EL PAPEL DEL RECUERDO EN EL ALEPH

En El Aleph hay un intento por recuperar la imagen de Beatriz (la cual se diluye con el paso del tiempo y no se puede recuperar en su totalidad) a través de la memoria. Por eso el narrador visita la casa en donde ella vivió con la intención de reconstruir sus rasgos fisonómicos por medio de los cuadros que la retratan de múltiples maneras y en circunstancias diversas, así como también se relaciona con su primo hermano Carlos Argentino, un poeta que quiere nombrar el universo entero con sus versos, para que éste le transmita algo de la difunta que en vida fue objeto de sus “exasperantes devociones”.

En este sentido, en El Aleph hay una apuesta por el olvido en contraposición al arte que intenta, de manera vana y artificiosa, apresar la realidad sin que nada se le escape. Los versos de Argentino son un ejemplo de la pedantería de los poetas que quieren dar cuenta de todos los avatares de la existencia humana, resumir los procedimientos de todas las escuelas estéticas y hablarle a todo tipo de lectores (los “catedráticos”, los “helenistas” y los que tienen un “espíritu sensible”). El narrador, de cierta manera, enjuicia los propósitos de este escritor al decir que “el trabajo del poeta no estaba en la poesía; estaba en la invención de razones para que la poesía fuera admirable” (Borges 132). De ahí que el mismo narrador identifique a la literatura con las ideas pomposas e ineptas: es decir, con todo aquello que se filtra por medio de un molde racional o intelectivo que viola la pureza de la experiencia.

De esta forma, el lugar común que identifica la estética de Borges con una erudición sin ningún propósito aparente, con las referencias cultas a las mitologías griegas y escandinavas, las citas en latín, los epígrafes en inglés y el conocimiento de las sabidurías orientales no tiene ningún asidero en una narración que tiene como objetivo, al contrario, poner en entredicho la capacidad de la poesía para dar cuenta de todos los objetos, temporalidades y perspectivas que conforman la realidad. De este modo, la enumeración que hace el narrador de todo lo que vio, de manera simultánea, en el Aleph que se encuentra en el sótano de la casa de Daneri no es una representación exhaustiva de lo que hay en el mundo, sino la demostración de la incapacidad del arte para cumplir con este propósito.

Lo anterior hace que uno como lector desconfíe de los premios literarios que recibió Carlos Argentino Daneri, ya que sus poemas no están guiados por una memoria falible y precaria que nos da un rasgo, por más desdibujado y borroso que este sea, de lo vivido. Los escritos de Daneri se benefician de la trampa que implica ser testigo de todas las aristas de la realidad y consignarlas, sin el fracaso que implica todo intento de recordar algo, en unos versos casi sin fin. En El Aleph, como lo infiere Beatriz Sarlo con respecto a la obra borgeana, hay una crítica a las clasificaciones: “Las taxonomías que le gustan a Borges no ordenan nada porque son excesivas. Muestran la locura del orden, no su eficacia” (Sarlo, 2008). En este punto, la poesía que es reconocida por el establecimiento literario argentino, según lo deja ver la posdata que se añade a la historia, funciona como una suerte de máquina que intenta ser la cifra del universo, pero deja ver su ineficacia para dar cuenta de la particularidad.

Así entonces, la imagen que da Saúl Yurkievich de Borges como “un poeta intelectual, literario, por momentos culterano” (Yurkievich 123) lo convierte en un mero copista de las tradiciones literarias occidentales, lectura que desconoce los juegos tan sutiles que se encuentran en sus relatos, sobre todo en los detalles que pueden pasar desapercibidos en una lectura rápida de sus textos. Es innegable que en su obra hay una presencia del canon de la cultura europea, si se quiere. Sin embargo, hay aspectos que indican una posible ruptura de esas tradiciones.

En La casa de Asterión, sin ir más lejos, está presente, a diferencia del mito original, la voz del minotauro que es el narrador-personaje y configura la historia desde su punto de vista; en El Aleph, el narrador-personaje concluye su relato al reconocer la porosidad de nuestra mente para el olvido y darse cuenta de lo etéreos que se le han hecho los rasgos de Beatriz.

Aquí lo que subvertiría esas tradiciones de las que se ha hablado es el hecho de que en un cuento en donde se alude al “punto en donde convergen todos los puntos”, es decir, donde se conjugan todas las cosas, se hable de la imposibilidad de recordar a una mujer concreta que fue muy significativa en la vida del narrador (a la que tal vez amó y por tal motivo no quiere apartarse de ella como ya lo ha hecho el “vasto universo”). Sobra decir que la enumeración que hace el narrador de todo lo que ve por medio del Aleph nunca capta lo esencial de Beatriz, sino objetos o personas que se refieren a ella de forma indirecta: las cartas obscenas que ella le escribía a Argentino y una reliquia que había sido suya.

A modo de conclusión, lo importante en la lectura de El Aleph es percatarse de que la única salida a esa máquina totalizante, a ese espacio que contiene toda la experiencia de la humanidad, es el recuerdo, así éste sea impreciso y no dé una visión definitiva de la persona a la que desea conservar en el presente. Es más, el mismo carácter vago de la imagen de Beatriz en la mente del narrador hace que sea suya y de nadie más; que a pesar de su opacidad no se parezca a ninguna otra ni sea comparable con la que tenga otra persona. Es por eso que no es algo extraño que, después de la visión del Aleph, hecho que emocionaría a cualquiera y lo llenaría de orgullo, el narrador diga que sintió “infinita lástima”. Tal vez la manera de hacerle frente al “vasto universo” que ya había olvidado a Beatriz sea por medio de un recuerdo intraducible que el Aleph no puede asir.

Bibliografía
Borges, Jorge Luis. El Aleph. Buenos Aires: Emecé Editores, 2001.
Sarlo, Beatriz. Escritos sobre literatura argentina. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2007.
Yurkievich, Saúl. Fundadores de la nueva poesía latinoamericana. Vallejo, Huidobro, Borges, Neruda, Paz. Barcelona: Barral Editores, 1970.

Por: Juan Sierra Hernández