Siguiendo este último punto, hay que organizar la intervención en los centros penitenciarios sin olvidar que el ambiente penitenciario, como analiza REDONDO (1989), está integrado por tamaño de recíproca influencia:
• Las características asociadas a la población: desde el número y la formación de los profesionales que trabajan, hasta los perfiles de la población interna o aspectos como la masificación, los ratios de profesionales por interno, etc.
• El diseño organizativo: los horarios, la normativa interna, las normas disciplinarias, la oferta de actividades y de programas, la disponibilidad de beneficios y recompensas, etc.
• La estructura física o arquitectónica: el tamaño y las formas de los espacios comunes y de las celdas, la iluminación, la uniformidad o la diversidad, etc., y el uso o la utilidad de los espacios.
• El entorno penitenciario: el conjunto de instituciones o personas de la comunidad que participan en la vida de los centros penitenciarios y acompañan a los internos en sus salidas y en el proceso de reintegración a la sociedad.
Así, la eficacia de una institución penitenciaria está determinada por todos estos factores y afecta la conducta cotidiana de los internos y del personal penitenciario. Además, hay una variable especialmente determinante y diferenciadora de la vida dentro y fuera de una prisión: el tiempo. La prisión mantiene una forma fija de tiempo (duración de la condena) que contrasta con el tiempo variable, fragmentado y adaptable a las circunstancias del exterior.
En cuanto a la relación espacio -tiempo, en el exterior la tecnología cubre grandes distancias espaciales en unidades de tiempo cada vez menores. En la cárcel, esto es lo contrario: un espacio limitado, que siempre es el mismo, es experimentado durante un largo periodo de tiempo, lo que crea un marco de obsesiva repetición y monotonía de la experiencia diaria y una ausencia de estimulación.
En el exterior, la cotidianidad se describe por unos horarios fijos que marcan unas actividades fijas, pero también es la herramienta que el sujeto puede variar por propia voluntad, según sus necesidades. En la cárcel, el horario es fijo y en absoluto modificable. En el exterior, cada uno señala y manipula los límites que le hacen falta entre el tiempo dedicado al trabajo y el tiempo dedicado al ocio: contempla los tiempos, los altera, cambia de actividad o de trabajo. Son maneras de autorganización y de valoración del tiempo propio. En la cárcel, tanto el tiempo de trabajo como el tiempo de ocio se encuentran bajo supervisión y control social externos.
Por tanto, el tiempo en prisión se uniformiza, se hace monótono, invariable y totalizador. Para modificar y suavizar esto es importante la planificación y la programación de actividades. En esta programación es importante medir la cantidad de tiempo que se ofrece a cada tipo de actividad, que debe responder el abordaje de las necesidades detectadas en la población de una manera proporcional a su peso. La clase y cantidad de actividades programadas genera determinados climas sociales, lo que es fácilmente observable en las dinámicas diferenciadas que se producen los fines de semana en un centro penitenciario, cuando se hace visible un importante cambio de clima social y predomina un ambiente lúdico y de descanso.
También como forma de intervención sobre la percepción del tiempo, se adaptan en todo lo posible los horarios en la vida cotidiana externa: la mañana se dedica al trabajo (productivo o formativo), la tarde en el ocio (ocio, actividades deportivas o lúdicas) y los fines de semana se dedican a fomentar las relaciones sociales y familiares para medio de las comunicaciones en el centro penitenciario.
(Generalitat de Catalunya. Departamento de Justicia)