que solo ella me puede decir sintiéndola en el corazón y con esa misma fuerza me la logra transmitir, pues solo ella ha sentido el peso de amarme.

Me levantó , abro  las cortinas de mi habitación y veo resplandecer la luz del sol en ella; tengo cosas que hacer, desperté tarde y el tiempo se hace corto para todo lo que me ocupara en el día, así que no me detengo a observar la belleza de su luz, entro al baño, me ducho y me alisto para salir, mientras en la cocina mi madre me prepara el desayuno, para que no salga de casa sin comer, pues sabe que la búsqueda de lo que haré  con mi vida de ahora en adelante me mantendrá fuera todo el día.

Bajó a la cocina y en el comedor esta mi desayuno, al lado esta mi madre, quien voltea a mirarme y con el amor en sus ojos  sin quitarme la mirada me deja sentirlo a través de sus labios; me siento a comer y sentada frente a mi igual que todas las mañanas me pregunta cómo dormí y si descanse; le cuento que no pase tan buena noche, tuve muchas pesadillas y me desperté constantemente, pero no recuerdo ya lo que soñé, me sentía intranquilo por no haber podido  conciliar el sueño pero su voz me tranquilizó, su paciencia y su interés por escucharme me hizo olvidar aquella intranquilidad; le conté también lo que haría en el día, “tengo mucho que hacer, ya tengo algunas direcciones para llevar la hoja vida, en la tarde voy a pagar el pin para la universidad y en cuanto llegue al barrio voy a ir donde Felipe, quedamos en prepáranos para el examen”; su rostro cambió, se veía nostálgica y sus ojos en los que hace un momento veía su amor por mí, se opacaron con el llanto, le pregunte ¿qué pasa, porque te has puesto así?, y ella me respondió: “no sé en qué momento creciste tanto que la vida te empieza a exigir enfrentarte a ella sólo, estas lágrimas no significan tristeza, son símbolo de mi orgullo, porque Dios me permitió darte la vida y verte crecer, para hoy ser testigo de la vida que decides para ti”; entendía muy bien sus palabras y lo que estaba sintiendo, pues día  tras día, cada mes, cada año, se esforzaba por darme lo que necesitaba y por guiarme por el buen camino como ella siempre lo dijo, cada logro alcanzado era fruto de un gran esfuerzo de su parte, incluso ahora la esperanza de ingresar a la universidad era dada por ella, lavando ropa en la casa de las vecinas había logrado conseguir el dinero para pagar el pin.

Estaba tan a gusto hablando con ella, que no quería en realidad salir de mi casa; pero recordé que ya era tarde y que tenía que salir lo más pronto posible, así que me levante del comedor, la abrasé para despedirme y de nuevo escuche, “ te amo”, “Dios te acompañe”, me abrazó fuerte y me acompaño a la puerta, antes de irme me volvió a repetir que me amaba, di la espalada y empecé  a caminar hacia el paradero donde esperaría  el bus que me llevaría al centro a donde tenía que llevar las hojas de vida y cuando ya iba lejos mi madre cerró la puerta y encomendándome a Dios como siempre lo ha hecho, empezó con sus labores diarias.

Mi madre cuida a Thomas quien tiene 2 años, se lo dejaban a las 9 de la mañana y lo recogían entre 7 y 8 de la noche; después de que la Sra. Patricia dejaba a Thomas, mi madre se iba con el niño a algunas casas vecinas donde lavaba ropa y hacia el aseo, mientras estaba pendiente de darle de comer a Thomas y de cuidarlo, más o menos a las 6 de la tarde estaba llegando de nuevo a  casa, los días en los que no había casi trabajo podía llegar más temprano; llegaba a la casa y empezaba a alistar la comida, para que al llegar yo estuviera ya lista y caliente, organizaba lo que en la mañana le había quedado pendiente y le daba de comer y dormía el niño para que cuando su madre llegará a recogerlo pudiera llegar a su casa a descansar, pues el niño después de dormirse en la noche no volvía a despertarse hasta el otro día y mi madre sabía lo que vivía la Sra. Patricia, porque hace unos años ella lo vivió también.

 Yo seguí mi camino, cogí el bus hasta el centro y al llegar allí empecé a caminar buscando las direcciones para entregar las hojas de vida que llevaba, me detuve  en una cafetería a comer algo y a descansar un momento; en la mesa del frente se encontraba un hombre alto, muy bien presentado, de piel blanca, con mirada fuerte quien de un momento a otro se sentó en mi mesa, cruzamos algunas palabras y  se dio cuenta que me encontraba buscando trabajo, me dijo que él me podía ayudar y me ofreció la mejor oferta que había escuchado en todo el día después de tanto caminar…y aquí estoy…

Hoy desperté, mire a mi lado y te vi allí, compartiendo conmigo este cuarto en el que ya no puedo ver la luz que vi aquel día, el último día que vi a mi madre, sentí deseos de hablar y después de tanto tiempo aquí, aunque con exactitud no logro saber cuánto ha sido, quise contarte lo que recuerdo cada momento que paso aquí, pienso mucho en mi madre, se que debe estar muy preocupada, impaciente y tal vez desorientada, guardo en mi mente la imagen de su rostro y sólo espero algún día volverle a ver.

Pasó el tiempo y por fin la volví  ver, su rostro estaba marcado por la pena y el llanto, estaba allí en nuestra casa, preparando mi desayuno de nuevo, y alistándose para volver a empezar con sus labores diarias, tenía mucho que hacer, así que deja el desayuno en la mesa, me llama para comer y sale de la casa, va donde las vecinas y allí lava la ropa que tiene para el día, Thomas ya está en el jardín así que en la tarde va a recogerlo, lo lleva a la casa, le da comer y lo duerme como siempre; se sienta en el comedor y ve mi desayuno allí, sus ojos se llenan de tristeza y su alma de dolor, me dice cuanto me ama, y cuanta falta le hago; yo le hablo, le digo que la amo, que la extraño, pero no me oye, no me ve, no me siente allí…

Prende el televisor para ver las noticias y por fin como un milagro de Dios me vuelve a ver, su rostro se ilumina y se dibuja en él una sonrisa, que con la misma rapidez con la que aparece, se borra…que efímera fue su felicidad. Era su hijo el que veía allí pero no el que describían, aquel del que hablaban había caído en combate, era un guerrillero más del que el ejército orgullosamente se había librado, al que le habían cobrado tantas muertes y atentados; sin embargo el que veía era su hijo quien la última vez que lo había visto tan solo había salido a buscar trabajo.

La abrace fuerte, pero no me siente, le hablo pero sigue sin escucharme, no tengo como explicarle que yo no soy aquel del que hablan, pero aún así ella lo sabe…Pasan los días y la veo llorar sobre la tierra que cubre mi cuerpo, la abrazo pero sigue sin saber que estoy ahí y que estaré ahí, a su lado para siempre…sólo ella sabe, aunque no lo escuche de mi voz, que aquel del que hablan…no soy yo.

Escritor: Gina Rodriguez