ASBAJE RAMIREZ Y CRUZ

Cuántos enigmas habrán rodeado la vida de ésta famosa escritora, cuántas voces habrán tejido discursos inconclusos e inverosímiles alrededor de su nombre o habrán vivido travesías cargadas de espíritu investigativo, vocación y convicción respecto a la mujer que realizó uno de los más grandes e importantes aportes a la literatura hispanoamericana. No se puede decir un número exacto al respecto, pero sí se puede establecer que han sido muchos y que seguirán siendo más con el transcurso de el tiempo.

Para comenzar, Sor Juana, de apellidos notorios ya sea por su valor ausente o por el existente; Asbaje o Ramírez, una dualidad a la habría que agregar una carga semántica más, una palabra, otro apellido ligado tanto a su vida como a su producción escrita; Asbaje, Ramírez y Cruz.

Juan Inés nace en 1648 en Nepantla, un pueblo ubicado en el municipio de Tepetlixpa, actualmente Estado de México. Algunos estudiosos como Diego Calleja dan una fecha que hace alusión a su nacimiento, el 12 de noviembre de 1651 , pero aún no se ha establecido una fecha verídica. Acorde con el hallazgo establecido por Guillermo Ramírez y Alberto Salceda; una fe de bautismo, se podría establecer que Sor Juana nació el 2 de diciembre de 1648, el testamento de su madre Isabel Ramírez de Santillana estaría en concordancia con dicha fecha. Por otro lado, su padre don Pedro Manuel de Asbaje y Vargas Machuca es una figura difusa a lo largo de su existencia, por no decir totalmente ausente. Según Dorothy Schons en su trabajo “Algunos parientes de Sor Juana” (1934), Asbaje podría ser un fraile, debido a que su firma aparece registrada en dos actas de bautizo en 1666, o también, podría ser un familiar de don Asbaje. La verdad, la imagen de su padre es un misterio absoluto, y aún más cuando es la misma Sor Juana quien sepulta esa imagen a través del silencio.

Las familias en aquella época, eran como la gran mayoría, de abundantes hacendados, clérigos, monjas y militares, por lo menos así lo era la familia materna de Sor Juana. Sus abuelos, Beatriz Rendón y Pedro Ramírez de Santillana, ambos de origen andaluz, serían personajes de gran reconocimiento e influencia en las decisiones futuras que asumiría la osada mujer. Su abuelo, un arrendatario de fincas que le pertenecían a la iglesia, conocedor de muchas culturas, poseedor de una gran biblioteca en la cual la poetisa no sólo encontraría un montón de información dispersa en miles de hojas, también un refugio, un lugar único al cual podía acceder sin mayores restricciones, más que su casa, era el lugar perfecto para que habitara un pedazo de su alma. Ese abuelo era en cierta forma la imagen que compensaba el fantasma de Manuel Asbaje, sólo que viviría hasta 1655, dejando a su nieta un legado que la acompañaría toda la vida, seres fantásticos que contienen miles de historias.

Otra de las imágenes relevantes es la de su madre quién: engendró seis hijos, de los cuales los primeros tres, todas mujeres, María, Josefa y Juana, fueron concebidos con el señor Pedro Manuel de Asbaje, y los otros tres: dos mujeres y un hombre, eran del capitán Diego Ruiz Lozano. La relación con su madre estaba marcada por la lejanía, desde muy pequeña Sor Juana pasa de casa en casa, tras la muerte de su abuelo, se va a vivir con sus tíos maternos: la señora María Ramírez y su esposo el pudiente don Juan de Mata a ciudad de México, abandonando la hacienda de Panoayán. Por lo tanto, su niñez esta condensada en una soledad continúa.

En 1964 a la edad de dieciséis años, Sor Juana es presentada ante la virreina, Leonor Carreto, marquesa de Mancera, la cual queda absolutamente descrestada con las cualidades de la adolescente y la pone a sus servicios. De esta manera, las dos mujeres forjaron una relación de afectuosidad, respeto y de mutua admiración, pues tanto la virreina como su esposo Antonio Sebastian de Toledo, eran amantes de las letras y la literatura, compartiendo la misma pasión por el conocimiento que tenia Sor Juana. Luego de vivir junto a ellos entre los dieciséis y los veinte años, la vida de la poetisa da un giro decisivo obedece al llamado divino según la opinión religiosa.

LA LARVA

Durante el siglo XVII la vida religiosa era una profesión que garantizaba no solo una estabilidad económica, también un reconocimiento y por lo tanto un status social. Los conventos estaban colmados de mujeres que podían tener muchas falencias por resolver, demasiadas necesidades que cubrir y quizás su opción más eficaz era iniciar su vida religiosa. Para el escritor Octavio Paz Sor Juana era una mujer profundamente católica, devota de manera sincera. Aún así no todas podían acceder a ese estilo de vida, tenían que cumplir con unos requisitos económicos y pertenecer a una familia noble, pero fue gracias a esos años que pasó en el palacio que encontró un padrino que pudiera pagar el monto y de esta forma ingresar en 1667 al convento San José de las Carmelitas descalzas en el cual dura tan solo tres meses debido a las abstinentes normas que lo regían.

Una de las personas que influyó notoriamente sobre Sor Juana, en cuanto a la elección de su vocación, fue el Jesuita Núñez de Miranda, confesor de los virreyes y personaje importantísimo durante esa época, debido a las múltiples funciones que desempeñaba; era calificador del tribunal de la inquisición, profesor de filosofía, y además era director de famosos colegios. La relación con Núñez era algo compleja por no decir disfuncional, quizás apareció en un momento en el cual ella necesitaba un guía y no un director, tal vez el pensaba en exorcizarle los demonios y ella estaba a la espera de otras bunas nuevas. Algo sí es seguro, la mayoría de los clérigos son muy buenos, por no decir excelentes en el arte de convencer por medio de las palabras, y Núñez no era diferente a eso, ayudó de manera muy efusiva a Sor Juana a ingresar a la orden religiosa.

Finalmente, es en el año de 1669 que ella toma la decisión definitiva de enclaustrase en el convento de San Jerónimo de por vida. En este lugar fortalece su proceso de creación escrita y consolida una gran biblioteca, con toda clase de libros; sobre teología, astronomía, filosofía música etc., libros en los cuales se refugió durante su existencia. Se podría decir que hubo dos grandes placeres, dos grandes amores para Sor Juana, sus libros y sus letras, una aportaba conocimiento y el otro liberaba su alma.

LA CRISÁLIDA

Según Carreri, la población de México durante el siglo XVII era alrededor de veinte mil españoles y criollos, y unos ochenta mil indios, mestizos y mulatos . La mayor parte de la gente estaba dedicada a la vida religiosa, y esto estaba relacionado con tres factores: el primero, la vocación, el segundo la profesión y el tercero y considerablemente el más importante era que México se encontraba ante un siglo marcado por lo religioso. Los conventos abundaban, y cumplían funciones de carácter social, de beneficencia y formación. La educación estuvo a cargo de los jesuitas durante los siglos XVII y XVIII. En los conventos de monjas el nivel de formación y producción intelectual era inferior, sin demeritar sus procesos de enseñanza y fortalecimiento en la educación básica. Precisamente gracias a ellas, durante ese periodo en México existió una cultura en torno a la mujer, la cual Sor Juana ayudó a consolidar a través de su producción literaria.

Desde su ingreso al convento de San Jerónimo, Sor Juana se sumerge en el que se podría considerar – su hogar, el espacio destinado sólo para ella- y a partir de ese momento, rodeada de una gran biblioteca que ostenta alrededor cuatrocientos libros, fortalece y da inicio a un gran y fructífero periodo de producción literaria. Sus composiciones métricas son de admirar: sonetos, glosas, redondillas, hacen parte de la larga lista de creaciones durante 1668 hasta 1688. Obras de toda clase, cortesanas y religiosas, se van amontonando en su creación. Comedias como: “Los empeños de una casa y La segunda Celestina” comedia mitológica, como “ Amor es más laberinto”, escrita en colaboración con Juan de Guevara; “El Divino Narciso”, “El Cetro de José” y “El Mártir del Sacramento”, están entre algunas de sus famosas producciones, en las cuales utilizando la poética de Calderón de la Barca sin desmejorar su modelo.
“No me acuerdo de haber escrito por mi gusto, sino un papelillo que llaman El sueño”.
“Primero Sueño”, es tal como ella lo afirma la más importante, es un maravilloso poema en forma de silva de 975 versos en el cual es notoria la influencia de Góngora a través de sus latinismos, su vocabulario y sus insinuaciones mitológicas. En Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe (1982), Octavio Paz establece las principales diferencias entre los dos poetas: “La poetisa mexicana se propone describir una realidad que, por definición, no es visible. Su tema es la experiencia de un mundo que está más allá de los sentidos”. Y José Gaos, filósofo español exiliado en México, advierte: “El poema de Sor Juana es un astro de oscuros fulgores absolutamente señero en el firmamento de su edad”. Ambos abordan temáticas relevantes en consideración con el poema.

Devolviéndose en el tiempo, la lectura emocionó a Sor Juana desde la infancia, era no sólo un placer el acceder al conocimiento, también era un alivio mental y espiritual, tal vez fue su gusto por los tratados de mitología, un factor a considerar en sus futuros trabajos, como en “Primer sueño”, donde los dioses emergen en versos, desde todos lados, Baco, Minerva, entre otros. En varios análisis se ha hecho referencia a la polisemia que carga la palabra “sueño”, en este caso el poema puede estar ligado con el viaje que el alma realiza cuando el cuerpo duerme, algo parecido a los “sueños de anabasis” textos escritos durante los siglos II y III, los cuales narran los viajes emprendidos por el alma o espíritu al abandonar el cuerpo.

En relación con el pluralismo semántico de “las Soledades” (1613), de Góngora, la soledad en este texto al igual que el sueño en el poema de Sor Juana no presenta un significado único. Pero esta indecisión puede ser expresada en el poema, por el conflicto que tiene Sor Juana de querer saber, por ese deseo de conocer y de una búsqueda constante por obtener una respuesta a circunstancias que la circundan. Como lo afirma Octavio Paz, la idea del alma liberada del la cárcel corporal pudo haber sido influenciada por Kircher, bajo una visión de la literatura hermética y neoplatónica del viaje del alma. Lo relevante en este poema es la ausencia de sujeto en todo el poema, esa forma impersonal esta profundamente ligada con la idea de ser tan solo un alma, y no hablar de un sexo, como lo planteaba Sor Juana “las almas no tienen sexo”, pareciera que en el poema esa alma nunca terminara de viajar, como si fuera la misma poetisa que desde la infancia se la ha pasado viajando en soledad, inmersa en sus libros, pero cabría preguntar si son los libros o es Dios el demiurgo de su destino.

Finalmente “Primero Sueño” debe leerse no como el relato de un éxtasis real, sino como una experiencia que no puede enclaustrarse o en le espacio de una noche, o en un espacio físico, la noche del poema, es una noche ejemplar, es como el cuento de las mil y una noches, que parece nunca acabar. El texto nos propone la búsqueda del conocimiento que rige el mundo, y de igual forma el infortunio de esa búsqueda; pero no el fracaso, pues en la exploración está el deleite, el arte y la creación. Las circunstancias contextuales que rodearon a Sor Juana durante esa época fueron difíciles en la medida que aseguraban una imagen sumisa y oprimida de la mujer, la poetisa tuvo la osadía de emprender un viaje en búsqueda del conocimiento, y para ello abandonó su cuerpo y aligero su peso.

En la cultura novohispana del siglo XVII la supremacía del hombre sobre la mujer y su gobierno sobre la familia eran no acordados. La ideología sobresaliente y la Iglesia estimaban al sexo femenino como endeble, falto del valor dependiente de la figura varonil. Se esperaba de las mujeres pureza, belleza, sumisión y silencio. La dignidad femenina residía en la reputación de virgen, siendo soltera; o de fiel y honrada, cuando establecían un hogar bajo la unión marital. Su presencia estaba relacionada con sus responsabilidades, obligaciones y derechos dentro del hogar y no se buscaba ni se esperaba en ella ninguna clase de valor intelectual. Teniendo en cuenta esa variable, otro trabajo importante y revelador es “Respuesta a Sor Filotea”, en el cual Sor Juana expresa su disputa por establecer una moral única tanto para hombres como para las mujeres, rompiendo con ciertos mutismos alrededor de las discrepancias sociales, respecto al estatus y a los sexos.

La respuesta a Sor Fioleta es escrita en 1691, y conforma la obra maestra de la obra de Sor Juana, considerada también como un ensayo autobiográfico, en donde presenta una defensa dotada de ingenio y hermosura sobre la vida intelectual de la poetisa. “Filotea” sería el seudónimo usado para ilustrar y proteger el nombre del Obispo Fernández de Santa Cruz, a quien era dirigida la carta. En ella, Sor Juana confiesa que tenía una “total negación al matrimonio“, de modo que escogió la vida conventual como la “más decente que podía elegir”. No se trata de una vocación religiosa o de un llamado místico, sino de una estrategia racional. De esta forma Sor Juana rompe con el estereotipo de subjetividad femenina que su cultura produce, en concordancia a las significaciones y los valores éticos y morales que la circundan. Oponiéndose a los intenciones de la época Sor Juana escribe en su “Respuesta a Sor Filotea”:
“…entréme religiosa, porque aunque conocía que tenía el estado cosas (de las accesorias hablo, no de las formales) muchas repugnantes a mi genio, con todo, para la total negación que tenía al matrimonio, era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir en materia de la seguridad que deseaba de mi salvación; a cuyo primer respeto (como al fin más importante) cedieron y sujetaron la cerviz todas las impertinencillas de mi genio, que eran de querer vivir sola; de no querer tener ocupación obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros.” (Respuesta a Sor Filotea, 1690).

En varios de sus trabajos Sor Juana refleja una alabanza a la belleza femenina reformulada en la capacidad intelectual de las mujeres.

LA MARIPOSA
Sor Juana Inés Asbaje Ramírez y Cruz es, sin duda, una de las representantes más importantes de la literatura hispanoamericana colonial. Además, es quien mejor representa la imagen femenina de una época en la cual el papel de la mujer era sumiso frente al hombre, pero Sor Juana encontró la forma de hacerse oír al punto de maravillar y sorprender tanto a hombres y mujeres por igual.

Sor Juana se presenta como una personalidad clave para entender, a través de su obra, la dualidad de un espíritu solitario, que debe pasar por diversos estadios, para tomar decisiones en su vida. Su niñez abrumada por su bastardía y trasgredida por el fantasma de su padre y el intruso de su padrastro garantizaron en ella una imagen masculina diferente, la llegada de su abuelo le garantizo no solo un espacio, una oportunidad y una mirada diferente de las cosas, fue a través de su soledad y sus miedos que ella pudo crear y crear, lo lamentable es que solamente mediante el claustro haya encontrado su libertad.

Por: María Angélica Martínez Carvajal