LA EVOLUCIÓN HUMANA

En medio de la evolución de lo existente se erige el ser humano blandiendo su mano flamígera dispuesta a librar las batallas que sean necesarias para conquistar un lugar privilegiado en un territorio frecuentemente hostil y plagado de amenazas. Efectivamente, desde los albores de la humanidad, nuestra especie ha desplegado todo su potencial creativo y batallador para enfrentarse a las abrumadoras fuerzas naturales que, en no pocas ocasiones y de manera intempestiva e implacable, exhiben su poderío destructor sin conmiseración alguna.

estimable propósito de asegurar nuestra supervivencia, enfrentando toda clase de adversidades, miedos ancestrales, peligros extremos y dificultades de la más diversa índole que han desafiado nuestras cualidades más excelsas, desde la inteligencia suprema hasta el estoicismo a toda prueba. Durante este esfuerzo ininterrumpido de siglos se ha venido cincelando nuestra condición humana enigmática y contradictoria, extremadamente compleja y conflictiva que ha impreso su huella indeleble sobre todo lo existente, para bien y para mal, en un molde vaciado a sangre y fuego.

Ninguna especie como la nuestra ha llegado tan lejos en la conquista de la realidad exterior gracias a la comprensión que ha alcanzado de ella y a la utilización de los valiosos conocimientos adquiridos a través de esa formidable aventura intelectual que ha representado el desarrollo de la ciencia y sus posibilidades de aplicación por medio de la tecnología. Ningún otro ser vivo ha ejercido tanta hegemonía sobre la faz de la tierra como el hombre ni ha afectado tanto el equilibrio natural hasta el punto de convertirse en el principal depredador de la tierra y monopolizador de sus valiosos recursos, relegando a las demás especies vivientes a la condición de subordinados u objetos útiles para la supervivencia.

La evolución humana ha estado signada por la interacción entre fuerzas constructivas y destructivas y parece no poder prescindir de esta dialéctica ero-thanática en el que el motor más poderoso es la necesidad: de alimento, de ser amados, de conquista, de poder, de dinero, de sexo, de dominio. Merced a este coctel explosivo el ser humano es capaz de producir las obras más excelsas y portentosas como de generar los actos más abyectos, crueles, destructivos y despreciables.

Cómo prueba de este poder creador y destructor se cuentan las grandes producciones a nivel de la ciencia, la música, la literatura, la pintura, la escultura, la arquitectura, la ingeniería y demás logros memorables, pero también retumban los horrores de las dos guerras mundiales del siglo pasado que nos recuerdan lo frágiles que somos frente a los excesos de nuestros semejantes cuando son dominados por la megalomanía, el egoísmo, el fanatismo, el nacionalismo, el dogmatismo, la tiranía, la intolerancia y el ansia desmedido de poder.

Nuestra historia se ha visto impelida por la alternancia de momentos épicos, líricos y heroicos, como también de trágicos, dramáticos y espeluznantes bajo la égida de un arrasador deseo de superación y de una determinación asombrosa motivadas por la naturaleza del deseo humano: fundamentalmente insatisfecho y troquelado por la novedad.

El desciframiento de algunas de las leyes a las que obedece la naturaleza, ha arrebato buena parte del poder atribuido a dioses antiquísimos- pero no ha logrado eliminar por completo el influjo actual de poderes que, como la superstición, el pensamiento mágico, la religión, lo sobrenatural y las más irracionales creencias-parecen arraigarse en lo más profundo del siquismo de la mayor parte del género humano.

Innumerables e incuestionables son los logros y las ventajas que el progreso ha traído a la humanidad, traducidas en mayor bienestar, confort, aumento de la esperanza de vida y calidad de la misma, disminución de la mortalidad asociada con ciertas enfermedades, acortamiento de las distancias, comunicación veloz, respeto por los derechos humanos, superación de condiciones de miseria e ignorancia de millones de personas, mayor acceso a la educación, posibilidades variadas de recreación, entre muchas más.

Pero también el progreso ha arrastrado lastres que empalidecen la vida humana: desastres naturales, debido al daño que se le ha infligido a la naturaleza; refinamiento de los medios de destrucción masiva (con el arsenal nuclear existente en la actualidad se puede borrar todo vestigio de vida humana y buena parte de las demás especies), con las armas químicas también se consigue hacer mucho daño; florecimiento de empresas letales como el narcotráfico, el comercio de armas, la trata de personas y la globalización del crimen en general; la intensificación de las diferencias sociales, que ha sumido a la sociedad actual en una brecha insalvable en que unos pocos tienen mucho y una inmensa mayoría posee muy poco; el aumento de enfermedades producto de los estilos de vida actuales como cardiopatías, obesidad, cáncer, diabetes, drogadicción; trastornos psíquicos como depresión, ansiedad, bipolaridad, estrés, fobias, psicopatía, sociopatía, angustia existencial por sólo mencionar algunas.

En esta espiral de progreso se juega el futuro de la humanidad porque, por un lado, ha traído grandes beneficios a nuestra especie, pero también tiene en jaque a nuestro hermoso y dadivoso planeta azul y, de continuar con esta desaforada maratón destructiva de nuestro hábitat, la tierra puede convertirse en un lugar inviable para la vida. Podríamos asemejarnos a los infantes que, de tanto manipular inadecuadamente sus juguetes, terminan destruyéndolos.

El gran reto es lograr neutralizar nuestros impulsos destructivos y egoístas y superar las situaciones que ocasionan nuestros mayores sufrimientos con dos de los aliados más poderosos que tenemos: 1) la ciencia, que constituye el más vivo resplandor de nuestra capacidad creativa, la forma más audaz e inteligente de enfrentar los enigmas planteados por la naturaleza y 2) el amor como el más portentoso de nuestros sentimientos. Confiemos en que prime la sensatez en nuestros líderes más determinantes y que no seamos inferiores al reto de vivir respetándonos los unos a los otros y seguir progresando, pero no a expensas de nuestro dolido planeta ni sacrificando la vida de nuestros congéneres ni de las demás especies vivientes que tienen el mismo derecho a disfrutar de la existencia como lo tenemos nosotros.

Escritor: LUIS ALBERTO URREA LOPEZ