EL LENGUAJE EN LA EDUCACIÓN

Es innegable que además de ser una facultad de crear, emplear e interpretar diferentes sistemas de signos, el lenguaje es por excelencia la herramienta de comunicación, de interacción y de creación de cultura. El hombre es lenguaje, pues en él está la posibilidad de ser sujeto. Es en el lenguaje que el sujeto deviene en cuanto existencia. El lenguaje es aquello que permite construir y deconstruir el mundo del pensamiento: “el mundo del lenguaje rodea al hombre en el instante que dirige su mirada hacia él, con la misma certidumbre y necesidad y con la misma “objetividad” con la que se sitúa frente a él el mundo de las cosas” (Cassirer, 1998). En el lenguaje está el hombre y el hombre es lenguaje. En el lenguaje está la palabra, le lengua y el habla, es decir todo el universo cultural de cualquier grupo social.

Así las cosas, es innegable que la importancia que adquiere con esto el lenguaje, va más allá de una simple mirada panorámica, de conjunto. Tal vez, la espesura del paisaje no nos deje adentrarnos en el bosque, quizá lo evidente de la relevancia, que tiene para el hombre el lenguaje, no deja que le asigne a éste el lugar que le corresponde en su vida como ser social e individual. No hay comunicación sin lenguaje. La producción de sonido no es lenguaje, lo que hace que el sonido articulado sea lenguaje es la conciencia de su valor simbólico y significativo. El lenguaje es sonido, es gesto, es mirada, es grito, pero también es sentido, expresión, interlocución. Si no se tiene en cuenta esto, entonces cualquier proceso de formación y educación se torna nulo, vacío, pues el lenguaje es aquello que hace que exista esa dialogicidad propia de cualquier intercambio discursivo.

Por lo tanto, y desde la perspectiva de lo que implica analizar el fenómeno del lenguaje enmarcado en el contexto educativo, vale la pena mencionar que cualquier intento de educación que deje por fuera el lenguaje corre el riesgo de estar, desde el comienzo mismo, minado por una carencia total de conciencia comunicativa. El lenguaje no está en el enunciado, en el discurso, sino en el sentido de éstos. El discurso es el acontecimiento del lenguaje (Ricoeur, 2006). De esto se sigue que el asunto del lenguaje, como hecho psicológico, social, cultural, semiótico y pragmático, por ejemplo, no pueda ser discutido ni analizado sino es entendido como posibilidad de crear alteridad.

El lenguaje permite reconocer, a través del intercambio de actos de habla dados en el discurso, a sujetos que poseen unas competencias comunicativas y lingüísticas propias. En consecuencia, si es el educativo, el marco desde el cual se estudia y reflexiona acerca del lenguaje, no puede mirarse de soslayo que quienes se educan son sujetos, personas, pues, es el sujeto, y no el lenguaje, el que aparta, excluye. De ahí el papel fundamental de la escuela como escenario de educación, de formación y construcción de individuos.

Educar seres conscientes de la importancia del lenguaje como facultad, como herramienta o como instrumento de construcción de subjetividad, de identidad, es una de las tareas que la escuela no ha tenido en cuenta con la seriedad que exige. ¿Acaso no es el lenguaje habla, lengua, oración, enunciado, palabra, signo, gesto? Los distintos intercambios discursivos que se dan todo el tiempo entre los miembros de un determinado grupo social (familia, amigos, colegio, universidad, trabajo) son evidencia más que suficiente para reflexionar sobre lo vital que se torna el lenguaje en la vida del sujeto. La educación es un proceso social, cultural, antropológico, psicológico, epistemológico, pero también lingüístico, semiótico, comunicativo y pragmático. En este sentido, cualquier ejercicio formativo debe estimular en los individuos el interés por fortalecer su competencias, lingüística y comunicativa.

Escritor: John Breitner García Másmela