El Populismo según la perspectiva de Ernesto Laclau.

El populismo históricamente ha sido “conceptualizado” de manera confusa y ambigua,  inclusive se le han adjudicado calificativos de carácter peyorativo. Ernesto Laclau intentará reivindicar la noción de populismo al teorizarla como un modo de constitución ontológica de la política. Laclau postula tres dimensiones estructurales necesarias para estudiar al populismo: la pluralidad de demandas unificadas en una cadena equivalencial; la formación de una frontera de carácter interno que fragmenta a la sociedad en dos campos; y por último, la construcción de una identidad popular que consolida a la cadena equivalencial en algo superior a la simple suma de los lazos equivalenciales.

El autor advierte que para “… determinar la especificidad de una práctica articulatoria populista, debemos identificar unidades más pequeñas que el grupo para establecer el tipo de unidad al que el populismo da lugar.” La categoría de demanda social, es un término ambiguo que puede significar una petición o un reclamo. Es en la transición de una petición a un reclamo, donde reside uno de los rasgos principales del populismo.

En el tejido social surgen demandas aisladas, que si no son satisfechas por el sistema institucional de manera diferencial, pueden articularse junto a otras demandas en una cadena equivalencial, formándose una frontera interna que separa a la población del poder político. Las demandas satisfechas o no, que permanecen aisladas de la relación equivalencial son denominadas “demandas democráticas”, mientras que las “demandas populares” presuponen una pluralidad articulada equivalencialmente, que constituye una subjetividad más amplia.

Podemos diferenciar entonces, dos modos de construcción social que refieren a dos lógicas diferentes. En la lógica de la diferencia, prevalece el carácter institucional/diferencial. Las demandas sociales consideradas como particularidades, son individualmente respondidas y absorbidas por el sistema. El lazo que las vincula es de naturaleza diferencial. En la lógica de la equivalencia, predomina la presencia de demandas sociales insatisfechas, entre las cuales se entreteje un lazo de solidaridad. En ésta lógica, las  demandas particulares resaltan equivalentemente lo que tienen en común: no poder ser solucionadas por el carácter deficiente del sistema institucional vigente.

Las distintas demandas relacionadas equivalencialmente, comienzan a ser vistas como eslabones correspondientes a una identidad popular común. La pluralidad de las demandas se cristaliza en símbolos comunes, y en cierto momento, son interpeladas por la emergencia de un líder cuya palabra encarna el proceso de identificación popular. Una de las precondiciones necesarias para el surgimiento del populismo es que la lógica equivalencial se expanda a expensas de la lógica de la diferencia. Un discurso institucionalista, intenta hacer coincidir los límites de la formación discursiva con los límites de la comunidad, contrariamente a esto el populismo representa un desafío a la formación hegemónica, no incorporándose a ella como sí lo pueden hacer las demandas democráticas.

Pero si bien ambas lógicas son incompatibles entre sí, a su vez se necesitan mutuamente para  la construcción de lo social, que se caracteriza por ser el terreno donde ésta tensión insoluble tiene lugar. El populismo “… requiere la división dicotómica de la sociedad en dos campos –uno que se presenta a sí mismo como parte que reclama ser el todo-, esta dicotomía implica la división antagónica del campo social, y el campo popular presupone, como condición de su constitución, la construcción de una identidad global a partir de la equivalencia de una pluralidad de demandas sociales.”

En la constitución de las identidades populares se presentan dos aspectos relevantes: en primer lugar, la demanda que define a la identidad popular se encuentra internamente fraccionada en dos, por un lado, ésta es una demanda particular y por el otro, su particularidad empieza a significar algo diferente de sí misma: la cadena total de demandas equivalenciales. Es decir, que aunque sigue siendo una demanda de carácter particular, a su vez pasa a representar a un conjunto más extenso. En segundo lugar, en función de que prevalezca la representación de la universalidad de la cadena en pos de la particularidad del reclamo, la identidad popular se vuelve más extensiva al expresar el reclamo de numerosas demandas, pero a la vez, se vuelve más pobre, pierde contenido, al despojarse de la particularidad de cada reclamo, en un conjunto más vasto de demandas condensadas todas bajo la expresión simbólica “pueblo”.

Es por ello, que Laclau argumenta que “… una identidad funciona como un significante tendencialmente vacío. En la constitución de una identidad popular, se encuentran articuladas diversas demandas provenientes de distintos sectores, es ésta heterogeneidad que caracteriza a la unificación populista la que provoca que la identidad se vuelva más difícil de determinar. La dimensión performativa del nombrar, unifica al campo, constituyendo su identidad: el nombre se convierte en el fundamento de la cosa. Una identidad popular funciona como superficie de inscripción, constituye lo que expresa a través mismo del proceso de su expresión.

Analizando a las identidades desde la totalidad discursiva, podemos ver por un lado, “….que toda identidad social (es decir, discursiva) es constituida en el punto de encuentro de la diferencia y la equivalencia (…) Sin embargo, por otro lado, existe un desnivel de lo social, ya que la totalización requiere que un elemento diferencial asuma la representación de una totalidad imposible.” Para el autor, ninguna plenitud social puede ser alcanzada, excepto a través de la hegemonía; la cual refiere a la investidura (cuya esencia es afectiva) en objetos parciales de una plenitud mítica, éstos objetos son investidos de tal manera que se transforman en los nombres de una ausencia. En palabras de Laclau: “El único horizonte totalizador posible está dado por una parcialidad (la fuerza hegemónica) que asume la representación de una totalidad mítica. La plebs en calidad de populus (el cuerpo de todos los ciudadanos) será quién vendrá a encarnar la función totalizadora, el pueblo en tanto, algo menor que los miembros de una comunidad, es un elemento parcial y diferencial que aspira a ser concebido como la única totalidad legítima.

En el “chavismo” se encuentran presentes los rasgos que Ernesto Laclau atribuye al populismo, en tanto lógica política que establece un tipo de relación entre sujetos. Éstos son: la figura emergente de un líder, que le da voz a distintos sectores de la sociedad que antes no habían tenido lugar para poner sobre el escenario político, sus demandas de manera activa; la constitución de un “pueblo” que se aglutina alrededor del líder; la formación de una frontera que divide a la sociedad en una lógica de amigo/enemigo, estableciéndose una identidad popular que es referida a un “nosotros” en oposición a un “ellos”; y la constitución de símbolos ideológicos como el “bolivarismo”, en el cual se plasma la identidad colectiva. En Venezuela, desde el momento en que asume la presidencia Hugo Chávez en 1999, se produce una ruptura populista, un cambio de régimen que corta los lazos con una elite política corrupta y desacreditada, que mantenía una escasa comunicación con la sociedad. El pasaje hacia una sociedad más democrática pudo alcanzarse, gracias a la constitución de un nuevo actor colectivo de identidad popular.

Bibliografía

v Laclau, E.: “La construcción del Pueblo” en La Razón Populista, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2007.

Escritor:  Magalí E. Trepiana

 

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