CEFERINO EL OBSERVADOR

El reloj suena invariablemente a las 6:53 minutos de la mañana. Es una forma como cualquier otra de sentir que se rompen las reglas de lo común. Don Ceferino no es que se sienta un transgresor por motivar ese gesto, pero gracias a él hace que se calmen los perros internos que ladran a su progresivo acomodo.

Es una forma leve de equivocar el paso en el desfile. Por eso siempre despierta con una sonrisa socarrona… Como cada mañana, se asea pulcramente: dientes, afeitado eléctrico, ducha con agua tibia, desodorante en spray, colonia y loción para el afeitado. Se viste con su pantalón de pinza oscuro y camisa blanca impecablemente limpia y planchada. Como cada mañana, las 7:22 am.Desayuno ligero: café solo sin azúcar y rebanada de pan tostado con margarina sin sal. Sin leche, sin azúcar, sin sal… 7:40 am.

Sale de casa y se dirige al negocio familiar. Regenta un estanco desde hace más de 17 años. Lo abrió con los ahorros que le dieron cuando cerró la vieja fábrica de fundición donde trabajaba. No tiene hijos y nunca tuvo mujer… Negocio familiar, sonríe. A las ocho de la mañana se sitúa tras el mostrador a observar a la gente que pasa frente a su negocio en sus quehaceres diarios. Y se cuestiona sobre la sorprendente invariabilidad conductual de sus vecinos, vencidos por las rutinas y los años. Podía predecir con una precisión cuasi exacta a la hora que pasaría frente a su puerta cada vecino… En su momento supuso un reto, pero luego la invariabilidad del resultado restó aliciente al ejercicio.

se sentía como un observador externo y paciente del comportamiento humano, como un investigador ante su mesa de muestras, como un estudiante de campo… Con la meticulosidad del científico anotaba cada muestra, diariamente… Era su estudio. No podía entender cómo la habituación había sojuzgado la libertad de sus conciudadanos. Y no eran conscientes de ello o, al menos, no parecían serlo. O, peor aún, no les importaba. A las 13:30, cierra el negocio y vuelve a casa dando un paseo por el parque. Era su ruta favorita desde que la descubriera pocos días después de comenzar en el estanco. Era tranquilo, poco transitado y se oía el piar de los gorriones entre la arboleda.

Al llegar a casa miraba el reloj de pared del salón más por costumbre que por comprobación ya que sabía de antemano que las agujas marcarán la 1 y 55 minutos del medio día. Prepara la comida. Hoy es jueves, por lo tanto toca lentejas estofadas y rape a la plancha. Después de comer recoge los platos y friega la cocina para volverla a dejar impoluta. Descansa durante veinte minutos en el sofá del salón antes de volver al estanco. noche, hora en la que don Ceferino cierra su estanco, maravillado y extrañado de la invariabilidad comportamental de su muestra. Cómo cada vecino hace cada día lo mismo.

Regresa a casa por su camino habitual. Al llegar se desviste y deja la ropa en la silla junto a la cama. Se pone el pijama y se calza las zapatillas. Va hacia la cocina y se prepara una cena ligera, consistente en un yogurt natural y una pieza de fruta suave: manzana. Es buena para salud, se dice. Sabe que es un pensamiento supersticioso, pero no puede evitar repetirse la misma frase cada noche. Como si ese ritual aumentase los efectos beneficiosos de la manzana para la salud.

Se lava los dientes y se va a la cama a las 21:30. Ha sido un buen día, se dice. Pero no puede evitar sentirse un poco decepcionado y frustrado con el comportamiento de las personas que le rodean. Hay cierto malestar en su interior cuando piensa en cómo la gente desperdicia su vida dejándose devorar por la rutina sin que nadie haga algo distinto, que se salga de la norma… Pobres, son tan previsibles, piensa a oscuras mientras se queda dormido. El reloj suena invariablemente a las 6:53 minutos de la mañana. Es una forma como cualquier otra de…

Escritor: Sergio Gamero