Dublín inmortal

Dublineses, el primer libro de James Joyce, podemos definirlo como una galería de personajes que, conjuntamente, a través de sus contradicciones y sus pequeñas victorias, nos ayudan a percibir una ciudad –Dublín– y una época –principios de siglo– muy concretos. En España no apareció la primera traducción hasta 1942, pese a que fuera publicado por primera vez tres décadas atrás, en 1914, y escrito alrededor de 1908. Tampoco los otros libros de Joyce llegaron a nuestro país inmediatamente: las traducciones de Retrato del artista adolescente y de Ulises tardaron décadas en ser admitidas y traducidas; Finnegans Wake, debido a los problemas que resultan de traducir un lenguaje tan particular, es todavía hoy una incógnita. A pesar de todo, en Dublineses encontramos una región estilística nueva, diferente a la producción novelesca de Joyce y a su obra poética, pero igualmente innovadora.

El libro consiste en quince cuentos, de extensión diversa, que oscila entre las cinco páginas y las cincuenta. Los personajes que aquí se encuentran tienen diversas edades, oficios y estatus sociales. Reaccionan a lo largo de las páginas frente al amor, el alcohol, la buena educación, el papel ante la sociedad. Y esta sociedad, compleja y contrariada, nos presenta frentes abiertos políticos (el nacionalismo irlandés, la posterior independencia, la relación con la Gran Bretaña), sociales (las diferentes clases sociales en una época muy convulsa) y religiosos (el catolicismo y el protestantismo dividen en dos la isla).

Los relatos tienen regiones inciertas, especialmente en lo que respecta al comportamiento de los personajes. El lector juega un papel activo a la hora de interpretar la historia cuando se vuelve ambigua y cuando hay que completar el recorrido del relato ante un final abierto. En los momentos que lo requieren, el narrador se acerca mucho a los personajes para explicar cómo se sienten. La prosa de Joyce es sobria, se balancea como un poema, tiene un ritmo particular. Tiene muy en cuenta los elementos prosódicos y retóricos que necesita la poesía y los aplica al texto de forma minuciosa. El uso de las sinalefas y las aliteraciones generan ritmo poético, el tono próximo e íntimo del narrador, una voz poética.

El cuento más celebrado de los quince es el último, titulado Los muertos. Narra una fiesta, el baile anual de la señora Morkan, y la peripecia de un personaje, Gabriel Conroy, que, tras descubrir un amor triste en el pasado de su mujer, empequeñece en cuanto a destreza social y felicidad pero se hace más grande para el interés del lector. Durante la velada, Gabriel Conroy se encuentra muy a gusto con el ambiente favorable que siente y se comporta como un invitado más. Tiene que pronunciar un discurso y, pese a haberlo preparado en casa, duda. Cuando encuentra un rato para pensar le da vueltas y se aparta del centro de atención de la fiesta.

Su mujer, Gretta, va por libre en casa de la señora Morkan: tiene sus amigas, sus caprichos y se desenvuelve mejor que su marido entre la gente. Están casados y tienen hijos, viven en Monkstown de forma acomodada, hacen viajes en verano y vida social durante todo el año.

Lo que da un giro al relato es una canción, The Lass of Aughrim, cantada por el señor D’Arc cuando la fiesta termina y los invitados se van. Gretta Conroy recordará, en ese momento, una triste historia que Gabriel no conocía y que la deja en una actitud ausente y triste. Cuando era joven había querido un chico que se llamaba Michael Furey, un chico delicado que solía cantar esa canción. Él estaba enfermo pero, cuando supo que Gretta se marchaba a Dublín, se quedo la última noche delante de su casa sobre la nieve, temblando de frío, y una semana más tarde murió.

El cuento termina con un monólogo interior, un procedimiento narrativo mediante el cual el narrador funde su punto de vista con el de Gabriel, que reflexiona sobre todo lo que le ha dicho Gretta y explora su dolor de una forma íntima e intensa. Estas últimas páginas cierran el relato con un tono melancólico y amargo muy alejado del final de la fiesta.

Escritor: Xavier madrazo fraile