El papel de los mediadores semióticos en el nacimiento de la consciencia

En esta misma línea, Bronckart (2000, p. 15) asume que la conciencia es «la capacidad de la mente humana para volver hacia sí misma». Y añade otra idea fundamental: “las operaciones de pensamiento tienen que haberse adquirido a través de una dimensión activa y auto-reflexiva que permitiera su propia accesibilidad «(Bronckart, 2000, citado en Rodriguez, 2007).

Estoy de acuerdo en gran medida con Bronckart cuando concluye que para que se produzca el pensamiento es necesario el desarrollo de una dimensión activa y auto-reflexiva, pero difiero con él en que esa dimensión sea producto únicamente del lenguaje, sin el apoyo de una red semiótica anterior. Su afirmación «desde el lenguaje se derivan los reflejos que constituyen la conciencia» (Bronckart, 2000, citado en Rodriguez, 2007) coloca al lenguaje es una situación escindida de los procesos comunicativos e intersubjetivos que lo permiten, ignorando el valor de los signos como instrumentos semióticos creadores de significado y representación y estableciendo, en mi opinión, dos abismos, uno a nivel ontogenético y otro a nivel filogenético.

En primer lugar, a nivel filogenético, las concepciones tradicionales sobre el nacimiento de la consciencia ignoran las hipótesis de los primatólogos según las cuales, los primates, o por lo menos los antropoides, tienen capacidad de referencialidad, abstracción y categorización (Premack, 1983; Boesch, 1991; Gomez, 2004; Call y Tomasello, 2007). Desde estas posiciones, no nos queda más remedio que hipotetizar que una de dos: o bien los primates posen un sistema de comunicación que puede calificarse en cierto modo como lenguaje, o bien existen otros mediadores semióticos que permiten el acceso a la abstracción y a la propia consciencia, mediadores que los primates ya utilizan en estado de libertad.

En segundo lugar, esta idea resulta difícil de aceptar porque su explicación no permite entender cómo puede el niño que aún no habla, segmentar y entender las categorías  lingüísticas sin una conciencia categórica. Y por tanto, las explicaciones de Luria y de Bronckart implican asumir que también existe un abismo entre el niño pre-lingüístico, incapaz de categorizar y de regular su comportamiento para obtener metas, y el niño lingüístico, dotado ya de consciencia categórica y de capacidad de regular su conducta. Todo esto nos lleva a pensar que debemos buscar los orígenes de la consciencia en mediadores semióticos previos a la aparición del lenguaje. De acuerdo con Rivière:

“La mediación semiótica ocupa un nivel privilegiado en el desarrollo psicológico del niño, siendo el análisis de los signos el único método adecuado para investigar la conciencia humana”. (Rivière, 1999).

Buscamos herramientas que permitan al niño acceder a su pensamiento y actuar sobre él para resolver un problema. Signos que, por tanto, deben estar orientados hacia sí mismos más que hacia otros y deben mostrar que ya existe en el niño cierto grado de conciencia que le permite reflexionar sobre su propio pensamiento. Dadas estas características comparto la idea que llevó a Rodríguez y Palacios a afirmar que “los mejores candidatos que pueden cumplir estas condiciones son los gestos privados” (Rodriguez y Palacios, 2007).

La importancia de este hecho es que si los gestos privados son ciertamente las primeras herramientas de la consciencia, esto implica que la autorregulación no sería una característica emergente a través del lenguaje, sino que hunde sus raíces en mediadores semióticos previos que permiten gradualmente a los niños ejercer control consciente sobre sus propios procesos cognitivos, emocionales y comportamentales.

El trasvase de la heterorregulación a la autorregulación se realiza, por tanto, en el seno de la comunicación a través de mediadores semióticos que se actualizan en las interacciones entre el niño y el adulto, lo que muestra que el origen de la autorregulación es social. Es el adulto, gracias a su capacidad para establecer procesos de renuncia estratégica y adaptarse al conocimiento del otro, el que permite al niño construir estructuras de pensamiento que le ayudan a comprender, organizar y actuar en el mundo simbólico. Sin esta red semiótica que proporciona el acceso a los procesos de significación, el niño no puede acceder al mundo simbólico y por tanto, tampoco puede utilizarlo para ajustar su conducta en función de procesos observados internamente. Siguiendo de nuevo a Bronckart:

 “las propiedades sociosemióticas externas transforman el funcionamiento psicológico práctico en un sistema de auto-regulación. Desde este momento el sistema será siempre al mismo tiempo pensamiento y consciencia”. (Bronckart, 2000 citado en Rodriguez, 2007).

De acuerdo con estas afirmaciones, podemos concebir la mediación semiótica como un instrumento tricéfalo de pensamiento, comunicación y regulación al mismo tiempo. De modo que, lo que se está proponiendo es que el proceso de autorregulación a través de la ontogénesis es un proceso lento y compartido en el que el niño se desplaza desde signos con función originalmente comunicativa hasta signos que funcionan como herramientas internas de pensamiento. Con los signos privados el pensamiento externamente orientado se vuelve sobre sí mismo, tal y como Rodrigez afirma, siguiendo la línea de Vigotsky:

“los gestos privados implican un segundo nivel de construcción cuando los gestos con significado público que han sido aprendidos en contextos de atención compartida, empiezan a ser interiorizados” (Rodriguez, 2009).

Esta idea supone que existe una continuidad no sólo entre la comunicación animal y el lenguaje humano, sino también entre el niño pre-lingüístico, poseedor de consciencia y de competencia para la autorregulación y el niño lingüístico, que encuentra en el lenguaje otro código para volver sobre sí mismo. Esta idea implica que los mediadores semióticos desempañan un rol esencial en dos procesos ontogenéticos fundamentales para el nacimiento de la consciencia. En este sentido, entender el potencial de los mediadores semióticos para transformar los procesos de pensamiento del niño es vital para la atención temprana.

Bibliografía

Boesch, C. (1991). Symbolic communication in wild chimpanzees?. Human Evolution, 6(1), 81-89.

Gómez, Juan Carlos (2004). Apes, Monkeys, Children, and the Growth of Mind. Cambridge: Harvard University Press. Cap. III: Practical Intelligence: Doing things with objects. (pág. 58-93).

Josep Call and Michael Tomasello, eds. (2007). The gestural communication of apes and monkeys. Mahwah, New Jersey, & London: Lawrence Erlbaum.

Luria, A. R., & Yudovich, F. I. (1971). Speech and the Development of Mental Processes in the Child

Peirce, Ch.S.(1894) ¿Qué es un signo?. Traducción castellana de Uxía Rivas (1999). Original en: CP 2.281, 285 y 297-302

Premack, D. (1983). Animal cognition. Annual Review of Psychology, 34(1), 351-362.

Rivière, A. (1999/2003). Comunicación, suspensión y semiosis humana: Los orígenes de la práctica y de la comprensión interpersonal. En: M. Belinchón, A. Rosa, M. Sotillo e I. Marichalar (comp.) Ángel Rivière. Obras Escogidas. Vol III (pp.181-201).

Rodríguez, C. y Moro, C. (1991) ¿Por qué el niño tiende el objeto hacia el adulto? La construcción social de la significación de los objetos. Infancia y Aprendizaje, 53,99-119.

Rodríguez , C. y Moro, C. (1999). El Mágico Número Tres. España: Ediciones Paidós: Ibérica. S.A.

Rodríguez, C. y Palacios, P. (2007). ¿Do private gestures have a self-regulatory function? A case of a study. Infant Behavior y Development, 30, 180-194.

Rodríguez, C. (2007). “Object use, communication and signs. The triadic basis of early cognitive development.” In The Cambridge Handbook of Socio-Cultural Psychology, J. Valsiner and A.Rosa (eds.) (257-276). New York: Cambridge University Press.

Rodríguez, C. (2009). The ‘circumstances’ of gestures: Proto-interrogatives and private gestures. New Ideas in Psychology. N2, pp. 288-303.

Tomasello, M. (2008). Origins of Human C.

Escritor: Celia Jiménez García