La protección de los recursos naturales necesita de una nueva dinámica ecológica.

La palabra recurso está íntimamente ligada a la idea de renovación y es toda forma de materia o energía necesarias para el funcionamiento de organismos, poblaciones y ecosistemas. La obtención de recursos sería el motivo último que resumiría las relaciones de transformación mutua humanidad-Naturaleza. Para la humanidad, un recurso consiste en una forma de materia, energía o información, que son indispensables en aras de asegurar las necesidades fisiológicas, socioeconómicas y culturales tanto individuales como colectivas. Este criterio sugiere que lo importante no es el recurso en sí, sino el servicio derivado del consumo del mismo; pero tal criterio, mal interpretado e incorrectamente usado, nos puede conducir a un desastre.

En el ámbito de las Ciencias Naturales, se consideran recursos naturales aquellos elementos que no han sufrido un proceso de transformación, por lo que constituyen la base del resto de los procesos productivos. Se agrupan en dos grandes categorías: los recursos naturales biológicos y los físicos, además, pueden ser clasificados como renovables y no renovables. Los primeros, son aquellos que una vez explotados en un lugar determinado y en un momento dado, son susceptibles de ser aprovechados nuevamente, en ese mismo lugar y durante un período de tiempo relativamente largo; pues son capaces de restaurarse mediante procesos naturales, a una velocidad superior a la que son consumidos por los seres humanos. Los segundos, son aquellos sobre los que toda explotación lleva consigo, inevitablemente, su disminución irreversible.

El desarrollo cultural del ser humano ha hecho posible la sustitución de los recursos y lo ha llevado a descubrir propiedades novedosas susceptibles de satisfacer nuevas demandas. Materiales desconocidos o muy poco utilizados, pueden llegar a ser recursos imprescindibles e incluso ser elevados a la categoría de elementos estratégicos. Por ejemplo, los microorganismos, los animales y las plantas capaces de elaborar productos naturales utilizables por el hombre en su beneficio, pueden convertirse en recursos naturales de inestimable valor. Tal es el caso de los escorpiones y el veneno producido por ellos, que es sin dudas, el producto más preciado derivado de los alacranes.

Desde hace varios años, el veneno de los escorpiones se ha estado utilizando en el mundo como “instrumento” farmacológico en el estudio de los procesos de transmisión química; así como en otros mecanismos relacionados con la fisiología del sistema nervioso. Estas características, unidas a sus propiedades toxicológicas, han conllevado a que sea muy útil evaluar la actividad farmacológica de estas toxinas.

Un ejemplo antológico, es el caso del escorpión Buthus martensi Karsch, que ha sido uno de los materiales indispensables usado en la medicina tradicional China, en el transcurso de miles de años. Las propiedades farmacéuticas y efectos curativos del veneno de este arácnido, fueron detallados en la primera farmacopea china oficial “Compendium of Material Medica” de 1578. El escorpión completo, la cola, o su extracto, ejercían efectos positivos en el tratamiento de enfermedades neurológicas tales como la apoplejía, la parálisis facial, la epilepsia y la hemiplejia. Así como para paliar los dolores causados por el llamado síndrome reumático. En el siglo XX, se confirmó el efecto anti-epiléptico, anti-hiperalgésico y anti-nociceptivo de este alacrán.

Desde principios del siglo XIX, los escorpiones y su veneno ya eran utilizados en la terapia tradicional cubana. Se usaban diferentes especies maceradas en alcohol para el tratamiento de dolores reumáticos y musculares; de igual forma, para aliviar dolores renales e inflamaciones diversas mediante el uso del llamado “aceite de alacranes”, que se expendía en la botica francesa del Dr. Troilet, hoy convertida en museo farmacéutico. En la década de los años 80 del pasado siglo, se iniciaron en la provincia de Guantánamo, en el oriente cubano, los trabajos con el escorpión endémico Rhopalurus junceus. Se comenzó a utilizar el veneno crudo diluido de este alacrán en perros afectados con tumores espontáneos.

Posteriormente, en los años 90, los estudios experimentales realizados en ratones y perros afectados con tumores de Erlich, adenocarcinomas y neoplasias malignas, a los cuales se les suministró la solución oral del veneno; mostraron reducción del tumor, lisis y obliteración de esos procesos tumorales.

La exaltación que se ha hecho a lo largo de estos años del valor del veneno de R. junceus como producto antitumoral, conllevó a la captura indiscriminada de estos animales con el consiguiente descenso de sus poblaciones por parte de personas sin los debidos conocimientos ecológicos, etológicos y éticos. La acción negligente de profesionales de este sector, el ánimo de lucro, las ansias de protagonismo, y las inadecuadas formas de organización y administración ponen en peligro la existencia de una especie que comparte un espacio, un tiempo, y un esfuerzo por permanecer y ocupar el lugar que le corresponde en este mundo junto a nosotros.

El objetivo que tiene que presidir toda nuestra actuación presente y futura, tendrá que ir encaminado a la recuperación y conservación de nuestros recursos naturales. En el caso de los alacranes cubanos, su conservación y protección no constituye una doctrina impermeable a los cambios; sino una opción crítica que ordena sus prioridades entre las demandas del entorno social y el natural. Dichas prioridades aseguran respuestas ecológicas plausibles que favorecen la continuidad del frágil equilibrio que gobierna y sustenta el desarrollo y la vida de estas complejas poblaciones.

Todos, en cualquier contexto que nos encontremos, tenemos que ser capaces de poner nuestra inteligencia al servicio de la conservación de los recursos naturales. La única garantía para la explotación sostenible de dichos recursos, será la implementación y ejecución de proyectos debidamente concertados, mediante el trabajo conjunto de investigadores, inversionistas, productores y ejecutores. Sólo de esta forma seremos capaces de irradiar una nueva dinámica ecológica.

Escritor: Josefina Cao López.

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