Respecto a los individuos, la biografía como género literario tiene mucho más que decirnos que la historia universal, decía hace más de un siglo Marcel Schwob. Es cierto que la historia se apropia de las grandes ideas y las convierte en patrimonio común de la humanidad, como lo menciona el escritor francés en sus célebres Vidas imaginarias. Sin embargo, desde su prólogo advierte que las excéntricas biografías que presenta, no se ocupan de los individuos en los momentos en que empalmaron sus acciones con las reglas generales de la historia, sino de lo único y singular que hay en ellos. Así, la biografía tiene más de arte que de ciencia objetiva. Para Schwob, la imaginación del biógrafo tiene más relevancia al representar el sentimiento de lo individual que los hechos de la historia.
Los grandes rasgos no diferencian a un individuo de otro, dice Schwob. El trabajo del biógrafo es resaltar los personajes en su singularidad. En este sentido puede considerarse que las Vidas Paralelas de Plutarco no cumplen siempre con la esencia de la biografía, pues precisamente el biógrafo que determinó un canon del género imaginó “paralelas” esas vidas que precisamente se caracterizan porque difícilmente se parecen entre sí.
No se trata de ninguna manera de ignorar a quienes resaltaron como bien lo anota Guillermo Cabrera Infante en sus Vidas para leerlas, que toda biografía aspira a ser historia. Se sabe bien que tanto los griegos como los latinos, de Diógenes Laercio a Heródoto, de Suetonio a Vasari, apelaron más al chisme de salón y al rumor de corte que al rigor científico para grabar las improntas de los hombres celebres. También es importante retomar, a la hora de tratar de hacerse una idea del significado y de la especifidad de la biografía, las vidas de los héroes como las presentaron Emerson y Carlyle, donde al gusto de Borges se oponen la pretensión de hacer una teoría de la historia a partir de la imitación de los rasgos más poderosos de los héroes, con la tragedia de ser irreparablemente individuos cortados por el tiempo y el espacio.
Cuando Borges escribe su Historia universal de la Infamia, se declara influenciado por Schwob y su método: el ocuparse de personas reales y fabular sobre su vida a partir de su obra. La fabulación debió estar de fondo en las investigaciones de los primeros biógrafos que tuvieron que hablar de personajes de los que únicamente conocieron sus obras. No se desconoce que hasta en la propia historia, la capacidad de representación del historiador juega un papel fundamental, el de producir un efecto con la manera de contarla.
No ocupa un lugar aparte la autobiografía en la aspiración de convertir la vida en historia, la historia en vida. Dentro de la tradición literaria de occidente las memorias, los diarios o las cartas son elementos fundamentales dentro de la producción de los más destacados escritores. Además de ayudar a comprender los motivos del autor, la singularidad o el estilo del mismo; dichos materiales son materia prima para las biografías. Cumple la autobiografía un papel fundamental en la reflexión sobre la biografía. En la primera el autor se recrea a través de la memoria, en la segunda el biógrafo proyecta su representación del autor en la obra misma en una yuxtaposición entre vida y obra. Para muchos en este aspecto se define la función de la autobiografía, la coherencia estilística entre vida y obra: el caso cercano de Fernando Vallejo quien hace como Nietzsche de la escritura su sangre. Aunque también es común el caso contrario, la aparente incoherencia entre vida y obra; el caso de grandes poetas antisemitas en campos de concentración o de ficciones viajeras de quienes permanecieron siempre en un mismo lugar. En este punto nadie buscaría la emoción que produce la obra de Borges en su propia vida ni la candidez de la obra de Heidegger en la vida del filósofo.
La autobiografía pone de manifiesto que el lenguaje no sólo sirve al autor sino que lo constituye como tal. Toda pretensión autobiográfica está sujeta a una recreación no objetiva del pasado. Las memorias, las cartas y los diarios íntimos tienen altas dosis de ficción, de imaginación del escritor que a través de la manipulación de la realidad hecha lenguaje se inventa a sí mismo. Más que acceder de manera veraz al pasado, la autobiografía es una lectura de la experiencia que llega a profundidades que traspasan los simples recuerdos, quizás por eso los escritores de ficción suelen ser los mejores biógrafos de sí mismos, incluso suelen ser fascinantes en este terreno.
Pavese alcanzó quizás su máxima expresión en sus diarios, El oficio de vivir, que con el resto de su obra; los diarios de Kafka son fundamentales para comprender ciertos aspectos de la obra del autor, el estado anímico en el que se levantó su enigmática obra. Es esta una tradición que sin duda se remonta a San Agustín y Rousseau y llega hasta Thomas Bernhard. Pero, además, para algunos escritores la vida propia se entrecruza con la obra produciendo testimonios que se hacen literatura hecha vida. Desde Celine, pasando por Henry Miller y la generación beat o Bukowski se puede rastrear esta tendencia.
Así, biografía o autobiografía son más que la base real de la ficción, constituyen un tipo de recreación de la realidad que vale por sí misma; y más que representación de la vida o de la realidad, estos géneros constituyen formas de existencia que conviven entre la ficción y la no-ficción para contrastar a los individuos frente al curso de la historia.
Escritor: Andrés Gómez Morales
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