DE CONVERSACIONES Y PLUMAS

¿Cómo pueden las palabras bailar como si fueran amantes enamorados?, esa fue una de las tantas preguntas que me hice, pero no me atreví a mencionarlo, no quería parecer un novato sin entendimiento. No sé exactamente como me halle ahí, creo que fue después de tanto caminar e intentar vivir vidas que no eran la mía. Recuerdo que estaba empapado por alguna de las tantas lloviznas que habían caído en esta época de mi vida, sin embargo, mi corazón estaba tranquilo; si no fuese así, jamás habría podido llegar a este lugar que con el tiempo seria mi hogar.

El punto importante de este relato empieza con él, mi maestro; un anciano amable, amable como el agua tibia, apacible y fuerte como el cuero viejo. Me tornaría en halagos y descripciones para él, pero su voz aplomo mi atención que en ese preciso instante estaba algo dispersa. Tras su mirada que se clavó en mis ojos como hurgando cosas en un viejo baúl, vino su pregunta ¿Cómo estás?, pensé bien la respuesta porque en realidad, no la conocía con claridad. Mi mente esta como madeja de hilos enredados, hilos de todos los colores, repuse. Cierto, pero antes del equilibrio perfecto de la tierra, fue el caos, me contestó y antes de los girasoles de Van Gogh, solo hubo pintura almacenada por ahí en algún estante, pintura de colores como los hilos que hay dentro de tu cabeza. Pronto sentí como su voz, la cual percibía más fácil que incluso su misma figura; parecía levantar polvo en mi mente, como el que acomoda un sótano para convertirlo en su refugio. Podrías escribir en lugar de hablar?, me pidió, estoy algo sordo de mi oído izquierdo y no quiero pedirte que grites a cada momento que hables.

No sé si fingía su sordera o no, pero su petición me parecía más dispendiosa, yo podría gritar, a los jóvenes nos es más fácil gritar y no escribir, cuestión de cultura, genética o mala educación talvés. Seguramente escuchó mis pensamientos con alguna especie de radar sensorial que deben tener oculto los ancianos entre sus canas, porque empezó a hablarme de porque escribir más y hablar menos, de porque aquietar el espíritu, más allá de la excusa de su sordera que para mí y estoy seguro de no equivocarme, era solo una excusa. Mira, me dijo, “la escritura es como la vida y el amor; cada palabra escrita tiene una historia en común con otra, una historia antigua que espera ser descubierta. Se crearon para estar juntas, para jugar, para bailar en perfecta coordinación, para ser amantes, esa es la buena escritura”. Escribir es como la música, es fluir, es ver las letras cual colores en el lienzo, mezclas dos colores y aparece uno nuevo, mezclas las letras y surgen nuevas expresiones, nuevas maneras de hacerte entender, mucho mejor que con tu joven lengua mi querido y empapado amigo.

Yo nunca había visto las palabras de esa manera, solo las asociaba a múltiples tareas e imágenes de periódicos y uno que otro crucigrama que había llenado a la mitad los días que me quedaba solo en casa mientras mis padres trabajaban. Aún pensaba en esto cuando me acercó una taza de chocolate caliente y sonrió, mirando hacia su chimenea y esta vez con un poco más de interés me volvió a preguntar ¿Cómo estás?, pensé que había respondido eso antes pero en realidad no lo había hecho, tampoco lo hice de inmediato en esa ocasión, aunque pronto tendría respuesta para eso. Mi maestro tenía un lenguaje mucho más abundante y misterioso que el que salía de su boca y su actitud, tenía vida en sus canas, fuego en su interior, creo que era mucho más joven y fuerte que yo.

En silencio, solo escuchando la leña quebrarse en el fuego, le miré, le sentí y aprendí; de él venía un entendimiento gradual para interpretar el conocimiento que había a mi alrededor en cada partícula de materia. Esa fue la primera de muchas veces que estuve a su lado, conversé con el maestro, adiestró mis manos, despertó los ojos de mi mente. .

Escritor: Alejandro Cifuentes Cardenal