El aprendizaje y la enseñanza en la escuela: dos caminos que no se han unido lo suficiente.

A lo largo del tiempo, la educación de las personas ha pasado por distintas etapas: un privilegio de pocos, una posibilidad para algunos, hasta el día de hoy en donde es un derecho universal al que se han acogido la mayor parte de las naciones. Darnos cuenta que la educación va más allá de ser una opción de volvernos individuos superiores al resto con el sólo fin de gobernar o concentrar el poder, no ha sido un proceso fácil, muchas fueron las batallas libradas para lograr igualdad de condiciones y derechos.

En el mundo globalizado e interconectado en que vivimos hoy, surge la necesidad de formar personas brindándoles la posibilidad de desarrollar sus potencialidades. Muchas veces sólo pensamos en lo primero: en la posibilidad de estudiar y tener un lugar en un colegio o universidad. Pero, ¿qué pasa con la calidad de la enseñanza o con las metodologías?, ¿no son acaso importantes también?. Las perspectivas educacionales también han cambiado, aunque no necesariamente para mejor. Si bien es cierto que ya no se practica el dicho “la letra con sangre entra”, al interior de la escuela se suscita un amplio espectro de situaciones de discriminación, represión y exclusión, reproduciendo las desigualdades sociales.

Quienes estamos vinculados al mundo de la pedagogía sabemos que el paradigma imperante hoy en día es el conductismo. A grandes rasgos, podemos definirlo como una forma de enseñanza enfocada en estimular al estudiante, esperando generar con eso una respuesta: el profesor somete al niño a una situación didáctica y su mente es “llenada” desde fuera. Los conductistas afirman que lo único estudiable es lo observable y en el caso del ser humano lo único tangible son las conductas. Es una doctrina pseudo – democrática, pues plantea que todos los seres humanos nacemos iguales (con la mente “vacía”) y lo único que nos distingue es la forma en que llenamos nuestras mentes y con qué.

En el transcurso del siglo pasado (período en el cual la educación se fue haciendo alcanzable para la mayoría de la gente), las rígidas metodologías de conducta no ayudaron mucho a formar personas con iniciativa: quienes asistían al colegio en aquel entonces eran un ítem más dentro de la cadena de producción. A día de hoy, el panorama es que la gente no percibe que la educación va más allá de la formación para insertarse en este sistema social y lograr una mejor posición económica, sino que es una opción de enriquecimiento personal, una herramienta para ser mejores personas. La educación nos brinda las capacidades y los conocimientos para mejorar el mundo y hacerlo acogedor para todos, la gente debe cambiar su perspectiva y dejar de verla como un instrumento para ganar dinero, ¡debe dejar de ser un negocio!

Retomando la vida al interior de la escuela, muchas veces los contenidos se enseñan desde una metodología distante e inconexa para el estudiante, poco amenos, entorpeciendo su aprendizaje. En la categoría de ameno podríamos situar el constructivismo, resulta increíble que a pesar de que han transcurrido más de cuatro décadas desde que se ahondó en esta perspectiva educacional, sigue siendo una tendencia tímidamente emergente. Al interior de este paradigma, la pedagogía debe generar procesos intersubjetivos en donde se produzca negociación de ideas con los otros, entre los estudiantes, promoviendo una participación activa. La labor del profesor ya no se enfoca en traspasar información y exponerla en un pizarrón sino que es averiguar cómo funcionan los aprendizajes del niño a la vez que el estudiante participa de la dialéctica de sus propios saberes con el conocimiento objetivo. El fin último no es si el niño aprende el contenido, sino que recae en los procesos de pensamiento, el conocimiento es sólo un producto.

Ahí yace la verdadera reforma de la educación: trasciende los contenidos que se enseñan y las horas de estudio, lo que se debe reformar son las metodologías de enseñanza, cambiando así la vida al interior de la escuela, dando un giro hacia el trabajo en equipo y colectivo. Es cierto que se necesita mejorar en infraestructura, cobertura y posibilidades de ingreso, pero ¿a qué estamos accediendo? ¿qué estamos aprendiendo? la calidad de los aprendizajes es lo que sí debe importarnos.

Al interior de la escuela muchas veces se hacen a un lado todas estas cosas y asistir a clases se convierte en una rutina, basta con preguntarle a un niño por qué va al colegio, de seguro más de uno nos dirá que lo hace porque sus padres lo mandan o porque todos los niños lo hacen. ¿No sería interesante hacerle ver a los pequeños que están viviendo una de las etapa fundamentales en su formación, y tal vez la más importante? Tomar en cuenta los intereses de cada estudiante y velar por proporcionarle las herramientas, la oportunidad de poder vivirlos y llevarlos a cabo debe ser la preocupación fundamental de los profesores.

Psicólogos como Coll y Piaget se han preocupado de estudiar e investigar los procesos de aprendizaje aportando ideas nuevas al mundo de la educación. Gracias a esto se han hecho consideraciones y valorado aspectos que antes eran desconocidos o menospreciados, generando nuevas metodologías y como consecuencia los estudiantes alcanzan los tan anhelados aprendizajes significativos, que no son más que la conexión entre los aprendizajes ya adquiridos y los que se enseñarán.

Hacerle ver a un niño la importancia del contenido y para qué le va a servir, facilita enormemente la tarea educativa, dándole un carácter emocional que aumenta las posibilidades de que sea internalizado. En síntesis, debemos darle al estudiante el rol protagónico, tomando en cuenta cada uno de sus intereses. Como decía Freinet: “descubrir en cada niño un alma distinta”. ¿Qué es lo que motiva a mi pupilo?, ¿qué desea hacer con su vida? Demostrarles que aprender en el colegio sí puede ser entretenido y no se necesita una disciplina represiva y estricta para lograrlo.

Escritor: Patricio Antonio Aránguiz Morales

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