El moralista del S. XX

En todos los tiempos la historia se recapitula y se renueva constantemente el esfuerzo humano por conocer el mundo. Por esta razón, en el siglo XX estas producciones culturales encarnan un nuevo espíritu de discernimiento. Algunas características de este periodo están relacionadas con el fracaso de los sistemas que pretendían la unificación del hombre y de la realidad -como los hallazgos de la ciencia contemporánea, la desintegración de lo real y la fractura del yo-, dando como resultado un giro respecto a lo que se creía que iba a ser el renacer de un nuevo siglo. Este giro marcó la historia del hombre de una manera radical, debido a que en el siglo XIX la filosofía sistemática colapsó con la aparición de filósofos como Nietzsche. Con él la filosofía del siglo XX tendría un “nuevo” comienzo que marcaría profundamente la cultura occidental. Así, ciertas corrientes del pensamiento de ese siglo se caracterizarán por su exposición violenta y agresiva, rasgo típico de la época, y que puede ser percibido en buena parte de sus representantes.

La filosofía se ha privilegiado de este cambio y ha renunciado a la idea de unidad. Este nuevo estilo filosófico tiene unas nuevas variables -como por ejemplo, el carácter personal, autobiográfico, ensayístico-, y nuevas formas de lenguaje que se confunden con el literario. Dentro de estos nuevos ámbitos se ubica Cioran, el moralista del siglo XX. Savater dice que “Cioran dista mucho de ceder a la tentación de la metafísica y que, frente a ella, elige la sencillez y el humor, lo azaroso, lo venial o, en resumidas cuentas: la literatura” .

Si bien es cierto que el pensamiento cioraniano se puede confundir con el literario, se debe resaltar que el autor excede los límites de la filosofía y la literatura. Y lo hace porque su pensamiento explora de manera brillante ámbitos que la filosofía ortodoxa había olvidado. Es decir, en la obra cioraniana hay un retorno hacia un tipo de filosofía más privada en el sentido que él “interioriza” su pensamiento para convertirlo en parte de su obra, una obra que se construye a partir de sus experiencias más íntimas. De este modo, él “juega” a ser su propio intérprete, es decir, se adentra en su yo para extraer de allí los temas de sus reflexiones que giraran principalmente sobre la condición humana, y en las cuales el tiempo, la muerte, Dios, el suicidio y la enfermedad serán las voces de sus disertaciones.

Si Cioran reflexiona sobre el hombre no lo hace con la intención de elogiar o ponderar sus hazañas; al contrario lo hace para remover su fragilidad y ponerla en evidencia. Pues ésta se manifiesta en cualquier proyecto humano, es decir nuestro autor considera que cada empresa humana está condenada al fracaso, pues es el deseo es la fuente de todos los desatinos humanos, porque lo inserta en el tiempo; ese devenir incesante. Por ello no es de asombrarnos los términos que utiliza para referirse al hombre, ya que según él “el hombre está podrido desde que nació, podrido desde sus raíces” . La podredumbre del hombre reside en que se encuentra preso del deseo, la enfermedad original del humano.

La condena al deseo que hace Cioran no se sedimenta en un pesimismo teórico, sino que encuentra sus raíces en la vida ya que la vida es engredada a partir de aquél. La vida es puro deseo y de alguna manera es un intento fracasado de huir de la muerte. En ese sentido la “propuesta” cioraniana se mueve en el marco de lo irracional y del fatalismo.

Somos hijos del tiempo y por ello nos encontramos encadenados por el deseo. Cioran desde esta perspectiva, no nos muestra salida alguna para “soportar” la pesada carga que todos llevamos a cuesta. Y sería mucho más pesada si no contáramos con la lucidez pues gracias a ella podemos develar las imposturas que ofrecen cualquier tipo de salvación.

La obra cioraniana aparece en la escena de la filosofía del S. XX con un estilo “anacrónico” por la herramienta que eligió para dar forma a su pensamiento: el aforismo. Él inyecta una fuerte dosis de vértigo a su pensamiento que está cargado de elementos virulentos contra el mundo, el hombre y la filosofía. Ningún andamiaje conceptual propuesto sale ileso del ataque de Cioran. En ese sentido, su obra se “construye” a partir de suelos movedizos e inseguros a través de los cuales el lector se desliza y tropieza. Sus aforismos manifiestan una furia e intensidad tal que es imposible descifrar la fortaleza implícita de cada uno de ellos. Sin embargo crean un eco perceptible que atraviesa la consciencia del lector logrando sacudir sus seguridades ya sean las que dan el sentido común o las que da la fe. Por ello intentar comprenderlo es una contienda perdida; él, con su letal ironía, nos desarma al mostrarnos la fragilidad de nuestras herramientas.

Una de las problemáticas más atrayentes dentro de su pensamiento es el problema de dios y su religiosidad cuya presencia en su pensamiento es innegable. Pero ella se reviste de particulares matices contradictorios y paradójicos. Por ejemplo, para un espíritu escéptico Dios no sería un problema ya que no alberga, “supuestamente”, ningún tipo de creencias. Sin embargo, en Cioran es precisamente su escepticismo la barrera que no le permite acceder a la plenitud que ofrece la divinidad a los creyentes y a los santos, y que tanto requiere, según sus propias declaraciones. Así: “la presencia de la religión en mí es real” .

Dichas declaraciones son la clave para comprender de qué tipo de religiosidad se trata. Se puede afirmar, en primer lugar, que esta religiosidad no se encuentra determinada por el grado de fe, sino por la emotividad que promueve del corazón. En ese sentido, nos encontramos frente a un fenómeno que desborda los marcos racionales para abrir paso a las emanaciones de un espíritu que lucha con su sufrimiento para verterlo en un Dios que, no obstante, se encuentra ausente.

Escritor: Ana Ayala

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